Pedro Romano (III): El nombre de Petrus Romanus (segunda parte)

Anteriormente aludimos a las palabras del Papa Francisco afirmando que la autoridad en la Iglesia debe ejercerse de modo sinodal, con una mayor participación de los Obispos y de las Conferencias Episcopales en el Gobierno Supremo que supone el ministerio petrino, dando así expresión a una preocupación que va desde Juan XXIII hasta el momento actual, pasando por Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. En realidad, todo parece estar relacionado con el revolucionario concepto del problema ecuménico, tal como fue elaborado en su nueva formulación por el Concilio Vaticano II y que la Iglesia conciliar no ha vacilado en adoptar. Según la cual, son muchos los que piensan en el papel desempeñado hasta ahora por el Papa como el principal obstáculo para la unión de todos los cristianos.

Una prueba de la nueva forma como se pretende ejercer la función petrina, que parece haber sido aceptada por el Papa Francisco, es el nombramiento de un grupo de Cardenales cuya misión es la de asesorar y de ayudar al Papa en el gobierno de la Iglesia. Con lo que se hace difícil no ver aquí otro intento de avanzar hacia una forma de ejercicio colegial del Papado, o tal vez sinodal si se prefiere decirlo con palabras del Papa Francisco. Pero puesto que asesores y ayudantes siempre han estado a disposición de los Papas, cabe preguntar acerca de las verdaderas motivaciones que han impulsado a organizarlos en grupo y otorgarles un carácter colegial.

Algunos están convencidos de que se trata, una vez más, de utilizar un procedimiento peculiar del Modernismo y que ya se puso en marcha en el Concilio Vaticano II, a saber: palabras y gestos ambivalentes, capaces de ser interpretados en un doble sentido y decisiones de gobierno de la misma índole. Todo lo cual, por el hecho mismo de apoyarse en evidentes ambigüedades, resulta casi imposible de rebatir.

Sería absurdo acusar a los Papas conciliares o postconciliares de pretender anular la Constitución Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I, cuyo carácter dogmático está fuera de toda discusión y es la piedra de toque contra la que se estrella cualquier intento conciliarista. Pero es evidente que la Teología progresista intenta vadear el obstáculo, a pesar de que la tarea se presenta como ardua y prácticamente imposible. Y no faltan testimonios que avalan los esfuerzos de los innovadores. El Papa Juan Pablo II, por ejemplo, hablando sobre el ecumenismo, se refería a la necesidad de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva (Juan Pablo II, Encíclica Ut Unum Sint, 1995, n. 95). Pero sin duda que el problema pertenece a la especie de los que resultan más fáciles de enunciar que de resolver. Pues, por ejemplo, ¿cómo es posible mantener lo esencial y abrirse, sin embargo, a una situación nueva? Demasiado ingenio sería necesario aquí para no caer en otro intento de encontrar la cuadratura del círculo.

Así se explica el aparente empeño del Papa Francisco en no aludir a su condición de Jefe Supremo de la Iglesia y su extraña insistencia en aparecer ante el orbe católico como Obispo de Roma. Su salida al balcón, recién elegido Papa, para rogar a la muchedumbre que lo bendijera como Obispo de Roma, es todo un símbolo, al que hay que añadir sus discursos y hechos posteriores en el mismo sentido. Todo lo cual ha suscitado el entusiasmo y los aplausos de los corifeos y partidarios de la Teología progresista modernista, quienes proclaman triunfalmente el fin de la Iglesia centralista y la aparición de otra más conforme al puro Evangelio —la Iglesia de los pobres y la Iglesia del Pueblo—, sin trabas ni estructuras de ninguna clase y la que, según ellos, al menos durante los primeros siglos no conoció nunca la figura del Papa como Pastor universal.

Son conocidos por la Historia diversos Movimientos, que podríamos agrupar bajo el nombre de Espirituales y que han ido apareciendo en el seno de la Iglesia a lo largo de los siglos. Su principal característica consiste en que nunca se han mostrado partidarios de las estructuras jerárquicas, tal como sucede en la actualidad con los Movimientos Neocatecumenales, Carismáticos, etc., en los que el papel del sacerdocio jerárquico y ministerial y el valor sacrificial de la Misa han sido prácticamente anulados. No corresponde a este lugar llevar a cabo una crítica de estas doctrinas que, por otra parte, gozan hoy día de enorme predicamento, poder e influencia en el mundo católico. Pese a que atentan gravemente contra la Constitución de la Iglesia tal como la fundó Jesucristo, han logrado arrastrar a millones de prosélitos y —lo que es más asombroso— conseguido la confianza de la Jerarquía Eclesiástica.

El Papa Francisco prefiere aparecer ante los fieles de la Iglesia universal como Obispo de Roma, y en verdad lo es. Pero las funciones de Obispo de Roma y Papa o Pastor de la Iglesia universal van indeleblemente unidas, hasta el punto de que, por la misma naturaleza de las cosas, cualquiera de ellas supone la otra. De ahí que el Obispo de Roma que es actualmente Francisco es también necesariamente, por más que alguien pudiera empeñarse en obviarlo, el Papa y Pastor de todos los cristianos, sucesor del Príncipe de los Apóstoles y Roca firme sobre la cual fue edificada la Iglesia. Es justamente lo que el oráculo profético de Malaquías —procediendo quizá contra los inútiles intentos de tantos obstáculos de quienes quisieran olvidarlo— parece empeñarse en resaltar, y de ahí el nombre de Petrus que le asigna y que viene a ser eco de unas palabras que nadie puede remover: Tu es Petrus

