Francisco y el Magisterio «no normativo»

Hace unos días, clausurando el Sínodo de la Sandecidad, Francisco declaraba que las conclusiones de este, constituyen Magisterio Ordinario del Obispo de Roma. Se esperaba que luego de esta declaración formal se dijera: “y debe ser aceptado y aplicado por todos urbi et orbi”. No. Para nada. Inmediatamente se declaró que era magisterio (con minúscula) NO NORMATIVO. Es decir, que nadie se sienta obligado a nada, son opiniones, tésis propuestas a la formulación de antítesis y en espera de síntesis, todo dentro del camino de la Evolución del Dogma , del “Pueblo Peregrino” al que aludía Benedicto XVI (lo cita) que se renueva permanentemente, pero en la “continuidad” que aporta el mantenimiento del método de la filosofía alemana (sigue habiendo quienes creen que la “continuidad” de Ratzinger se refiere al contenido de la tradición. Nada más lejos.) 

Muchos han señalado  que esto expresa sin más vueltas que el origen de ese magisterio no es más el que expresara dogmáticamente el Concilio Vaticano I y tras él la tradición bimilenaria de la Iglesia, desde el Espíritu Santo hacia el Papa (“Pedro, lo dices porque el Espíritu te lo ha revelado”), sino que pasa por el Pueblo y se expresa en el Sínodo (una especie de Parlamento), con lo que la función del Obispo de Roma es representar esa Voluntad Popular. Esto ya es más viejo que hacer pis en los portones, no abundemos, y ya se decía, no tan claramente, en el confuso lenguaje del modernismo que ganó los documentos del Concilio Vaticano II y las mentes de los Papas conciliares. Asunto que muchos no quisieron o no pudieron ver y que hace parecer a Francisco un novador total frente a los anteriores “más conservadores”; cuando sólo evidencia en un lenguaje llano lo que la “nouvelle teologie” camuflaba para evitar una condena cuando todavía quedaban algunos Cardenales con Fe.

Pero señalemos la gran diferencia, el pensamiento tradicional aseguraba acertóricamente que el poder venía de Dios al Rey  y que el Magisterio era dictado desde el Espíritu Santo al Papa.  Y esta nueva doctrina no es pronunciada acertóricamente, no se obliga a ser admitida, es NO NORMATIVA.

Creo que Francisco trae con desparpajo lo que los otros contrabandeaban tras la ambigüedad. Simplemente el trabajo de zapa de los anteriores ha hecho que la expresión de las teorías más modernas ya no sean escandalosas a los oídos de los fieles y se puedan expresar desfachatadamente. Por otra parte los cristianos comunes, tras años de deformación,  desconocen por completo la ortodoxia católica. El escándalo moral en las habitaciones del Vaticano hace que todo esto parezca una discusión bizantina, cuando alguna vez fue una importante herejía.

Pero lo más divertido en este asunto es la expresión de NO NORMATIVO, siendo que con ella Franscisco nos hace un bien enorme. Lo que nos dice es, “caballeros, esto es magisterio, pero no es lo que antes se consideraba magisterio, porque en realidad nunca hubo magisterio “infalible”, somos seres viviendo la aventura del pensamiento, asidos de conclusiones provisorias a las que, para evitar el caos en la inmadurez, les damos un barniz de certeza en el punto de la historia que lo exige. Pero nadie está en condiciones de declarar la Verdad Absoluta sobre ningún asunto. Cuando Cristo dijo “Soy el Camino, la Verdad y la Vida”, lo que quiso decir es que la verdad está al final del camino de la vida”, en realidad coincidía con Pilatos en aquello de “¿Qui est véritas?”.

De igual manera el sostenimiento de un cierto orden exige la designación de un moderador y disciplinador del diálogo (o dialéctica), que en nuestra orga se llama Papa, del cual se espera poder prescindir en la etapa evolutiva oportuna como ya casi se prescinde totalmente del sacerdocio en el proceso liberador de los laicos. Por ejemplo, en el caso del sacerdocio de las mujeres, aunque el Sínodo estaba listo para lanzarlo y los líderes estaban con la madurez suficiente para hacer eso (y también quizá para declararse abiertamente homosexuales),  el respeto al  “método”, a la “continuidad”, debe impedir que las vanguardias se conviertan en patrullas perdidas y los rezagados, al no ver los guías en el horizonte vuelvan sus pasos hacia atrás. Una prudente espera asegura la “continuidad” de la tropa. Faltan muchas meditaciones esclarecedoras de Pasolini para que el rebaño no resienta como corte lo que es avance.

