Feminidad o Feminismo (I)

El Movimiento Feminista o Feminismo posee dos clases de adeptos.[1]

Están en primer lugar la Masonería y el Comunismo, que son sus verdaderos promotores. Los cuales utilizan el pretexto de conseguir la igualdad de derechos entre la mujer y el hombre, pero sus fines son puramente políticos. De manera que lo que realmente buscan es fomentar la lucha de clases aplicada en este caso a la lucha de sexos. En último término, lo que realmente pretenden, tanto la Masonería como el Comunismo, es acabar con la dignidad de la mujer y, mediante ese procedimiento, conseguir la destrucción de la familia. Algo que debieran saber algunos Obispos.

En segundo lugar están sus seguidores. Unos son puramente embaucados, entre los que puede haber muchos de buena voluntad o ingenuos que no saben de lo que se trata. Luego están los verdaderos sectarios, afiliados o seguidores de la Masonería o del Comunismo, con un tinte especial de odio al hombre, lo confiesen o no.

Dada la magnitud de la confusión, intentaremos por nuestra parte elaborar un planteamiento serio del problema en la esperanza de llegar al esclarecimiento de toda la verdad.

Dios creó la naturaleza humana bajo la forma de dos sexos, varón y mujer: Y se dijo Yavé Dios: «No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda semejante a él».[2] Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra.[3]

A partir de ese momento transcurrieron multitud de siglos durante los cuales la mujer estuvo sometida al varón. Una situación peculiar que da ocasión para profundizar en torno a tres puntos: Acerca de si tal sumisión tiene carácter de castigo. O si ha de ser considerada como una exigencia de la misma naturaleza. O si se trata, más bien, de una mera disposición del arbitrio divino.

Aquí, sin embargo, obviaremos de momento esa problemática para centrarnos en la cuestión de la autoridad del varón sobre la mujer y, más concretamente, en la situación de opresión que, según algunos, ese hecho supone para la mujer.

A primera vista, en efecto, la Escritura parece indicar que el sometimiento de la mujer al varón tiene carácter punitivo. Pues después de la caída dijo Dios a la mujer: Buscarás con ardor a tu marido, el cual te dominará.[4] San Pablo, por su parte, también parece indicarlo así: Adán no fue engañado; pero la mujer, dejándose engañar, incurrió en pecado. No obstante, se salvará por la maternidad, si persevera con modestia en la fe, en la caridad y en la tarea de la santificación.[5]

Sin embargo la Tradición ha sido unánime, firme y constante, en que la sumisión de la mujer al varón no tiene carácter de castigo.

La declaración del Génesis, según la cual el varón dominará a la mujer, no tiene porqué ser interpretada necesariamente en sentido punitivo, por más que, en último término, sea una de las consecuencias del pecado. La autoridad es una condición que responde a la exigencia de normas reguladoras que son necesarias para el funcionamiento de cualquier sociedad, ya sea grande o pequeña, referida en este caso al matrimonio y la familia.

Alguien podría argumentar que bien podría ser la mujer quien ostentara la cabeza de la institución familiar. Pero igualmente entonces se podría hablar de discriminación del hombre a favor de la mujer, con lo que el problema se mantendría en la misma línea. Evidentemente parece lo mejor dejar las cosas tal como la Humanidad las ha entendido desde el principio y han sido establecidas por la Naturaleza y, en último término, por Dios mismo. Para quien defendiera que esta última afirmación es arbitraria o falsa, estaría obligado a probar la verdad de la contraria: una tarea que se presentaría como bastante difícil, desde luego.

Que exista la posibilidad de que el hombre abuse de su autoridad, ya es otra cosa. Pero multitud de instituciones, necesarias e imprescindibles para el funcionamiento de la Sociedad Humana, son susceptibles de ser a veces mal utilizadas. Sin que tal cosa vaya a constituir por eso una razón para eliminarlas.

El Génesis se limita a señalar lo que a partir de entonces será una constante en la existencia de los seres humanos y que, en definitiva, no es sino el resultado del desorden introducido en la naturaleza humana por causa de la caída original, la cual afecta a los dos sexos. Que de hecho ha sucedido así a lo largo de la Historia es evidente. Incluso en los tiempos modernos, los pretendidos Movimientos feministas de reivindicación de los derechos de la mujer, en contra de lo que normalmente se cree, suelen estar ideados y promovidos por el varón y no son, en realidad, sino otra forma sutil de manipular a la mujer.

El Cristianismo contribuyó eficazmente a solucionar esa situación. Lo hizo mediante el ofrecimiento de unos medios, generosamente otorgados por Dios, que habrían de ser aceptados y aprovechados por el hombre. A este respecto, conviene recordar que la Doctrina Católica siempre ha atribuido a los medios de salvación un carácter potencial, en el sentido de que necesitan ser actualizados por el hombre. Lo cual significa libremente aceptados y utilizados por su parte, si se prefiere expresar así la cuestión.