Durante siglos se ha venido asegurando que ningún Papa ha querido asignarse el nombre de Pedro por respeto a San Pedro. Y por eso parece haber quedado reservado —sin que en realidad nadie conozca la suprema y verdadera razón— para el último de todos ellos. A falta de otros motivos verdaderamente determinantes podría ser admitida esa creencia. Sin embargo, dado el carácter esotérico que siempre acompaña al dato profético, tampoco puede ser descartada una explicación distinta por extraña que parezca, y por eso hemos intentado aportar una. La cual consiste concretamente en que nunca hasta ahora había sido necesario recordar e insistir ante todos, incluido el propio titular, que el Papa de turno es siempre el sucesor del Primero de la serie y sujeto obligado al que va dirigida la apelación Tu es Petrus. Y de ahí la asignación del nombre de Pedro al Papa Francisco. Un apelativo que va unido necesariamente al cargo, y que no depende en absoluto de la aceptación o el gusto del titular correspondiente.

Por supuesto que nuestra teoría puede ser verdadera o falsa. Aunque nadie podrá tacharla de arbitraria o antojadiza, una vez expuestas las razones — aunque no pretendan ser apodícticas— con las que hemos tratado de sustentarla. Y desde luego no es posible dudar de las preferencias del Papa Francisco por un gobierno de la Iglesia compartido: ¿colegial, conciliar, tal vez sinodal…? En su libro Sobre el Cielo y la Tierra, escrito en colaboración con el rabino Skorka cuando todavía era Cardenal Arzobispo de Buenos Aires, se muestra simpatizante del conciliarismo y decididamente en contra de que la Iglesia posea algún poder (J.M. Bergoglio–A. Skorka, Sobre el Cielo y la Tierra, A. Mondadori, Buenos Aires, 2013).

Todavía falta un importante problema a considerar. Cuyo planteamiento nos conduce a que el Pontífice a quien corresponde el mote de Petrus Romanus según la Profecía de San Malaquías, y puesto que aparece como el último de la serie total de Papas que habrán existido en la Iglesia —si se admite como cierto el oráculo—, su Pontificado habrá de coincidir con las graves tribulaciones que marcarán el fin de la Historia y que precederán inmediatamente a la Parusía. Según lo cual, y aunque el momento del final de los Tiempos y de la segunda venida del Señor sólo de Dios Padre es conocido conforme a las palabras del mismo Jesucristo (Mt 24:36), habría que considerar el Pontificado del Papa Francisco como el correspondiente a los Últimos Días.

Sin embargo, ¿podríamos decir que los acontecimientos que hoy suceden en el mundo lo acreditan así…? De todos modos, y a fin de tratar de responder a tan difícil cuestión, conviene tener a la vista el texto profético en su completa literalidad, que es como sigue:

 In persecutione extrema S.R.E. (Sanctæ Romanæ Ecclesiæ)
sedebit Petrus Romanus,
qui pascet oves in multis tribulationibus,
quibus transactis, civitas septicollis diruetur.
Et Judex tremendus iudicabit populum suum. Finis. 

Es indudable que el texto aparece tan misterioso como interesante, y enteramente capaz de suscitar la curiosidad de cualquiera. Traducido del latín significa lo siguiente:

Durante la persecución final que sufrirá la Santa Iglesia Romana, reinará Pedro Romano, que apacentará sus ovejas entre multitud de tribulaciones, transcurridas las cuales, la Ciudad de las Siete Colinas [Roma] será destruida. Y el Juez terrible juzgará a su pueblo. Fin.

Como es lógico, todo depende del valor que se le quiera atribuir al vaticinio de San Malaquías. Pero en el caso de que se le conceda alguna (o total) seriedad al texto, parecen existir en él importantes cuestiones que se prestan a reflexión. Algunas de las cuales plantean, a su vez, un nuevo alud de preguntas cuya mayoría, según es lo más probable, deberían quedar sin respuesta satisfactoria. Aunque nosotros trataremos de abordarlas de alguna manera y formular algunas hipótesis, dada la importancia del problema y la gravedad de la situación actual por la que atraviesa la Iglesia.

(Continuará)

Padre Alfonso Gálvez

Padre Alfonso Gálvez
Padre Alfonso Gálvezhttp://www.alfonsogalvez.com
Nació en Totana-Murcia (España). Se ordenó de sacerdote en Murcia en 1956, simultaneando sus estudios con los de Derecho en la Universidad de Murcia, consiguiendo la Licenciatura ese mismo año. Entre otros destinos estuvo en Cuenca (Ecuador), Barquisimeto (Venezuela) y Murcia. Fundador de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, aprobada en 1980, que cuenta con miembros trabajando en España, Ecuador y Estados Unidos. En 1992 fundó el colegio Shoreless Lake School para la formación de los miembros de la propia Sociedad. Desde 1982 residió en El Pedregal (Mazarrón-Murcia). Falleció en Murcia el 6 de Julio de 2022. A lo largo de su vida alternó las labores pastorales con un importante trabajo redaccional. La Fiesta del Hombre y la Fiesta de Dios (1983), Comentarios al Cantar de los Cantares (dos volúmenes: 1994 y 2000), El Amigo Inoportuno (1995), La Oración (2002), Meditaciones de Atardecer (2005), Esperando a Don Quijote (2007), Homilías (2008), Siete Cartas a Siete Obispos (2009), El Invierno Eclesial (2011), El Misterio de la Oración (2014), Sermones para un Mundo en Ocaso (2016), Cantos del Final del Camino (2016), Mística y Poesía (2018). Todos ellos se pueden adquirir en www.alfonsogalvez.com, en donde también se puede encontrar un buen número de charlas espirituales.

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