Intervención Cardenal Brandmüller simposio «Iglesia Católica, ¿adónde vas?»

Intervención del cardenal Walter Brandmüller en el simposio celebrado en Roma el 7 de abril de 2018, Iglesia Católica, ¿adónde vas? (declaración final), comentando un texto del beato John Henry Newman sobre el papel clave de los fieles en lo que se refiere a dar testimonio de la verdadera doctrina de la Iglesia: «On Consulting the Faithful in Matters of Doctrine»

 Sobre consultar a los fieles en materia de doctrina
Walter Brandmüller

Sobre consultar a los fieles en materia de doctrina. Éste es el título de un célebre ensayo publicado en 1859 por el beato John Henry Newman, sobre el que me dispongo a hacer las siguientes observaciones. Preguntaré, por tanto, cuánto espacio, cuánto peso, haya que dar a la voz de los fieles en materia de doctrina. Planteo esta cuestión ante la crisis de fe que hoy en día trastorna profundamente la Iglesia.

A propósito de laicos, alguno podría pensar que se tenga la intención de contraponer a expertos y a laicos; donde éstos últimos están menos afectados por el conocimiento de causa, con más facilidad hacen oír la propia voz en cuestiones más complejas, por ejemplo el problema del cambio climático.

En el presente contexto, laico no se refiere a un profano en materia de teología, sino a un cristiano bautizado que ha recibido el sacramento de la confirmación, pero no el del orden. Plantearé, por tanto, cuál es el papel que compete a los seglares en la interpretación, explicación, proclamación y formulación de la doctrina de la fe, y, por último aunque no en orden de importancia, plantearé la cuestión en el contexto de la situación actual. También la Comisión Teológica Internacional, presidida por el cardenal Müller, publico en 2014 un importante documento en este sentido, el cual tendremos en cuenta.
I – Echemos para empezar un vistazo a la historia. De hecho, encontramos no pocos testimonios en ella del destacado papel del testimonio de fe de los fieles. Una vez más, el cardenal Newman nos señala la crisis arriana del siglo IV. En aquel momento se discutía la igualdad de naturaleza de la divinidad de Jesús y la del Padre. En ello se juzgaba el futuro de la Iglesia, y los obispos fallaron estrepitosamente. «No hubo una voz unánime; hablaron unos contra otros. Después de Nicea, durante casi sesenta años, faltó un testimonio firme, constante y coherente».

Mientras el episcopado estaba desestabilizado y dividido, «la Tradición divina confiada a la Iglesia infalible fue proclamada y preservada mucho más por los fieles que por el episcopado». En este caso, el dogma de la divinidad de Cristo fue «defendido mucho más por la Ecclesia docta que por la Ecclesia docens», según Newman. Los fieles laicos permanecieron de este modo «leales a su gracia bautismal».

Pasemos ahora a testimonios análogos del Medioevo y de comienzos de la Edad Moderna que hablan con preferencia de testimonios de fe de toda la Iglesia, sin distinguir entre los titulares del Magisterio y los fieles. Se habla ciertamente de la infallibilitas in credendo, esto es, de la infalibilidad pasiva de la Iglesia, que en su totalidad no puede caer en herejía.

Ahora bien, el sensus fidei de los creyentes no actúa sólo cuando es necesario rechazar el error, sino también cuando hay que dar testimonio de la verdad. Ejemplos muy significativos de la importancia que han dado algunos papas al testimonio de fe de los laicos los encontramos en los últimos dos siglos, y más precisamente en el contexto de los dogmas marianos de 1854 y 1950.

En ambos casos, antes de formular ambas definiciones todos los obispos del mundo fueron invitados a verificar y a exponer ellos mismos, ante el clero y los fieles, su postura con relación a dichas propuestas. De modo que tanto Pío IX como Pío XII pudieron comprobar la convicción de la fe viva en la Iglesia con relspecto a ambas verdades marianas. La aprobación de ambos dogmas fue, salvo raras excepciones, general. Securus iudicat orbis terrarum. San Agustín ya había contrapuesto esa convicción a las herejías de su tiempo. Es evidente que tanto Pío IX como Pío XII eran conscientes del peso que tiene el testimonio de la fe con respecto al supremo maestro de la fe, del que más tarde hablaron en sus respectivas bulas de definición dogmática.

II – Se trata, pues, del sensus, del consensus fidei, en virtud del cual el testimonio de los fieles tiene su propio peso en la conservación, profundización y proclamación de la verdad de fe revelada.

