Seguro que hemos oído muchas veces que María es nuestra Madre, pero quizá no hemos reflexionado suficientemente sobre el significado de esa expresión.
Jesús, en la cruz, en su extrema agonía, le dijo a María: “Madre, he ahí a tu Hijo”. Se refería a San Juan Evangelista, pero con él iba incluida toda la humanidad. ¿Cómo se sintió María al oír esas palabras mientras veía agonizar a su hijo infinitamente amado, Nuestro Señor Jesucristo? Seguimos aquí las reflexiones del P. Ildefonso Rodríguez en su excelente libro Meditaciones sobre la Santísima Virgen.
Seguramente esa frase de Jesús le causó un nuevo y agudo dolor por si fuera poco lo que ya estaba sufriendo. Juan era un discípulo fiel y leal, pero no era obviamente el Maestro, Jesucristo. Vio que junto a Juan se le daba por hijos a toda la humanidad, llena de individuos cobardes y egoístas. Sin duda por un momento se debió sentir profundamente humillada ante ese intercambio de hijos tan triste para Ella.
Pero era la voluntad de Dios y no dudó en aceptarla. Llena de amor hacia nosotros, la perspectiva de saber que en el futuro muchos seres humanos salvarían sus almas, reconociendo y honrando el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, debió ser su único consuelo en el terrible momento de ver morir a su Hijo.
Tengamos siempre presente que nunca estamos solos porque en María tenemos una Madre que siempre vela por nosotros y que sólo quiere que le devolvamos una parte del inmenso amor que siente por nosotros. Hagámoslo y Ella vendrá a nuestro auxilio en el momento de la muerte, cuando no tendremos la compañía de nadie ni de nada de este mundo. .Sólo Ella nos podrá ayudar en ese crucial momento.
Si pudiéramos reunir el amor que todas las madres del mundo sienten hacia sus hijos ,todavía quedaría muy lejos del amor que siente la Virgen por cada uno de nosotros individualmente ,escribió San Alfonso Maria de Ligorio,.Doctor de la Iglesia.
San Luis María Grignon de Monfort, autor de la clásica obra el Tratado de la verdadera devoción, nos proporciona una importante clave en el amor a María. Que nos acordemos de ofrecer a María todo lo que hagamos, incluso las cosas más pequeñas. Esto tendrá un extraordinario valor. Cita también San Alfonso el caso de un devoto que pensaba con mucha frecuencia en la Virgen y le ofrecía cada noche todas sus acciones del día..En el momento de su agonía, recibió la visita de la Santísima Virgen,sonriente que le dijo: ´´Por haberme ofrecido tantas flores ,te voy a llevar conmigo a los jardines más bellos del Cielo¨
Nuestras obras ciertamente valen bien poco porque tenemos una fuerte inclinación al pecado y la mayoría de las veces no tienen la suficiente rectitud de intención. Sin embargo, si esas pobres obras, se las presentamos a través de María, que no tiene sombra de pecado, Ella se las presentará a Dios y le serán mucho más gratas en virtud del gran amor que tiene Dios a María, su criatura predilecta. María es llamada Abogada y Refugio de los pecadores (se entiende,,de los que quieren enmendarse.)
De la misma forma que tener audiencia con un rey es algo muy difícil pero en cambio si somos amigos de la reina todo es mucho más fácil.
Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado.
Animado por esta confianza, a Vos acudo, Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos.
Madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.
Rafael María Molina Sánchez