Solemnidad de la Santísima Trinidad
(Mt 28: 18-20)
El Señor no dice en el evangelio de hoy: “Id a todo el mundo haciendo discípulos.., bautizándoles y predicando…” Estas consignas hoy día ya no tienen sentido para muchos cristianos; es más han sido prohibidas, pues nos dicen que todas las religiones son instrumentos de salvación y no podemos ir por ahí coartando la libertad de las personas. Hoy día estas palabras de Cristo son rechazadas. Es el hombre quien se ha transformado en juez de Dios y no al revés. Y más todavía, hasta la misma persona de Cristo es cuestionada: su divinidad, su nacimiento virginal…
El sistema imperante tiene un poder demoledor. ¿Cuántas personas levantan hoy su voz avisando del peligro? En las profecías de los tiempos finales se nos dice que los falsos profetas tendrán un poder tan demoledor que hasta incluso combatirán con los santos e incluso los podrán vencer. Los tiempos últimos serán tan difíciles y duros que tendrán que ser acortados por amor a los elegidos.
¿Qué hemos de hacer entonces? Los antiguos cristianos que tuvieron que vivir en la época de las persecuciones romanas para lo único que se podían preparar era para el martirio. Y nosotros, ¿qué podemos hacer? Primero de todo, mantenernos firmes, y luego, no perder nunca la fe, la confianza ni el amor a Jesús. Eso nadie nos lo puede quitar. Tanto es así, que San Pablo nos decía en Romanos: “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo…? El amor a Cristo será lo que nos dé fuerzas en las tribulaciones. Sin amor a Jesús no se puede vivir: “Cristo es nuestra vida”; “…es Cristo quien vive en mí”. Eso es lo que tendría que ser el motor de nuestra vida.
Hoy día no se puede decir son católico pero no practicante. Eso es puro paganismo. Hoy día, confesarse creyente en Cristo es un escándalo. Estamos en la época en la que el hombre cree que puede hacer lo que le dé la gana. ¿Cómo es posible que hayamos llegado a ese extremo? San Pablo no hacía caso y seguía predicando a Cristo, y además crucificado. El amor de Cristo fue hasta el fin, por eso tenía que entregar su vida, por amor y para satisfacer la justicia divina por el pecado del hombre.
Sin Jesús, nuestro Señor, viviríamos sin sueños, sin esperanzas, sin ilusiones. El cristiano muere y entrega su vida con el convencimiento de que al otro lado de la puerta le espera alguien que le ama y desea. ..