Resulta sumamente paradójico que la misma Revolución que usó los hornos de pan para introducir en ellos a mujeres y niños, sea la misma que es usada en la modernidad como sustento para poner en guerra a la mujer con la cocina. Seré mucho más preciso, incluso mucho más preciso con el título de este brevísimo artículo.
Cuando hablo de revolución me refiero a la Revolución Francesa (1789), y cuando hablo de mujeres que fueron introducidas en hornos de pan (1793 y varios años más), hago referencia, clara y concretamente, a una de las famosas maneras que supieron tener los revolucionarios para asesinar mujeres católicas (principalmente) de todas las edades. En efecto, se divertían hasta el hartazgo viendo como gritaban y se retorcían hasta morir, señoras, señoritas, chicas, bebas, niños y bebitos, dentro de esos hornos. Todo esto lo ha dejado meticulosamente detallado Reynald Secher en su tesis doctoral sobre el genocidio llevado a cabo por los revolucionarios en la región francesa de La Vendeé. Tituló a su tesis: ‘La Veendée-Vengé. Le génocide franco-fancais’. Por supuesto que le ofrecieron muchas cosas para que silencie su estudio, para que calle; y, por supuesto que al no hacerlo intentaron por todos los medios dejarlo fuera de juego. Contrariamente a lo que pretendieron los modernos amigos de la Revolución Francesa, la voz de Secher surcó el mundo como un sonoro trueno, y muchos no solo nos hemos enterado de la verdad, sino que, de distintas maneras, son varios los que vienen alzando la voz para que aquello se sepa del todo.
Quien ha estudiado en profundidad la obra de Reynald Secher ha sido el historiador y escritor de reconocimiento internacional, Alberto Bárcena, el cual para darle más continuidad al sonoro trueno, ha publicado un libro intitulado: ‘La guerra de la Vendée. Una cruzada en la revolución’. Allí Bárcena abunda en las maniobras asesinas demoníacas que llevaban a cabo los delirantes revolucionarios: quitarles las pieles en vida a los católicos -hombres y mujeres-, para hacer con ellas gamuzas e incluso una suerte de pantalones; hundir en el rio barcazas repletas de católicos atados que se iban a pique al fondo, y si por esas casualidades alguno que otro lograba subir a la superficie, allí los esperaban afilados sables para quitarles la vida; violaban a las mujeres; quemaban todo lo que podía tener olor a católico, obviamente eso lleva incluido a los católicos.
Como puede apreciarse, la monstruosidad genocida anticatólica cundía por doquier en la Francia de la Revolución. Esto nos lleva derechamente a algunas conclusiones completamente claras aunque completamente silenciadas, antes y ahora: la Revolución Francesa ha regado el suelo de Francia con sangre de católicos. La Revolución Francesa es con meridiana evidencia anticatólica. La Revolución Francesa es netamente demoníaca. La Revolución Francesa es antinatural. La Revolución Francesa ama destruir familias. La Revolución Francesa corrompe niños. La Revolución Francesa es veneno destructivo del alma. La Revolución Francesa es mitómana de cabo a rabo, tal como su padre que la engendró, y al que se llama homicida desde el principio y padre de la mentira, esto es, Satanás. La Revolución Francesa es taimada por donde se la mire, y, como ya se lo puede saber, su versito de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad no pasa de ser una mera expresione rimbombante. La Revolución nació asesinando católicos, luego nada de libertad; la Revolución nació persiguiendo católicos, luego nada de igualdad; la Revolución nació odiando a los católicos, luego nada de fraternidad. Y eso mismo se ha extendido en el tiempo hasta nuestros días. Aquella triple nomenclatura (Libertad, Igualdad y Fraternidad) tan amada por los masones, funciona (¡también ladinamente!) para la filantropía mundanal, pero sigue mostrando sus dientes, su odio, su persecución y matanza, para lo que verdaderamente sea católico.
Causa grandísima pena saber que esos principios de la Revolución Francesa lograron introducirse en la Iglesia mediante el Concilio Vaticano II. El cardenal Ratzinger -quien más luego fuera el Papa Benedicto XVI-, hablando del documento conciliar Gaudium et Spes, dice: ‘Si se busca un diagnóstico global del texto, se puede decir que es (junto con los textos sobre la libertad religiosa y sobre las religiones del mundo) una revisión del Syllabus de Pío IX, una especie de contra-Syllabus (…). Es suficiente que nos contetemos con comprobar que el texto juega el papel de un contra-Syllabus en la medida que representa una tentativa para la reconciliación oficial de la Iglesia con el mundo tal como ha llegado a ser después de 1789” (Les Principes de la Théologie Catholique, ed. Tequi, París, 1985, p. 427). Tristísimo: otrora gente muriendo por oponerse a la Revolución anticatólica, y, más luego, hombres de Iglesia amigándose con la Revolución que tantas vidas católicas se llevó puestas.
A ventilar la verdad a los cuatro vientos. En la modernidad solo se señalan a algunos pocos como los malvados de la historia, pero los verdaderos hipócritas y monstruosos genocidas quieren pasar, no solo por desapercibidos, sino, peor aún, por buenitos y generadores de justicia y paz. Puras mentiras. La Revolución Francesa y modernamente sus defensores, tienen la obsesión de pasárselas señalando a otros como grandes asesinos, mas, lo digo nuevamente, los revolucionarios están manchados de sangre católica hasta la célula más íntima que los abarca.
Por todos esos mártires franceses que dieron su vida por la defensa de la fe católica: ¡Vivan los vendeanos y demás compatriotas mártires!