La Teología progresista moderna, en cambio, más cerca de las tesis protestantes, insiste en la teoría de la salvación universal (cristianismo anónimo) por el mero hecho de la Encarnación del Verbo. Con lo que viene a suprimir la necesidad de la cooperación humana, para desembocar en la conclusión de un amor libremente ofrecido por parte de Dios pero que no necesita, a su vez, de la libre aceptación por parte de la creatura humana.

La teoría progresista ataca así directamente tanto al concepto como a la realidad del amor. El cual, ofrecido libremente por una parte, y aceptado (o rechazado) libremente por la otra, es esencialmente libertad. El núcleo más recóndito y profundo del amor, efectivamente, es la libertad. Un amor involuntario (bien que no procediera de la voluntad, o bien que tuviera su origen en una voluntad forzada) no tendría sentido alguno, en cuanto que habría de proceder y no proceder de una voluntad libre al mismo tiempo.[6] Dios es infinito Amor porque es Infinita Libertad: Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad.[7]

La profecía del Génesis acerca de que el varón dominará a la mujer (con la posibilidad de abusos por parte del varón), no es un anuncio de algo que habría de suceder sólo hasta un momento preciso de la Historia de la Humanidad, cual sería el siglo XX con el advenimiento del Feminismo. Tal idea, además de ridícula, es también una utopía, una entelequia y, por supuesto, una lacerante falsedad. La verdad es justamente lo contrario: a mayor esfuerzo de la mujer feminista por emanciparse de la autoridad del varón, tanto más acaba incidiendo bajo su dominio para convertirse en mero instrumento suyo.

La realidad del Feminismo no es otra que la de una ideología recogida y fomentada por la Masonería y el Comunismo. Cuyo único fin es el de destruir la Familia, comenzando para ello por convertir a la mujer, como paso previo, en un mero instrumento fácilmente manejable por el varón. A este respecto, sería deseable que muchas mujeres ingenuas no se dejaran engañar: Movimientos políticos, como en España el de Podemos o el del PSOE, sacan bastante raja explotando el tema. Por otra parte, la Mafia que dirige el gran negocio internacional de burdeles (y su afín y asociado, cual es el de la droga), está dirigida y manejada por hombres, y no por mujeres. Tampoco debe olvidarse la cuestión de la propagación y extensión cada vez mayor del Islam en el mundo, hasta el punto de que ya ha superado al Cristianismo en número de adeptos y con perspectivas más a su favor cada día. Ahora bien, como es bien sabido, es una idea inconmovible para el Islam la de que la mujer es, y será siempre, un instrumento en manos del varón. ¿A nadie le causa extrañeza que el Feminismo nunca haga objeto de sus ataques al Islam?

Sin embargo, el más o menos voluntario desconocimiento de estos hechos es lo que está conduciendo a la ruina y destrucción de millones de mujeres, gracias al Feminismo. Y con ellas la de la Familia. Con todo aún hemos de hablar de otras consecuencias, más graves si cabe, que el Feminismo está ocasionando sobre la mujer. Y de rechazo, sobre toda la sociedad de los seres humanos.

Por otra parte, por lo que respecta al testimonio constante de la Tradición referente a lo que se deduce de la Escritura, jamás ha existido vacilación alguna en cuanto a la igualdad esencial en dignidad de ambos sexos.

Es cierto que San Pablo insiste en la autoridad del varón sobre la mujer (Ro 7:2; 1 Cor 7:39; 11:3.9.10; Ef 5:23; Col 3:18; 1 Tim 2:11). Pero también deja claro al mismo tiempo que la mujer es la gloria del varón;[8] y un poco más adelante añade que ni la mujer sin el varón, ni el varón sin la mujer.[9] Sin olvidar la equiparación que establece entre el matrimonio (entrega y pertenencia del hombre a su mujer y viceversa) y el amor y la entrega de Cristo a su Iglesia; cosa que hace en Ef 5:21 y ss., donde habla también expresamente del amor, reverencia y respeto que cada uno de los cónyuges debe profesar al otro.

De todas formas, en cuanto a sus relaciones con el varón, Dios ha dotado a la mujer con cualidades y dones sobradamente suficientes para permitirle mantener dignamente su posición, y hasta para hacer prevalecer su voluntad con no poca frecuencia.

El verdadero problema comenzó, sobre todo, a partir del siglo pasado. Cuando las modernas ideologías, en su intento de destruir el Cristianismo, comprendieron la necesidad de comenzar atacando a la Familia. Para llevar a cabo lo cual, nada mejor que imbuir en la mujer la idea de la necesidad de emanciparse del varón, de realizarse a sí misma, y de lograr una libertad e independencia de las que había estado privada durante tantos siglos. Lo que dio origen a la aparición de los Movimientos Feministas, cuyo verdadero objetivo no era otro que el de acabar con la Familia, y más especialmente con la Familia cristiana. Lo cual exigía, a su vez, instrumentalizar aún más a la mujer, mediante el procedimiento de explotar a fondo la idea de su libertad y de su emancipación.

