I. «Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación y me ha envuelto con un manto de justicia, como novia que se adorna con sus joyas» (Is 61, 10).
Estas palabras del Introito de la Misa de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, si bien el profeta Isaías las escribió en referencia al Mesías, anunciando al Salvador, la Liturgia de la Iglesia las pone hoy de alguna manera en labios de Nuestra Señora que recibió el privilegio de su Concepción Inmaculada en orden a su Maternidad divina.
Dios preparó a su Hijo una digna morada y, por la muerte prevista de Cristo, preservó a santa María de toda mancha (oración). A su vez, las oraciones de la Misa piden para nosotros que, por intercesión de la Virgen, lleguemos a Dios «enteramente limpios» (oración), «seamos libres de toda culpa» (secreta) y que «los sacramentos recibidos reparen en nosotros las heridas de la culpa, de que por singular favor preservaste la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María» (poscomunión)[1].
II. La Virgen Inmaculada será siempre el modelo que debemos imitar los cristianos.
«Reconozcámonos íntimamente unidos a la Inmaculada, en el cuerpo místico de Cristo. No nos contentemos solamente con admirarla. Acordémonos de que Ella y nosotros somos una misma cosa. La Inmaculada, la Pura, la llena de gracia es propiedad nuestra. Su gracia, su pureza, sus virtudes nos pertenecen. Ella recibió esos tesoros, no tanto para sí misma, cuanto para nosotros, para sus hijos, para la totalidad del Cuerpo de Cristo […] Todo lo que nosotros poseemos, de gracia y de riqueza espiritual, lo hemos recibido de Dios por medio de Cristo y de su inmaculada Madre, de su fiel colaboradora en la obra de la redención»[2].
La fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María nos recuerda cuánto estima y ama Dios la pureza y santidad del alma. Ella es nuestro modelo de santidad y una llamada a vivir en particular la virtud de la santa pureza a pesar de que choca frontalmente con el ambiente en que vivimos y no es entendida por muchas personas cegadas por el materialismo y el desorden de las propias pasiones.
Una virtud que, sin embargo, es absolutamente necesaria para que podamos vivir como hijos de Dios en la tierra y salvar nuestra alma para la eternidad. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8): Limpios de corazón son los que no tienen ningún afecto al pecado, viven apartados de él y principalmente evitan todo género de impureza y el premio que les ofrece Jesucristo, como en las restantes bienaventuranzas, significa la gloria eterna del Cielo[3].
Esta virtud se puede vivir en las diversas edades y circunstancias de la vida con la ayuda de la gracia que recibimos sobre todo acudiendo con sinceridad al sacramento de la confesión y recibiendo la Eucaristía. También habrá que cuidar la afectividad, las mortificaciones habituales; la modestia y el pudor en el trato con los demás, y evitar con valentía las ocasiones de pecado. Y todo ello con una sincera devoción a Nuestra Señora, para alcanzar de Ella que nos obtenga de Dios el don de una vida santa y limpia.
III. La devoción a la Inmaculada Concepción es para nosotros un grato deber como cristianos y españoles.
A instancias del rey Carlos III, que había recibido petición de las Cortes de Castilla en dicho sentido el 17 de julio de 1760, el papa Clemente XIII proclamaba a la Inmaculada patrona de España y de sus Indias (breve Quantum ornamenti, 8-XI-1760), otorgando dos años después para el mismo territorio misa y oficio litúrgico propio (breve Quum primum, 17-enero-1762). También a petición del monarca español, concedió el Papa que en las letanías de la Virgen se añadiese la invocación «Mater inmaculata» (14-marzo-1767)[4]. Se ratificaba así lo que más tarde expresó Juan Vázquez de Mella en palabras inmortales:
«El culto y el amor a la Virgen María de tal manera está encendido en los corazones españoles, que se halla enlazado con toda su historia y brilla como una honrosa distinción en el espíritu de sus hijos. No hay acto nacional de trascendental importancia en que no aparezca la imagen de María»[5].
Hagamos el propósito de acudir a la Virgen María con más frecuencia y de contemplar el misterio de su Concepción Inmaculada para encontrar auxilio en nuestras plegarias y en nuestro esfuerzo por vivir la virtud de la pureza.
[1] Eloíno NÁCAR FUSTER; Alberto COLUNGA, Misal ritual latino-español y devocionario, Barcelona: Editorial Vallés, 1959, 1011-1015.
[2] Bruno BAUR, Sed luz, vol.1, Barcelona: Herder, 1953, 55.
[3] Catecismo Mayor V, 3, 935 y 938.
[4] Cfr. E. PORTILLO, El patronato de la Inmaculada en España y sus Indias, Dominios y Señoríos (1760), in: Razón y Fe, 9 (1904), 5-22, 192-199, 277-290 y 413-424; cit, por F. Javier CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA, La devoción a la Inmaculada Concepción en las “Relaciones Topográficas”, in: La Inmaculada Concepción en España: religiosidad, historia y arte, San Lorenzo del Escorial: R.C.U. Escorial-M.ª Cristina Servicio de Publicaciones, 2005, 10.
[5] <https://desdemicampanario.es/2022/12/08/la-inmaculada-concepcion/>.