Cuando el cardenal Newman dice que se trata de una consulta a los fieles por parte del Magisterio, se podría tener la impresión de que lo que se propone es hacer una especie de sondeo, incluso de un plebiscito. Esto, como es natural, es imposible. La Iglesia no es una sociedad democráticamente constituida, sino el Cuerpo Místico de Cristo resucitado y glorificado, con el cual y en el cual los fieles están unidos como los miembros de un cuerpo, como formando un organismo sobrenatural. Está claro que por esta razón se aplican leyes distintas a las de la sociología y la política. Lo que resulta de ello es la realidad de la gracia.

Como enseña la fe, por medio del sacramento del bautismo se infunde al bautizando la gracia santificante, que es una realidad ontológica sobrenatural que hace por consiguiente al hombre santo, justo y agradable a Dios. Junto con la gracia santificante –se podría decir también gracia justificante– se infunden además las tres virtudes teologales de fe, esperanza y caridad. Fe, esperanza y caridad son un habitus, una predisposición del alma, que hacen a esta última capaz de actuar, de obrar en conformidad.

Una manera en que se hace eficaz la virtud teologal de la fe es, entre otras cosas, el sensus fidei de los fieles.

Esta eficacia puede, positivamente, infundir un entendimiento más profundo de la verdad revelada, una comprensión más clara y una profesión de fe más firme.

En el aspecto negativo, por el contrario, el sensus fidei actúa como una suerte de sistema inmunitario espiritual que lleva a los fieles a reconocer y rechazar instintivamente todo error. Sobre este sensus fidei se apoya por tanto –independientemente de la promesa divina– también la infalibilidad pasiva de la Iglesia, o sea la certeza de que la Iglesia, en su totalidad, no podrá jamás caer en herejía.

De hecho, en el número 12 de la constitución Lumen gentium el Concilio Vaticano enseña: «La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando «desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos» [22] presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres. Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el Pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente «a la fe confiada de una vez para siempre a los santos (Judas 3), penetra más profundamente en ella con juicio certero y le da más plena aplicación en la vida». Por tanto, el consenso de los fieles y la manifestación de éste tienen una importancia que no conviene desestimar.

III – Es indudable que en la historia de la Iglesia se han dado casos así. Sucedió de ese modo con el movimiento de los patarinos en el norte de Italia que, junto a intentos de reforma por parte de Roma, se alzó en la segunda mitad del siglo XII contra la investidura de laicos, la simonía y el concubinato sacedotal. Más tarde, fueron multitudes de fieles las que en el siglo XIV emprendieron camino a la tumba de los apóstoles e indujeron a Bonifacio VIII a instituir el Año Santo y exponer la doctrina de las indulgencias mediante la bula Antiquorum habet fida relatio. Tampoco debemos olvidar la importancia que tuvo el ultramontanismo en el siglo XIX en lo referente a los dogmas definidos por el Concilio Vaticano I.

Pero la experiencia de la historia nos enseña también que la verdad no reside necesariamente en la mayoría, en la fuerza numérica.

¿Qué habría habido que decir, por ejemplo, cuando el nuncio apostólico Girolamo Aleandro informó en el Reichstag de Worms en 1521 que nueve décimas partes de los alemanes habían vitoreado a Lutero y exclamado abajo la Curia romana? ¿Qué habría que decir hoy cuando nuestras parroquias aplauden con energía a un sacerdote que acaba de anunciar en su homilía su inminente boda? ¿Qué pasó para que el Congreso Católico alemán de 1968 reaccionara con protestas excesivas, de hecho, con odio, a la encíclica Humanae vitae?

¿Se puede decir realmente que en esos casos estaba actuando –y actúa– el sensus fidei, el consensus fidelium, nutrido por las virtudes teologales? Parece evidente, en estos y en otros casos análogos, que el consensus fidei fidelium no se puede comparar con la voluntad general de Rousseau.

Por tanto, cuando una masa de católicos consideran legítimo volverse a casar tras divorciarse, así como la contracepción y otras cosas por el estilo, no se trata de un testimonio masivo a favor de la fe, sino de un masivo alejamiento de la misma.

El sensus fidei no es algo que se pueda determinar democráticamente, mediante encuestas. La única cuestión es en qué se distingue el testimonio masivo del alejamiento en masa.

San Juan Pablo II ya subrayó la necesidad de distinguir con atención entre la opinión pública y el sensus fidei fidelium.

La Comisión Teológica Internacional también ha dicho con gran claridad a este respecto: «Es evidente que no se puede indentificar de modo puro y simple el sensus fidei con la opinión pública o de la mayoría. No son lo mismo en modo alguno»  (El sensus fidei en la vida de la Iglesia, nº 118). Esto se puede aplicar también a la opinión pública o de la mayoría en el seno de la Iglesia. «En la historia del pueblo de Dios, en muchos casos no ha sido la mayoría la que ha vivido auténticamente la fe y dado testimonio de ella […] Por lo tanto, es de particular importancia discernir y escuchar la voz de los «pequeñuelos que creen»» (Mc. 9,42) (íbidem).

