La Gran Cena y los invitados descorteses (II)

Continúa la parábola diciendo que el padre de familias se sintió tan molesto, ante el rechazo a su llamada por parte de los invitados, que dijo a su criado:

—Pues sal entonces a las plazas y calles de la ciudad y trae a los pobres, a los tullidos, a los ciegos y a los cojos.

La parábola, que es bastante expresiva, pone bien de manifiesto que no son los ricos los que acostumbran acudir a la llamada del banquete divino. Más bien sucede que son ellos quienes prefieren despreciar el ofrecimiento divino y elegir las cosas de este mundo, a las cuales consideran como las únicas riquezas capaces de colmar las ansias del corazón. La finca adquirida, la yunta de bueyes comprada o la boda recién celebrada, relatadas como cosas a las que los invitados se consideran obligados a atender, no son sino figuras retóricas utilizadas por la parábola para expresar las preferencias de quienes se deciden en favor del mundo y desprecian a Jesucristo.[1]

Que sean los pobres los ahora llamados y los que aceptan la invitación del padre de familias, en sustitución de los que siendo ricos no quisieron acudir, es otra de las misteriosas paradojas que jalonan la existencia cristiana. La cual nos conduce a la enigmática afirmación del Evangelio que asegura que el Reino de los Cielos es para los pobres:Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos.[2] Con el planteamiento de un problema complejo contenido en el conjunto del Mensaje de Jesucristo: el enfrentamiento entre el amor al mundo, con sus pompas y sus obras y todo lo que representa, de una parte, y la pobreza cristiana, de otra.

Pero la virtud de la pobreza es la más próxima a la de la caridad, tan íntimamente vinculada a ella que podría decirse que, bajo ciertos aspectos, la sigue en importancia. Pues quien ama lo entrega todo por amor, y de ahí que quede reducido a la situación del indigente que ya nada posee por haber entregado sus pertenencias a la persona amada. Que es donde radica la clave de la necesidad de la pobreza para entrar en el Reino de los Cielos: Quien no renuncia a todo lo que posee no puede ser mi discípulo.[3] Cosa que San Pablo especificaba claramente: Considerad, si no, hermanos vuestra vocación; porque no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que Dios escogió la necedad del mundo para confundir a los sabios, y la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes.[4] Y que parece quedar confirmada, a sensu contrario, por el poco aprecio que Jesucristo manifiesta hacia los ricos: En verdad os digo que es difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos. Más fácil sería que pase un camello por el ojo de una aguja.[5] Y en otro lugar afirma además que no podéis servir a Dios y a las riquezas.[6]

La cuestión no puede resolverse de un modo simplista, aunque está muy bien solucionada por Santo Tomás en su tratado De Perfectione Vitæ Spiritualis,[7] en el que recuerda a personajes como Zaqueo, Mateo y Bartolomé que fueron ricos y entraron no obstante en el Reino de los Cielos.

Con todo, y dando por admitido que no siempre se ha sabido presentar un concepto claro basado en las palabras y conducta del mismo Jesucristo, cabe preguntar: ¿Cuál es exactamente la doctrina del Fundador del Cristianismo acerca de los conceptos contrapuestos de riqueza y de pobreza?

Si se examina atentamente el texto de Mt 6:24 —No podéis servir a Dios y a las riquezas— fácilmente se advierte que no se trata de poseer o no poseer riquezas, sino de dedicarse a servirlas. Lo que manifiesta una preferencia hacia ellas frente a Dios que impediría la entrada en el Reino de los Cielos.[8] Por otra parte, el texto de Mt 5:3, en el que se habla de los pobres de espíritu aclara el texto de San Lucas y conduce al verdadero concepto cristiano de pobreza. Santo Tomás alude también a una observación de San Agustín respecto a las palabras de Jesucristo en las que dice que es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos: según San Agustín (en De quæ st. Evang.), los discípulos dedujeron de ellas que todos los que ansían las riquezas se encuentran dentro del número de los ricos, pues de otro modo, siendo muy pocos los ricos en comparación con la multitud de los pobres, no hubieran formulado la pregunta: Entonces, ¿quién podrá salvarse…? E incluso el mismo Jesucristo trataba y comía con los pobres lo mismo que con los ricos.

El problema de fondo radica aquí en la corrupción que el Maligno ha introducido en el concepto de pobrezapara crear una grave confusión en la mentalidad cristiana. Pues siendo la pobreza la virtud más próxima a la caridad, enteramente vinculada a ella, y siendo igualmente la caridad el punto nuclear de la vida cristiana, la manipulación del concepto de la primera ha supuesto un golpe de gracia para la fe del Pueblo cristiano. El cual ha terminado por recelar de todo lo que se refiera al concepto de riqueza.

