Irlanda: ¿quién tiene la culpa de la apostasía?

En su obra maestra El alma de todo apostolado, Jean-Baptiste Chautard (1858-1935), abad trapense de Sept-Fons, enuncia esta máxima: “A un sacerdote santo corresponde un pueblo fervoroso; a un sacerdote fervoroso un pueblo piadoso; a un sacerdote piadoso un pueblo honrado; y a un sacerdote honrado un pueblo impío”. Si es cierto que siempre hay un grado de diferencia en cuanto a vida espiritual entre el clero y el pueblo católico, después del plebiscito celebrado en Dublín el pasado 22 de mayo habría que añadir: “Y a un sacerdote impío corresponde un pueblo apóstata”.

matrimonio-omosessuale-282x278Irlanda es, en efecto, el primer país en el que el reconocimiento legal de las uniones homosexuales no se ha introducido desde arriba, sino desde abajo, por medio de un referéndum. Pero Irlanda es también uno de los países con una tradición católica más antigua y arraigada, y en el que todavía existe relativamente una marcada influencia del clero sobre una parte de la población. No es una novedad que el sí al matrimonio gay gozara del apoyo de todos los partidos, ya fueran de derecha, centro e izquierda. No sorprende que todos los medios hayan apoyado la campaña pro LGTB, ni que haya habido una masiva intervención económica extranjera a favor de dicha campaña. Sin hablar de que, habiendo votado el 60 % de la población, sólo el 37,5 % de los ciudadanos se manifestó a favor de la propuesta y el gobierno había barajado hábilmente las cartas, aprobando en enero de este año una ley que consiente la adopción por parte de homosexuales, antes de reconocer el falso matrimonio gay. Lo que suscita el mayor escándalo son el silencio, las omisiones y la complicidad de los sacerdotes y obispos irlandeses durante la campaña electoral. Para muestra, un botón: antes de las elecciones, el arzobispo de Dublín Diamund Martin declaró que él habría votado en contra del matrimonio homosexual, pero no habría dicho a los católicos cómo debían votar (LifeSiteNews.com, 21 de mayo). Después del referéndum, ha declarado a la televisión nacional irlandesa que «no se puede negar la evidencia», y que la Iglesia de Irlanda «debe tener en cuenta la realidad”. Lo que ha sucedido, añade monseñor Martin, “no ha sido sólo el triunfo de campañas a favor del sí o del no, sino que revela un fenómeno mucho más profundo” que “obliga a reevaluar la pastoral juvenil: en el referéndum ha ganado el voto de los jóvenes, y el 90% de los jóvenes que han participado ha asistido a colegios católicos” (www.corriere.it/esteri/. 15 de mayo).

En general y con pocas excepciones, esta postura refleja la del clero irlandés, que ha adoptado la línea que auspicia en Italia el secretario general de la Conferencia Episcopal, monseñor Nunzio Galantino: evitar a toda costa polémicas y desencuentros: “No se trata de ver quién grita más, los fanáticos de ambas partes se excluyen ellos mismos” (Corriere della Sera, 24 de mayo). Lo que equivale a decir: arrinconemos la predicación del Evangelio y de los valores de la fe y la Tradición católica para buscar un punto de encuentro, y contemporicemos con los adversarios. Sin embargo, el 19 de marzo de 2010, en su carta a los católicos de Irlanda, Benedicto XVI había invitado al clero y al pueblo de la isla a volver “a los ideales de santidad, caridad y sabiduría trascendente … que en otros tiempos hicieron grande a Europa y que hoy pueden refundarla” (nº 3), así como a “sacar inspiración de la riqueza de una gran tradición religiosa y cultural” (nº 12), que no está superada, aunque a ella se oponga “una vertiginosa transformación social que con frecuencia ha tenido un efecto adverso en la tradicional adhesión del pueblo a las enseñanzas y valores católicos” (nº 4).

