Homilía: De la eficacia y necesidad de la oración

SERMÓN XXXIX PARA LA DOMINICA DÉCIMA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Deus propitius esti mihi peccatori.

Dios mío, ten misericordia de mí, que soy un pecador. (Luc. XVIII, 3)

Nos dice el Evangelio de hoy, que dos hombres subieron al Templo a orar: el uno era el fariseo, y el otro publicano o alcabalero. El fariseo, en vez de humillarse y de pedir a Dios que le asistiese con su gracia, decía: ¡Oh Señor! Yo te doy gracias de que yo no soy como los demás hombres que son pecadores: Deus, gratias ago tibi, quia non sum sicut cerete homines. El publicano, al contrario, oraba con grande humildad, diciendo: Deus propitus esto mihi peccatori: Señor, ten misericordia de mí, que soy un pecador. Este mismo Evangelio declara: que este publicano volvió a su casa perdonado por Dios; y que el fariseo regresó a la suya tan inicuo y soberbio como había salido de ella. Inferid de este ejemplo, oyentes míos, cuán agradable a Dios, y necesarias a nosotros son las oraciones humildes, para obtener del Señor todas las gracias que necesitamos para salvarnos. Por esto quiero exponeros en esta plática:

  • En el punto 1º: La eficacia de la oración.
  • En el punto 2º: La necesidad de la oración.

Punto 1

EFICACIA DE LA ORACIÓN

1.- Para comprender la eficacia y el valor de nuestras oraciones, basta observar las grandes promesas hechas a los que suplican y oran. En Salmo XLIX, 15, dice el Señor: Invoca me, et eruam te: Invócame, y yo te liberaré.

En el Salmo XC, 14: Clamabit ad me, et ego exaudiam eum: Clamará a mi, y le oiré benigno. Y en Jeremías (XXXIII, 3) Clama ad me, et exaudiam te: Invócame, y yo te escucharé. En San Juan dice también (XV, 7): Quodcumque volueritis, petetis, et fiel vobis: Pediréis lo que quisiereis y se os otorgará. Y hay otros mil textos que expresan lo mismo, así en el antiguo, como el nuevo testamento. Dios por su naturaleza, es la misma bondad, como escribe San León: Deus cujus natura bonitas; y por esta bondad tiene un gran deseo de comunicarnos sus bienes. Por lo cual decía Santa María Magdalena de Pazis: que cuando alguna alma  pide a Dios alguna gracia, en cierto modo, queda obligado a concedérsela, puesto que ella le abre el camino con la súplica a que sacie el deseo que tiene de dispensar a los hombres sus gracias y sus favores. Así es, que en la divina Escritura parece que no hay cosa a que más nos exhorte, ni que tanto se nos inculque por el Señor, como el pedir y el orar. Para demostrar esto nos bastan aquellas palabras que leemos  en San Mateo: Petite, et dabitur vobis quœrite, et invenietis: pulsate, et aperitur vobis: Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y os abrirán. (VII, 7) San Agustín dice: que se obligó Dios con tale promesas a concedernos los que pidamos: Promittendo, debitoremse fecit. (De verb. Dom. serm. 2). Y en el sermón V añade, que no nos exhortaría tanto el Señor a pedir gracias, si no quisiese concedérnoslas: Non nos hortaretur, ut petecemus, nisi dare vellet. Así vemos, que los slmos de David, y los libros de Salomón y de los profetas están llenos de súplicas.

2.- Dice Teodoreto, que es tan eficaz la oración para con Dios, que una sola basta para obtener cuanto se pida. San Bernardo añade: que cuando nosotros pedimos, si el Señor  no nos concede la gracia que le rogamos, nos concederá otra todavía más útil. Y ¿quién invocó jamás a Dios en su auxilio, que haya sido despreciado? Leemos en la Santa Escritura, que entre los gentiles no hay ninguna nación que tenga dioses tan dispuestos a oír nuestras súplicas, como lo está el Dios nuestro. Los príncipes de la tierra, dice San Juan Crisóstomo, dan audiencia a pocos; pero Dios la concede a cuantos se la piden. Y David dice, que esta bondad del Señor en oírnos siempre que lo solicitamos, nos dá a conocer, que Él es nuestro verdadero Dios, que nos ama más que a ninguno. Por esto le dice David: In quacumque dic invocavero te, ecce cognovi, quia Deus meus es tu: En cualquier hora que te invoco, al instante conozco que Tú eres mi Dios. (Psal. LV, 10). Él quiere concedernos gracias; y lo desea con ansia, como hemos dicho ya, pero quiere también que se las pidamos. Un día dijo Jesucristo a sus discípulos: ¿hasta cuando dejaréis pedir en mi nombre? Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo. (Joann XVI, 24). Como si dijera. Os lamentáis  de que no estáis enteramente contentos conmigo; pero lamentaos de vosotros mismos, que no me habéis pedido cuanto necesitabais: pedídmelo de hoy en adelante, y seres oídos. Muchos, dice San Bernardo, se lamentan de que les falta el Señor; pero con mucha mayor razón se lamenta Dios de que muchos le faltan a Él, dejando de pedirle las gracias que necesitan.