Pero volvamos al problema que queremos resaltar. La victoria más grande que pudo lograr el modernismo es el haber generado su crítica. Al llamado “magisterio conciliar” le importa un bledo que se critiquen sus conclusiones, bienvenido sea de uno u otro punto del arco parlamentario, derecha o izquierda, su objetivo era desterrar esa idea de que había una expresión infalible, absoluta y eterna que bajo la amenaza de terribles anatemas, no podía ser contestada. Ya Ratzinger como funcionario había sancionado la indisciplina de Mons. Lefebvre, pero, como Papa, había reivindicado su crítica a la reforma (ellos no hablan de reforma, sino de desarrollo, de evolución, lo de reforma es nuestro).

Muchos no se explican por qué se deja subsistir a las organizaciones tradicionalistas, no entienden que, a los efectos prácticos, estas contribuyen a la consolidación del estado contestatario de permanente discusión.  Ratzinger, tenía muy claro que dichas posturas conservadoras fungían como un necesario lastre que contenía la estampida del progresismo, lo dijo expresamente. Por supuesto que habrá progresistas que quieran ver rodar cabezas, siempre habrá jacobinos, pero el peligroso es Napoleón.

Hay un numeroso “tradicionalismo” que ha terminado siendo funcional al “método”. En tren de cargarse el magisterio conciliar, o solamente al magisterio de Francisco, han cargado contra todo el magisterio de la Iglesia. Podría citar nombres, instituciones y medios de opinión; poner citas entre comillas de todas las opiniones que resultan colaboracionistas. Pero todos las conocemos. Aquellos que critican un ultramontanismo, un clericalismo, un agustinismo; los que opinan en contra de Trento, del Vaticano I, o les molesta tal o cual documento de PioIX, de Pio X, de Pio XI o del XII. Los que revisando la reforma litúrgica del Novus Ordo ven criticable las reformas anteriores, aún las de Pio X, como si el Papa no pudiera hacer reformas de las que yo no puedo opinar,  y etc. etc .etc.

Para estos tradicionalistas, una vez demostrado la existencia de un magisterio que puede ser criticado a la “luz de la tradición”, como el conciliar o el de Francisco, se les hace carne el hecho de que todo magisterio puede ser revisado o criticado a la luz de lo que “yo” entiendo es la tradición. Lo peor del modernismo ha ocurrido en ellos y el nefasto espíritu protestante les ha llegado, para concluir en contra de Lutero, quizá, pero desde su propio juicio de lo que es ortodoxia y no ya desde el principio de autoridad del Magisterio de la Iglesia. Lo que en la forma es coincidir con Lutero.

Me diréis que algunos de ellos siguen respetando lo que haya sido declarado en forma dogmática, lo que es magisterio infalible, pero no bien analizas sus consideraciones ves un adelgazamiento, un reduccionismo impresionante, campa en ellos una especie de desconfianza metódica contra todo magisterio, doblegándose de mala gana ante las declaraciones formales, pero no sentándose mansos y entregados ante el Magisterio Eclesial en su conjunto y en su Espíritu. La misma forma en que el hombre moderno enfrenta toda autoridad: política, religiosa, educativa y hasta familiar. Todos están esperando de un padre que dé víboras y piedras, salvo prueba en contrario; y el criterio de discernimiento de esa ortodoxia o de esa heterodoxia es LA TRADICIÓN, pero lo QUE YO DIGO QUE ES TRADICIÓN.  

Finalmente todos ellos, como Francisco, coinciden en un magisterio no normativo y navegan con comodidad en ese caos de opiniones, tomando aquí esto y allá aquello, lo que les place de lo que consideran “tradición”.

Hay un problema enorme. Un tradicionalista cree, defiende y sostiene que la TRADICIÓN, que lo que es tradición, lo define el Magisterio de la Iglesia y no yo. Y que si yo veo contradicción entre la tradición y el magisterio actual de la Iglesia, pues, EN PRINCIPIO,  el que debe estar equivocado soy yo. Un tradicionalista cree, dogmáticamente cree, que el Magisterio Actual, es la regla próxima de mi fe y que, como principio, este Magisterio define lo que es o no es, tradición.

¡¿Y entonces?! Y entonces el problema es mucho más fino de lo que consideramos al principio. Porque el problema principal es enfrentar un “magisterio” sin romper con el concepto de magisterio. Enfrentar una autoridad sin romper con el concepto de autoridad. Aún más difícil, enfrentar un magisterio y una autoridad a partir del concepto de Magisterio y de Autoridad.