La gravedad del problema se comprende mejor cuando se considera que la pobreza es, entre las virtudes cardinales, la más importante de la existencia cristiana según una línea de actuación que la conecta con la caridad. De su importancia derivan su sublime belleza y las preferencias que el Evangelio muestra hacia los pobres, los humildes y los pequeños según el mundo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños.[9] Y su dependencia de la caridad la rodea de una especial aura de amor y de dulzura, junto a un peculiar encanto que transpira a través de su naturaleza y la dota de un extraordinario poder de seducción. Lejos de exigir nada la pobreza está más bien dispuesta a entregarlo todo. Ajena al espíritu de rebeldía, se goza en la mansedumbre, en la humildad, en el amor al prójimo y en fijar sus esperanzas solamente en el Dios al que ama.

La pobreza marxista, por el contrario, carece de todo vestigio de caridad y de amor al prójimo. La llamadaopción por los pobres de las ideologías marxistas, asumida a su vez por las doctrinas católicas inficionadas de marxismo, no es sino una corrupción y manipulación del concepto de pobreza cristiana. Animada como está por sentimientos de odio y de rebelión contra los demás, está dispuesta a reivindicar todo de lo que dice haber sido desposeída, al mismo tiempo que está convencida de que nada debe a nadie. Se alimenta del supuesto según el que se ve sometida a una situación de miseria económica y social, sufrida por causa de las injusticias a las que ha sido sometida por la burguesía como principal clase opresora. Siendo absolutamente indiferente que tal situación sea real o ficticia; y aún más todavía, dado que este punto ha sido previsto por la doctrina marxista como principio fundamental que informa la llamada lucha de clases. La cual exige que sea creada la situación de injusticia cuando realmente no exista, como instrumento más eficaz para derrocar a la burguesía y los principios cristianos sobre los que ésta se fundamenta. En definitiva, se trata de un concepto de pobreza, producto de las ideologías marxistas, fundamentado en el odio contra toda especie de valores cristianos y el deseo de eliminar todo lo que se fundamenta en ellos, a saber: los más fundamentales derechos de la naturaleza humana que afectan a la dignidad de la persona y la supresión de todo vestigio que favorezca su libertad.

He ahí el concepto de pobreza que se ha introducido en el Catolicismo a través principalmente de la Teología de la Liberación, convertido en principio básico de la Doctrina y Pastoral de la moderna Iglesia, cuyos Pastores más encumbrados la difunden en la actualidad libremente y sin oposición alguna. Muchos años de predicación continuada en este sentido han logrado crear en el conjunto de los fieles una idea de la pobreza que, junto a la malicia y falsedad que la animan, los priva del sublime tesoro de grandeza y de vida eterna que podría proporcionarles la práctica de la verdadera pobreza cristiana.

(Continuará)

Padre Alfonso Gálvez


[1] San Pablo se quejaba con dolor de la conducta de uno de sus discípulos: Pues Demas me abandonó por amor de este mundo (2 Tim 4:10).

[2] Lc 6:20.

[3] Lc 14:33.

[4] 1 Cor 1: 26–27.

[5] Mt 19: 23–24.

[6] Mt 6:24.

[7] Cf mi libro El Amigo Inoportuno, Shoreless Lake Press, New Jersey, 1995, pags. 132 y ss., donde el tema está ampliamente desarrollado.

[8] Que es lo que sucede de hecho con la inmensa mayoría de quienes, además de poseer riquezas, se dedican efectivamente a servirlas, y de ahí su peligro.

[9] Lc 10:21.

Padre Alfonso Gálvez
Padre Alfonso Gálvezhttp://www.alfonsogalvez.com
Nació en Totana-Murcia (España). Se ordenó de sacerdote en Murcia en 1956, simultaneando sus estudios con los de Derecho en la Universidad de Murcia, consiguiendo la Licenciatura ese mismo año. Entre otros destinos estuvo en Cuenca (Ecuador), Barquisimeto (Venezuela) y Murcia. Fundador de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, aprobada en 1980, que cuenta con miembros trabajando en España, Ecuador y Estados Unidos. En 1992 fundó el colegio Shoreless Lake School para la formación de los miembros de la propia Sociedad. Desde 1982 residió en El Pedregal (Mazarrón-Murcia). Falleció en Murcia el 6 de Julio de 2022. A lo largo de su vida alternó las labores pastorales con un importante trabajo redaccional. La Fiesta del Hombre y la Fiesta de Dios (1983), Comentarios al Cantar de los Cantares (dos volúmenes: 1994 y 2000), El Amigo Inoportuno (1995), La Oración (2002), Meditaciones de Atardecer (2005), Esperando a Don Quijote (2007), Homilías (2008), Siete Cartas a Siete Obispos (2009), El Invierno Eclesial (2011), El Misterio de la Oración (2014), Sermones para un Mundo en Ocaso (2016), Cantos del Final del Camino (2016), Mística y Poesía (2018). Todos ellos se pueden adquirir en www.alfonsogalvez.com, en donde también se puede encontrar un buen número de charlas espirituales.

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