A decir verdad, la mujer no necesita emanciparse ni liberarse de nada ni de nadie. La mujer es sencillamente La Mujer (Ap 12:1), con toda la grandiosidad que eso supone. En el grado elevado de excelencia en el que Dios la ha creado y sin olvidar que el ser puramente humano más excelso creado por Dios no ha sido precisamente el de un varón, sino sencillamente una Mujer, cual es la Virgen María.[10]

El hecho de que, con frecuencia, el varón haya abusado de su autoridad es una consecuencia del desorden introducido en la naturaleza humana por el pecado original. Desorden que abarca por igual al varón y a la mujer, puesto que ambos pecaron, y que influye además en otros aspectos y situaciones de la existencia humana, tanto en un sexo como en otro.

El Feminismo, por su parte, ha tenido buen cuidado de ocultar celosamente dos aspectos importantes del problema. En primer lugar, el hecho de que el mal trato, la desconsideración, o el olvido del deber con respecto al otro sexo, no son actitudes de atribución exclusiva al varón, pues, aunque tengan lugar con menos frecuencia también se dan por parte de la mujer. En segundo lugar, aunque el hecho no pueda ser admitido como justificación, también debe tenerse en cuenta que alguna vez es la mujer la causa que da origen a los malos tratos.

El problema de la identidad de la mujer con respecto al varón no existe como tal problema, y no es sino otro invento más de la ideología izquierdista progresista. Es de notar el gusto del pensamiento modernista progresista por crear crisis de identidad, cosa que se debe, muy probablemente, al descubrimiento de la capacidad de esa idea como instrumento apto para destruir todo lo que posea carácter cristiano.

La mujer es exactamente igual al varón en dignidad. Pero cada uno de los sexos posee características propias que lo hacen diferente del otro. Bien entendido que diferente no significa inferior, sino complementario con respecto al otro. Por otra parte, la mujer que verdaderamente desee realizarse como tal mujer, aceptando para ello un modelo perfecto al que aspirar como norma de su vida y como ejemplo de la mujer ideal, lo tiene bien a la mano en la Virgen María.

Temas que desarrollaremos más ampliamente.

(Continuará)

Padre Alfonso Gálvez


[1] Tanto el texto de este Editorial como el de los que le siguen está tomado de mi libro El Invierno Eclesial, Shoreless Lake Press, 378 pgs., New Jersey, USA, 2011.

[2] Ge 2:18.

[3] Ge 1:27.

[4] Ge 3:16.

[5] 1 Tim 2: 14–15.

[6] Dios ama al que da con alegría (2 Cor 9:7), y no a quien lo hace porque no tiene otra salida. En el acto de amar, el factor libre sería más importante que el factor voluntario. Pues así como puede darse una voluntad sin libertad, es imposible imaginar un acto libre sin voluntad. En el lenguaje ordinario, sin embargo, el concepto de acto voluntario viene a ser sinónimo de acto libre.

[7] 2 Cor 3:17.

[8] 1 Cor 11:7.

[9] 1 Cor 11:11.

[10] Jesucristo es Verdadero Dios y Verdadero Hombre en una única Persona Divina. Pero no es un ser puramente humano.

Padre Alfonso Gálvez
Padre Alfonso Gálvezhttp://www.alfonsogalvez.com
Nació en Totana-Murcia (España). Se ordenó de sacerdote en Murcia en 1956, simultaneando sus estudios con los de Derecho en la Universidad de Murcia, consiguiendo la Licenciatura ese mismo año. Entre otros destinos estuvo en Cuenca (Ecuador), Barquisimeto (Venezuela) y Murcia. Fundador de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, aprobada en 1980, que cuenta con miembros trabajando en España, Ecuador y Estados Unidos. En 1992 fundó el colegio Shoreless Lake School para la formación de los miembros de la propia Sociedad. Desde 1982 residió en El Pedregal (Mazarrón-Murcia). Falleció en Murcia el 6 de Julio de 2022. A lo largo de su vida alternó las labores pastorales con un importante trabajo redaccional. La Fiesta del Hombre y la Fiesta de Dios (1983), Comentarios al Cantar de los Cantares (dos volúmenes: 1994 y 2000), El Amigo Inoportuno (1995), La Oración (2002), Meditaciones de Atardecer (2005), Esperando a Don Quijote (2007), Homilías (2008), Siete Cartas a Siete Obispos (2009), El Invierno Eclesial (2011), El Misterio de la Oración (2014), Sermones para un Mundo en Ocaso (2016), Cantos del Final del Camino (2016), Mística y Poesía (2018). Todos ellos se pueden adquirir en www.alfonsogalvez.com, en donde también se puede encontrar un buen número de charlas espirituales.

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