Recordará el lector que habíamos dejado nuestro relato en el punto de elaboración de una lista resumen de los graves acontecimientos que hoy están afectando al mundo, y concretamente a la Iglesia. Encaminábamos nuestras reflexiones en torno a la idea de si tales acontecimientos podrían coincidir con los que la «Profecía de San Malaquías» asigna al tiempo del Pontificado de Pedro Romano, a fin de deducir de ahí otro argumento en favor de la identificación de este último Papa con el Papa Francisco. Continuamos ahora con nuestro estudio, aunque advirtiendo nuevamente que nos hallamos en un terreno de hipótesis y de meras especulaciones.
Más transcendencia tiene, dentro de este abanico de acontecimientos, la sustitución de la Misa Tradicional por la promulgada por el Papa Pablo VI y conocida con el nombre de Novus Ordo. Un hecho que se torna especialmente grave cuando se considera el empeño de la mayor parte de la Jerarquía por abolir la Misa Tradicional, a pesar de que su actual vigencia legal para la Iglesia universal no ofrece ninguna duda (las Leyes que amparan su actual vigencia y facilidades para celebrarla, sin necesidad de permisos o autorizaciones de cualesquiera Jerarquías, están siendo absolutamente ignoradas).
En realidad no cabe discutir la legitimidad y validez del Novus Ordo, al que la Iglesia considera como el Rito propio u Ordinario de la Misa, a diferencia del utilizado en la Misa Tradicional y que es llamado Rito Extraordinario. A pesar de lo cual, es necesario tener en cuenta —bien que brevemente— dos advertencias a las que no es posible dar de lado:
En primer lugar, la Misa Tradicional es la que expresa adecuadamente la idea del Sacrificio propiciatorio, de la inmolación de Jesucristo Víctima, de la posibilidad para el cristiano de compartir a través de ella la Muerte de su Señor, de la clara diferenciación del sacerdocio ministerial con respecto al sacerdocio común de los fieles, etc., etc. La Iglesia la ha venido celebrando prácticamente por veinte siglos.
En segundo lugar, es de advertir que todas esas características han desaparecido prácticamente de la misa del Novus Ordo. La cual viene a ser un trasunto, casi una copia de la Misa protestante redactada por el Arzobispo anglicano Cranmer (primer Arzobispo anglicano, quien junto con Cromwell y la Reina Isabel I, consumaron el proyecto cismático del rey Enrique VIII y la entera abolición del Catolicismo en Inglaterra), como queda corroborado por el hecho de que los mismos formularios son celebrados hoy día en el culto anglicano y en el católico. Por otra parte, los católicos suelen ignorar que la Comisión redactora del Novus Ordo estuvo integrada por diez expertos de los que siete eran protestantes. Solamente los tres restantes eran católicos, si es que se puede hablar así si se tiene en cuenta que uno de ellos —precisamente el Presidente de la Comisión— pertenecía a la Masonería.
Otro exponente de la grave situación de crisis por la que está atravesando la Iglesia es la absoluta pérdida de confianza de la mayoría de los fieles en el Magisterio, unida al desprestigio total de la Jerarquía. A partir del Concilio Vaticano II, las aparentes discrepancias entre el actual y el que podríamos llamar Magisterio perenne de la Iglesia, se han ido acentuando a pesar de los esfuerzos de los Papas Conciliares por mantener lo contrario. Es digna de especial mención, a este respecto, la teoría de la hermenéutica de la continuidad, elaborada por Benedicto XVI, pero que nunca logró arraigar en el conjunto de la Teología católica ni en el común de los fieles, dadas las contradicciones que constantemente mostraba en todos los cuerpos doctrinales, incluidas las obras de Benedicto XVI cuando era Cardenal Ratzinger y que nunca fueron corregidas siendo ya Papa. Y puesto que no es éste el lugar de llevar a cabo un estudio histórico del problema, baste decir ahora para resumirlo que los años postconciliares han presenciado la división de los católicos en multitud de facciones que se podrían agrupar principalmente en dos: la de los tradicionalistas y la de los progresistas, con indicios de que las diferencias se irán ahondando cada vez más y con el peligro, más alarmante a medida que pasa el tiempo, de que todo acabe en un cisma que desgarre la Iglesia o lo que queda de Ella.
El desprestigio de la Jerarquía ha alcanzado cotas cuya altura se ha manifestado particularmente con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Río de Janeiro (Brasil) en el año 2013. El ridículo espectáculo de la samba brasileña, danzada en la Misa de clausura por los Obispos revestidos con ornamentos sagrados y delante del Papa, dirigidos por un coreógrafo homosexual experto en espectáculos incluso pornográficos, no hizo sino poner la guinda final a una Jerarquía cada vez más refractaria a los principios de autoridad y de obediencia y menos dispuesta a mantener la Doctrina y la Moral que la Iglesia ha predicado y defendido durante siglos.
A la confusión, cada vez mayor, reinante entre los católicos contribuyeron no poco los llamados Encuentros de Asís. A los que hay que añadir el cambio fundamental del concepto de la Católica, Santa y Verdadera Iglesia, único y exclusivo instrumento de salvación —según se mantuvo durante siglos—, por el de apertura a todas las Iglesias en las que cualquiera se puede salvar, según se proclama ahora. Sin duda que ha sido este último el factor que ha demostrado contener mayor potencial de desintegración, con efectos retardados y devastadores que han impactado en una población cada vez más confundida y que da muestras de no saber adónde ir; o que ha optado por renunciar a todo y no ir a ninguna parte, como puede comprobar cualquiera que sepa estar atento a la realidad.