Más adelante en la carta, Benedicto XVI afirma que en los años sesenta fue determinante la tendencia de un sector de los sacerdotes y los religiosos a adoptar mentalidades y valoraciones propias de la realidad secular sin tomar suficientemente como referencia al Evangelio”. Esta tendencia es la misma que volvemos a encontrar hoy en día. En ella está la causa del proceso de degradación moral que desde los años del Concilio Vaticano II ha barrido como una avalancha las costumbres e instituciones católicas. Si hoy los irlandeses, a pesar de seguir siendo mayoritariamente católicos, abandonan la fe, la razón no es sólo la pérdida de prestigio de consenso en la Iglesia a raíz de los escándalos con relación a abusos sexuales. La verdadera causa es que sus pastores han capitulado cultural y moralmente ante el mundo, aceptan esa degradación como una evidencia sociológica sin plantearse el problema de su propia responsabilidad. En este sentido, su comportamiento es impío, falto de piedad, ofensivo para la religión, aunque no sea formalmente herético. Pero todo católico que ha votado sí, es decir, la mayoría de los católicos que se han expresado en las urnas, se ha manchado de apostasía. La apostasía de un pueblo cuya constitución se inicia todavía con una invocación a la Santísima Trinidad.

La apostasía es un pecado más grave que la impiedad, porque supone renegar explícitamente de la fe y la moral católicas. Y la mayor responsabilidad de este pecado público corresponde a los pastores que la han tolerado y fomentado con su conducta. Las consecuencias del referéndum de Irlanda serán devastadoras. Cuarenta y ocho horas después de la votación se reunieron en Roma, bajo la dirección del cardenal Reinhard Marx, los principales miembros de las conferencias episcopales alemana, suiza y francesa para planificar su actuación con miras al próximo Sínodo. Según el periodista allí presente, los temas que se trataron fueron “matrimonio y divorcio”, “la sexualidad como expresión del amor” (La Repubblica, 26 de mayo de 2015). La misma línea que trazó el cardenal Kasper: la secularización es un proceso irreversible al que debe adaptarse la realidad pastoral. Y para el arzobispo Bruno Forte, el mismo que pedía en el Sínodo “la codificación de los derechos homosexuales”, y al que el Papa ha confirmado en su cargo de secretario especial del  Sínodo de la Familia, “se trata de un proceso cultural de secularización audaz en el cual participa de lleno Europa” (Corriere della sera, 25 de mayo de 2015).

Por último, hay una cuestión que no se puede eludir: el silencio sepulcral del papa Francisco sobre Irlanda. Durante la misa de apertura de la Asamblea de Cáritas el 12 de mayo pasado, el Sumo Pontífice tronó contra «los poderosos de la tierra», recordándoles que “Dios los juzgará un día, y quedará manifiesto si realmente intentaron darle de comer en toda persona y se preocuparon por evitar la destrucción del medio ambiente, para que pueda producir los alimentos necesarios”. El 21 de noviembre de 2014, comentando el pasaje evangélico en que Jesús expulsa a los mercaderes del Templo, el Papa lanzó su anatema contra una Iglesia que sólo piensa en hacer negocios y comete “pecado de escándalo”. Con frecuencia, Francisco denuncia la corrupción, el tráfico de armas y de esclavos, y la vanidad del poder y del dinero. El 11 de junio de 2014, aludiendo a los políticos corruptos, a los que lucran con «el trabajo de los esclavos» y los “mercaderes de la muerte”, el Vicario de Cristo les amonestó pidiendo que “el temor de Dios les haga entender que un día todo se acabará y deberán rendirle cuentas”. “El temor de Dios” abre el corazón de los hombres “a la bondad, a la misericordia y a la ternura” de Dios, pero “es también un toque de alarma ante la pertinacia del pecado”.

Ahora bien, la aprobación legal del vicio contra natura, ¿no es acaso incomparablemente más grave que los pecados que recuerda el Papa con tanta frecuencia? ¿Por qué en los días previos al plebiscito no hizo el Santo Padre una exhortación vehemente y fervorosa a los irlandeses recordándoles que infringir las leyes divinas y naturales es un pecado social del que un día deberán dar cuentas a Dios el pueblo y sus pastores? ¿No se hace también cómplice de este escándalo con su silencio?

Roberto de Mattei

[Traducido por J.E.F para Adelante la Fe con permiso del autor]

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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