3.- Los antiguos Padres, conferenciando entre sí para encontrar el ejercicio más útil para conseguir la salvación eterna, convinieron en que no había otro, que pedir sin intermisión y decir: Señor, ayudadme presto: Deus in adjutorium meum intende: Domine, ad adjuvandum me festina. Y por lo mismo, la santa Iglesia hace repetir tantas veces en las horas canónicas estas dos oraciones o suplicas a todo el clero y a todos los religiosos, los cuales piden, no solamente para sí, sino para todo el orbe cristiano. Dice San Juan Clímaco, que nuestras oraciones hacen una piadosa violencia a Dios para que nos oiga. Cuando se le suplica, al momento que oye la voz de nuestro clamor, responde dispensándonos las gracias que le pedimos. Por lo cual dice San Ambrosio, que el que pide a Dios, recibe mientras le está pidiendo. Y no solamente concede presto, sino abundantemente, dándonos más de lo que pedimos. San Pablo dice: que Dios es rico para con todos aquellos que le invocan. Y Santiago dijo: que si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría , pídesela a Dios, que a todos da copiosamente. Con efecto, Dios a todos da copiosamente, y no zahiere a nadie; ni siquiera nos echa en cara las ofensas que le hemos hecho, sino que se complace enriqueciéndonos con sus gracias.

Punto 2

DE LA NECESIDAD DE LA ORACIÓN

4.- Dios quiere que todos los hombres se salven, como dice San Pablo: Omnes homines vult salvos fieri, et ad agnitionem veritatis venire. (I Tim. II, 4). Y no quiere que ninguno se pierda. Espera con mucha paciencia por amor de vosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos se conviertan a penitencia. Y San León dice, que así como quiere Dios que observemos sus preceptos, así nos previene con su ayuda para que obedezcamos. Y Santo Tomás escribió acerca de las palabras del Apóstol: Y por esto a nadie le falta la gracia, sino que la comunica a todos en cuanto de Él depende. Toca a la Divina Providencia suministrar a cada cual las cosas necesarias para su salvación, con tal que el hombre no ponga obstáculos. Pero este auxilio de la gracia no le concede el Señor sino lo que se le pide, como asegura Ganadio: ninguno merece el auxilio sino aquel que lo pide. Y San Agustín afirma, que exceptuados los primeros llamamientos a la fe o a la penitencia los demás no se conceden sino al que los pide, especialmente la gracia de la perseverancia. Consta dicen, que unas gracias concede Dios aún a los que no le piden, como el principio de la fe; y que otras no las otorga sino a los que las piden, como la perseverancia final. Y añade: Dios quiere dar, pero no da sino a los que le piden.

5.- Es sentencia común entre los teólogos con San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Agustín, Clemente, Alejandrino y otros, que la oración es necesaria a los adultos necessitate medii; es decir, que no pueden salvarse sin pedir a Dios los medios necesarios para conseguir la salvación. Y esto significan y manifiestan los textos de la Sagrada Escritura: Conviene orar perseverantemente (Luc. XVIII, 1). Pedid y recibiréis (Joann. XVI, 24). Estas palabras, oportet, conviene; petite, pedid; orate, orad; según enseñan los doctores con Santo Tomás (3, part. qu. 39, art. 5), contienen precepto grave, que obliga especialmente en tres casos: 1º Cuando está el hombre en pecado. 2º Cuando está en grave peligro de pecar. 3º Cuando está en peligro de muerte. Y fuera de estos casos quieren los doctores, que el que no ora en un mes, o en dos, cuando más, no queda excusado de pecado mortal. Y la razón de esto es, porque sin la oración no podemos obtener los auxilios necesarios para observar la ley divina. San Juan Crisóstomo dice, que tan necesaria como es el agua para que no se sequen los árboles, lo es la oración para que no perezcamos nosotros los pecadores.