La soluciones fáciles son: 1) en general y como regla ordinaria,  los magisterios son falibles y las autoridades son excepcionales y relativas, reduciendo la efectividad de uno y de la otra a casi nada, “no me vengais a exagerar la asistencia del Espíritu Santo hacia los Papas, ni invoquéis doctrinas ultramontanistas que los convierten en absolutismos” . 2)  el sedevacantismo; puedo oponerme a tal magisterio y a tal autoridad porque no lo es, porque es un usurpador.

De la segunda salida habló hace poco en este medio Mons. Schneider, no agregamos y remitimos. Pero la peligrosa y la más expandida es la 1.

La mayoría de nosotros que nos “autopercibimos” tradicionalistas,  entendimos que nos opusimos a las reformas conciliares porque estas nos resultaban contradictorias  a lo que habíamos aprendido del magisterio de los Papas anteriores al Concilio, teníamos la tradición para ponerlos a juicio, pero como dijimos, una vez que pusimos en la criba a los pontífices conciliares (o sólo a Francisco) fuimos poniendo a otros. No me gusta la reforma litúrgica del 62; o la de Pio X. ¡Ese barroquismo español! El de Loyola y su influencia de la Devotio Moderna… humm… el pomposo Pio IX con su Monarquía Absoluta y su Vaticano I… Trento y el exceso dogmatista… y de última… Santo Tomás y su esquema reduccionista que ahoga la creatividad más medieval… Como una construcción de fichas de dominó van cayendo unos golpeados por los otros. ¡Cataplum! Como supo decir Tolkien, “derriban el Árbol para buscar la semilla”.

Tirios y Troyanos confluyen al desastre. ¿Cómo lo solucionamos? Hum… Para comenzar, aceptando el problema, aceptando el planteo y el desafío. Partiendo de la voluntad de no caer en la tentación de la rebeldía y acentuando la confianza en la Iglesia. Pero paremos aquí. Hasta que no veais la hondura de la encrucijada en que nos encontramos, no podeis seguir. Sin embargo os doy una pista, una punta del hilo que hoy nos acerca Francisco.

Debemos obedecer lo que los Papas nos dicen, lo que enseña el Magisterio del Obispo de Roma y lo primero y más fácil de entender es que hay cosas que se dicen con total y absoluta certeza, y por lo cual se imponen como norma de fe y de conducta. Son NORMATIVAS.

Y HAY OTRAS QUE NO LO SON. SON NO NORMATIVAS.

Es una completa audacia (y grave pecado) discutir las conclusiones de Trento o del Vaticano I. Es una petulancia inaceptable pensar que tengo mejor criterio en liturgia que Pio X o Pio XII. Dictaron normas con carácter obligatorio. Comprometieron su Magisterio.

Francisco nos dice que su magisterio es NO NORMATIVO, es decir que no obliga. Y le hago caso a Francisco, escucho su “opinión” que no obliga, y frente a ella tengo otra opinión. Pero si marcho hacia atrás y me encuentro un Papa que SI OBLIGA, pues me dejo de opinar y criticar. Y si el mismo Francisco declarara algo comprometiendo su Infalibilidad, con la certeza de ser venido directamente del Espíritu Santo a él y no de una discusión que todavía no termina de un cuerpo representativo popular, pues me tendría que cuadrar ante esa declaración.

Con Francisco no tengo problema alguno. Pero no os confundáis, que los preconciliares son bien embromados y no te dan esa “libertad”.

¿Todos los posconciliares fueron NO NORMATIVOS, como Francisco; fueron PASTORALES como el Concilio Vaticano II? Cierto es que no lo dijeron con todas las letras, pero … para el que sabe leer, lo fueron diciendo con sobrada claridad. Por lo menos así creo. Podemos conversarlo y discutirlo. Por ahora me quedo bastante tranquilo con el Sínodo, ya que sus conclusiones NO OBLIGAN.  Lo dice el Papa.          

Dardo Juan Calderón
Dardo Juan Calderón
DARDO JUAN CALDERÓN, es abogado en ejercicio del foro en la Provincia de Mendoza, Argentina, donde nació en el año 1958. Titulado de la Universidad de Mendoza y padre de numerosa familia, alterna el ejercicio de la profesión con una profusa producción de artículos en medios gráficos y electrónicos de aquel país, de estilo polémico y crítico, adhiriendo al pensamiento Tradicional Católico.

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