Esto que sigue es extraordinario: «La experiencia de la Iglesia demuestra que en ocasiones la verdad de la Fe no se ha conservado gracias al empeño de los teólogos ni a las enseñanzas de la mayoría de los obispos, sino en el corazón de los creyentes» (íbid., 119).

Un ejemplo particular de ello lo encontramos en la confusión arriana en torno al Concilio de Nicea que recordaba Newman, cuando hasta los sínodos de obispos, o bien sostenían la herejía, o la difundían. Lo mismo se podría señalar pensando en las opiniones que sostienen hoy los consejos diocesanos, pastorales y de otros tipos instituidos en el periodo postconciliar. Tal vez sea alejarse un poco de la realidad que el citado documento Sensus fidei los califique en general de «instrumentos institucionales» para evaluar el sensus fidelium (íbid., 125).

De hecho, como ya demuestra el ejemplo citado de los postnicenos, los sínodos pueden caer en error. En ese caso se vuelve más importante todavía el discernimiento.

Tal necesidad la pone de relieve el documento El sensus fidei en la vida de la Iglesia de 2014: «Es necesario examinar para saber discernir e identificar sus auténticas manifestaciones [del sensus fidei]. Esta clase de discernimiento lo piden las situaciones de tensión, en las cuales es preciso distinguir el auténtico sensus fidei de la simple expresión de la opinión común, de intereses particulares o del espíritu de los tiempos» (nº 87).

Una vez más podemos hacer alusión a J.H. Newman, que en su Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana propone una serie de criterios que permiten distinguir entre el desarrollo orgánico-legítimo y el error. Baste recordar la indispensable ausencia de contradicción con respecto a la auténtica tradición.

Por consiguiente, dicho documento desarrolla también criterios, o sea «las disposiciones necesarias para participar de modo auténtico en el sensus fidei» (íbid., 73). Esto significa que no todos los que se definen como católicos pueden pretender que se los tome en serio como órganos de dicho sensus fidei.

En resumidas cuentas: «La participación auténtica en el sensus fidei exige la santidad. […] Ser santos significa fundamentalmente […] estar bautizados y vivir la fe con la potencia del Espíritu Santo» (íbid., 99). De esta manera se define una exigencia muy alta.

En vista de estas premisas, es necesario tener en cuenta lo que enseña el Concilio Vaticano II en el número 12 de Lumen gentium: «Es necesario que los católicos sean plenamente conscientes de tener la verdadera libertad de palabra y de expresión que se funda en el sentido de la fe y en la caridad»  (Lumen gentium, 12, El sensus fidei en la vida de la Iglesia, 124). Por eso también el canon 212 establece: «[Los fieles] tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres».

Eso sí, se plantea la cuestión de cómo discernir el auténtico sensus fidelium, que por lo tanto reviste la mayor importancia.

En la fase preparatoria de los sínodos de los obispos, por ejemplo, se distribuyen cuestionarios con ese fin. No estoy capacitado para juzgar hasta qué punto esto se hace de manera profesional, es decir, teniendo en cuenta los métodos desarrollados por la demoscopia moderna. Sin embargo, está claro que tales cuestionarios llegan más fácilmente a los cuadros dirigentes de las instituciones católicas que a las comunidad normal de los fieles. Era de esperar por tanto que los resultados de la consulta en vez de reflejar la verdadera opinión pública del pueblo fiel estuviese influida por el pensamiento promovido por asociaciones particulares, y todo eso.

Otro problema es la selección, o sea, la formulación de las preguntas planteadas. De ese modo era fácil manipular los resultados. Es bastante dudoso que ello permita percibir el verdadero sensus fidei fidelium.

Sostengo que el sensus fidei fidelium se expresa de un modo mucho más auténtico mediante declaraciones espontáneas. Un ejemplo muy evidente lo ofrecen las masivas manifestaciones que tienen lugar en Francia con el nombre de Manif pour tous.

Es digna de señalar igualmente la participación de centenares de millares de personas en la Marchas por la vida.

Por último, casi un millón de católicos han dirigido al Santo Padre una petición con respecto a las cuestiones surgidas con respecto a Amoris laetitia, secundados por más de doscientos eminentes intelectuales de todo el mundo.

Estas son las formas en que se manifiesta en la actualidad el sensus fidei, el instinto de la fe del pueblo creyente.

Es hora de que el Magisterio preste la debida atención a este testimonio de fe.

En la obra citada, Sobre consultar a los fieles en materia de doctrina, J.H. Newman dijo: «Desde luego no creo que puedan volver jamás tiempos como los de la herejía arriana». Estaríamos todos mejor hoy en día si hubiera tenido razón.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe. Fuente)

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