3er Domingo después de Pentecostés
Lc 15: 1-10
“Estamos viviendo en la Iglesia de la traición”
En este domingo se nos presentan dos parábolas: la oveja perdida y el dracma perdido. Ambas tienen como denominador común la misericordia de Dios cuando hay arrepentimiento.
En estos tiempos oscuros de apostasía general de la Jerarquía y de los miembros de la Iglesia, donde ya no se habla de pecado ¿tiene sentido hablar del perdón de los pecados? Sí, precisamente por ello. Todavía hay ovejuelas perdidas que desean volver a Dios. Sabemos que somos pecadores, pero buscamos a Dios sinceramente.
La apostasía ya no es un pecado individual sino social e institucional, tanto de las instituciones civiles como religiosas. Estamos viviendo en la Iglesia de la traición, pues ya no se proclama como la única Iglesia verdadera sino como una más de las inventadas por el hombre. Vivimos en los tiempos de la mentira y a las cosas ya no se les llama por su nombre. Al aborto se le llama interrupción del embarazo; al divorcio eclesiástico, nulidad del vínculo. Cambiando las palabras pretendemos engañar a Dios.
Es la Iglesia de la hipocresía, porque muchos de sus jerarcas lo son; pretenden ser adalides de virtudes como la humildad o la pobreza, cuando en realidad no las tienen.
Por otro lado, movido por “intereses” sean cuales sean, no se termina de tomar una clara postura frente a ciertas apariciones, como las de Medjugorje. No voy yo a dar mi opinión, pues sería una pura opinión. Es la Iglesia la que tiene que definirse, pero pasa el tiempo y no dice nada, y mientras tanto se confunde a los fieles y de paso muchos se aprovechan. ¿Cómo la Iglesia permite esas peregrinaciones en masa y no dice nada claro? ¿Vivimos en una Iglesia fiel a Cristo o en una Iglesia donde nadie puede estar seguro de nada? Son pues momentos de confusión.
Entonces, ¿tiene sentido seguir hablando de la misericordia y del perdón? Claro que sí. Hay muchos que han traicionado, pero también hay muchos que están deseando volver al redil de Cristo. ¿Qué es el pecado? Es un misterio de iniquidad, un pozo insondable de maldad y malicia. Satanás odia a Dios, y también a nosotros, pues somos sus criaturas.
Jesús vivió entre nosotros y nos enseñó a ser hombres. También cargó con nuestros pecados. Se hizo gusano por nosotros. El Buen Pastor carga sobre sus hombros a la oveja descarriada. El hijo pródigo vuelve arrepentido a pedirle perdón a su padre.
Hemos sido hechos para amar y ser amados; no para el odio.. (sigue)