Hay dos palabras que aparecen con frecuencia en los discursos de León XIV desde que principió su pontificado: paz y unidad. La paz es la que invoca el Pontífice ante una situación internacional a la que en el pasado día 12 calificó en el Regina Coeli de dramática. Y la unidad es la que necesita la Iglesia para afrontar un mundo un pedazos, como explicó en su discurso de entronización el pasado día 18 de este mes.
El mundo, efectivamente, es golpeado por conflictos geopolíticos, pero el papa León sabe bien que también la Iglesia, después del pontificado de Francisco, está aquejada de profundas divisiones internas, y querría por el contrario «una Iglesia unida (…) que se convierta en fermento para un mundo reconciliado».
«¡La paz sea con vosotros!», exclamó León XIV cuando apareció ante el mundo en el balcón de las bendiciones la tarde en que fue elegido. Pero el Papa ha tenido que señalar que se trata de «la paz del Cristo resucitado, una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante», que proviene de Dios. Por eso, en su discurso del 14 de mayo con motivo del Jubileo de las Iglesias Orientales, recordó que se refiere a la paz de Cristo, que específico a sus discípulos: «Les dejo la paz, les doy mi paz. No como la da el mundo, yo se la doy a ustedes» (Jn.14,27). La paz de Cristo –explicó el papa León– no es el silencio sepulcral después del conflicto, no es el resultado de la opresión, sino un don que mira a las personas y reactiva su vida». «Quién, pues, más que ustedes –añadió–, puede cantar palabras de esperanza en el abismo de la violencia? (…) Es cierto: desde Tierra Santa hasta Ucrania, desde el Líbano hasta Siria, desde Oriente Medio hasta Tigray y el Cáucaso, ¡cuánta violencia! Y sobre todo este horror, sobre la masacre de tantas vidas jóvenes, que deberían provocar indignación, porque, en nombre de la conquista militar, son personas las que mueren, se alza un llamamiento: no tanto el del Papa, sino el de Cristo, que repite: «¡La paz esté con ustedes!»
Del mismo modo, la unidad que invoca el Papa no es la del mundo, sino la de Cristo, como destacó el pasado día 18 en la misa inaugural de su pontificado: «Queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo nosotros somos uno».
El lema del papa León XIV es: en el único Cristo nosotros seamos uno, remite directamente a la oración que hace Jesús en el Evangelio de San Juan, la cual comentó San Pío X en la carta apostólica Quoties animum con estas palabras: «Cada vez que pensamos en las oraciones que Cristo dirige al Padre Eterno y recoge el capítulo 17 de San Juan nos conmueven en el alma y sentimos un ardiente deseo de ver que la multitud de creyentes alcance tal grado de caridad que todos tengan “un mismo corazón y una misma alma” (Hch. 4,32). Cuando nuestro divino Maestro deseó esta unión fraternal, lo demostró claramente con las oraciones que hizo por los Apóstoles: “Padre Santo, por tu nombre, que Tú me diste, guárdalos para que sean uno como somos nosotros” (Jn.17,11)».
«Estas palabras –prosigue San Pío X– no se refieren solamente al colegio de los Apóstoles. La unidad de la que hablan debe ser la de todos los siervos de Cristo, como bien demuestran las frases que vienen a continuación: “No ruego sólo por ellos, sino también por aquellos que, mediante la palabra de ellos, crean en Mí, a fin de que todos sean uno, como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti, a fin de que también ellos sean en nosotros, para que el mundo crea que eres Tú el que me enviaste” (Jn.17,20-21). De lo estrecha que debe ser esta unidad dan fe estas fervientes palabras: “Yo en ellos y Tú en Mí, a fin de que sean perfectamente uno” (Jn.17,23)».
La Iglesia es una sociedad universal destinada a congregar en una misma familia todos los pueblos de la Tierra. Su unidad es la de una misma fe, una misma esperanza y una misma caridad, como la que unía a los Apóstoles en el cor unum et anima una de los primeros siglos.
En 2025 se cumplen dos importantes aniversarios en la historia de la Iglesia. El primero es el de la promulgación de la encíclica Quas primas del 11 de diciembre de 1925. En dicho documento, remitiéndose a León XIII, Pío XI afirma que todo el género humano está sometido a la potestad de Jesucristo y que los hombres no están menos sujetos a Él congregados en sociedad que invidualmente. Y añadía: «¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente –diremos con las mismas palabras que nuestro predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los obispos del orbe católico– (Encíclica Annum sanctum del 25 de mayo de 1899) se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre”».
«¡Que reine Cristo!, decía el Papa para concluir. «Es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los efectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El estar unido; es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios (Rm. 6,13), deben servir para la interna santificación del alma».
El otro aniversario que se conmemora son los 1700 años del Concilio de Nicea, que en el año 325 definió dogmáticamente la divinidad de Cristo frente a la herejía arriana. La voz de San Atanasio, que combatió intrépido a los obispos y sacerdotes herejes, nos llega resonante desde el siglo IV: «Los mandatos y leyes de la Iglesia no son cosa de hoy. Nos han sido transmitidos de modo perfecto y confiable por los Padres. La Fe no empezó hoy; nos ha venido del Señor a través de sus discípulos. No se abandone, pues, en nuestros días la tradición que se ha conservado en las iglesias desde el principio. ¡No seamos tampoco infieles a lo que se nos ha confiado! Hermanos: como administradores de los misterios de Dios, reaccionad en vista de lo que nos están robando».
Si León XIV quiere restablecer la unidad interna de la Iglesia, no queda otra solución que abrogar, corregir o desechar la exhortación Amoris laetitia del 19 de marzo de 2016, el Documento sobre la Fraternidad Humana suscrito en Abu Dabi el 4 de febrero de 2019, la carta Traditionis custodes del 16 de julio de 2021 y la declaración Fiducia supplicans del 18 de diciembre de 2023, que tantas divisiones han suscitado entre los católicos, encarando todas las persecuciones que ello comporte. Si no cruento, al menos será ciertamente un martirio moral. ¿Acaso no ha evocado él también el ejemplo de San Ignacio de Antioquía? «Él, conducido en cadenas a esta ciudad, lugar de su inminente sacrificio, escribía a los cristianos que allí se encontraban: “En ese momento seré verdaderamente discípulo de Cristo, cuando el mundo ya no verá más mi cuerpo” (Carta a los Romanos, IV, 1). Hacía referencia a ser devorado por las fieras del circo –y así ocurrió–, pero sus palabras evocan en un sentido más general un compromiso irrenunciable para cualquiera que en la Iglesia ejercite un ministerio de autoridad, desaparecer para que permanezca Cristo, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado (cf. Jn.3,30), gastándose hasta el final para que a nadie falte la oportunidad de conocerlo y amarlo. Que Dios me conceda esta gracia, hoy y siempre, con la ayuda de la tierna intercesión de María, Madre de la Iglesia».
Nuestra oración es la misma: que el Santo Padre León XIV obtenga esta gracia y, con la ayuda de la Virgen, corresponda heroicamente.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)