6.- Muy injustamente, pues dijo Jansenio, que nos es imposible observar algunos preceptos, aun con el auxilio de la gracia; pues el Concilio de Trento (sess. 6, cap. 11) dice: Que aunque el hombre no puede observar todos los preceptos con sólo el auxilio de la gracia ordinaria, obtiene, sin embargo, por medio de la oración, los auxilios mayores que necesita para observarlos. Dios no manda cosas imposibles, sino que, mandando, nos amonesta a hacer lo que podamos, y nos ayuda para que podamos. A lo cual debe de unirse aquella otra célebre sentencia de San Agustín: “Por lo mismo que creemos firmemente, que Dios no pudo mandarnos cosas imposibles, se nos amonesta, ya lo que debemos hacer en las fáciles, ya lo debemos pedir en las difíciles”.

7.- Pero preguntará alguno, ¿Porqué Dios, que conoce nuestra debilidad, permite que nos asalten los enemigos  los cuales no podemos resistir? Lo permite con el fin de que imploremos su ayuda, porque ve el gran bien que nos resulta de la necesidad de orar. Y así, el que queda vencido no tiene excusa de no haber podido resistir, porque lo hubiera podido si hubiese implorado el auxilio divino; y por esta negligencia le castigará Dios por no haberle implorado. Dice San Buenaventura, que si el comandante de una plaza, la perdiese por no haber pedido con tiempo socorro a su rey, éste le trataría como un traidor. Pues del mismo modo es tenido como traidor por Dios, aquel que viéndose asaltado por la tentación, no implora su auxilio. Escribe Santa Teresa: El Señor nos dice que quien pide, obtiene, luego concluye la Santa: el que no pide, no obtiene, según lo que ya había dicho Santiago: nada alcanzáis porque no pedís. San Juan Crisóstomo dice también que la oración es una arma eficaz para defenderse contra todos los enemigos. Cuyas palabras confirma San Efrén, diciendo que “el que se fortifica con la oración, impide al pecado la entrada a su alma”. Y antes que todos dijo lo mismo David por estas palabras: Invocaré al Señor y me veré libre de mis enemigos (Psal. XVII, 4).

8.-Si queremos, pues, vivir bien y salvarnos, debemos saber orar. Así se expresa San Agustín: “Sabe vivir bien el que sabe orar”. Es menester, por tanto, para obtener del Señor las gracias que le pedimos por medio de la oración, 1º: Detestar el pecado, porque Dios no escucha a los que se obstinan en él. Por ejemplo: si uno conservase odio a cualquier persona, de modo que quisiere vengarse de ella, y orase hallándose en éste estado, Dios no le escucharía, según Isaías: “Cuantas más oraciones me hiciereis, tanto menos escucharé, porque vuestras manos están llenas de sangre (I, 15) El Crisóstomo afirma, que el que tiene mala voluntad y ora, no pide, sino se burla de Dios. Si le pidiese que borrase el odio de su corazón entonces le oiría el Señor. 2º: Es necesario rogar a Dios con atención. Algunos creen orar porque repiten muchas veces la oración dominical; pero distraídos y sin fijar la atención en lo que dicen. Estos tales pronuncian palabras, más no oran: y de ellos dice Dios por Isaías: Me honran sólo con los labios; su corazón empero está lejos de mí. Conviene en tercer lugar, quitar las ocasiones que nos impidan orar. Dice Jeremías, que quien se ocupa en mil negocios y cosas inútiles al alma, opone a su plegaria una niebla que la impide llegar a Dios.

No quiero pasar en silencio aquellas palabras con que nos exhorta San Bernardo, a que pidamos gracias a Dios por medición de su divina Madre. Pidamos gracia, nos dice, y pidámosla por mediación de María, porque es su Madre, y nada le puede negar. Y San Anselmo añade: “Muchas cosas se piden a Dios que no se consiguen; pero las que pedimos a María, las obtenemos; no porque ésta pueda más, sino porque Dios determinó honrarla así, para que sepan los hombres, que no hay cosa que no se consiga de Dios por medio de Ella.

San Alfonso Maria de Ligorio

[Fuente: Ecce Christianus]

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