Luego está lo de la General Apostasía. La cual ofrece un aspecto externo y otro interno.
En cuanto a lo externo, se podría elaborar una interminable lista de miles de sacerdotes y de religiosos, todos ellos en franca huida. Secularizados, abandonado el celibato y, en la mayoría de los casos, también la Fe. Y lo mismo con respecto a los religiosos y monjas: conventos y clausuras desiertos y cerrados, rebelión contra la Jerarquía y noviciados completamente vacíos. Con respecto a los Seminarios y Facultades de Teología, nada hay que decir sino que, en lo poco de ellos que todavía queda, se enseña de todo menos Teología Católica. Por lo que hace a la Moral vivida por el conjunto del Mundo Católico, es mejor no aludir a las espeluznantes y negativas estadísticas de asistencia a Misa, práctica de Sacramentos, Moral sexual y matrimonial, etc., etc.
Si nos referimos al aspecto interno, el panorama que se ofrece a la vista es aún peor. Una gran parte del Orbe Católico, incluida la mayoría de la Jerarquía, ha dejado de creer en la divinidad de Jesucristo, en la virginidad de María, en la validez de los sacramentos, en la inmutabilidad de los Dogmas (que ahora han quedado reducidos a meros productos del entendimiento humano y sujetos a la banalidad de las circunstancias históricas). Se trata de un mundo que tampoco cree en la verdad de los Santos, en la infalibilidad de la Iglesia, en la realidad del pecado, en la existencia de la Ciudad del Eterno Llanto…, ni mantiene la Esperanza en una Patria y en un Mundo mejor con respecto a los cuales el hombre confiaba antes en que iba de camino para alcanzarlos. Nada tiene de extraño que apenas si sea ya conocido el sentimiento de la Alegría Perfecta, solamente capaz de ser producido por un Verdadero Amor al que, por supuesto, ya nadie conoce ni tampoco desea.
Y aquí damos por terminadas las divagaciones acerca del lema que, según San Malaquías, corresponderá al Pontífice que cerrará la Historia de la Iglesia y del Mundo. Con la obligada conclusión final de que solamente Dios sabe con certeza si el Papa Francisco es realmente Pedro Romano. Por nuestra parte, no nos hemos atrevido a asegurar que lo sea, y más bien nos hemos limitado a intentar demostrar que la hipótesis de que ambos son la misma persona no debe ser rechazada alegremente, puesto que goza de tantas razones de credibilidad como las que defienden lo contrario.
De todos modos, los síntomas que hemos bosquejado acerca de la crisis que padecen la Iglesia y del Mundo son ciertos y fundados en la realidad. A lo que habría que añadir la seria advertencia de que lo aquí descrito no es sino la punta del iceberg: Pero todo esto es el inicio de los dolores (Mt 24:8). Sin olvidar tampoco la dura realidad de que no todo se puede decir, puesto que así lo impone la necesaria discreción en momentos como éstos en los que se cierne la persecución: La casa se construye con la sabiduría, y se mantiene en pie con la prudencia, según decía ya el Libro de los Proverbios (Pro 24:3).
Tales señales serán las que han sido proféticamente anunciadas para el fin de los Tiempos…, o tal vez no lo serán. Pero es indudable que, en este último caso, son al menos el comienzo de los acontecimientos que han de producirse, como claramente se desprende de la extrema gravedad de los hechos. La cual es suficiente para que podamos imaginar, siquiera sea de alguna manera, lo que le va a sobrevenir a la Iglesia y al Mundo: Habrá entonces una gran tribulación, como no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y de no acortarse esos días, no se salvaría nadie; pero en atención a los elegidos esos días se acortarán (Mt 24: 21–22). Y las palabras son del mismo Jesucristo.
Por supuesto que tanto la Iglesia que sueña con una Iglesia Universal unificadora de todas las religiones, a la par de un Mundo que también suspira por una Autoridad Global que gobierne a todos los habitantes de la Tierra —y hay que tener en cuenta que se trata de un mismo sueño en uno y otro caso, alentado por la misma falsa sabiduría y dirigido por los mismos Poderes—, están ambos abocados al más estrepitoso de los fracasos y a un castigo que supera a cualquier imaginación humana.
De todos modos, tanto si estamos ya ante los Últimos Tiempos como si no ha llegado todavía ese momento, el Mal sigue avanzando inexorablemente mientras prepara la aparición del Hijo de Perdición. Mientras tanto continúan discutiendo los progresistas y los tradicionalistas acerca de la ortodoxia de tal o cual Doctrina, si es conforme o extraña a la Tradición, o si determinada hermenéutica de continuidad no será más bien de ruptura. A lo que hay que añadir que muchos teólogos, y hasta miembros de la Jerarquía, se dedican a cuestionar la mayoría de los Dogmas (aprovechando la coyuntura de saberse amparados por una total impunidad), por lo que nada tiene de extraño que se vaya extendiendo la confusión entre los fieles ni que siga aumentando el número de los que vacilan y abandonan. Con lo que el Modernismo ha logrado uno de sus más ansiados objetivos, pues no le interesa tanto la negación rotunda de los dogmas cuanto sembrar la duda sobre ellos.
Así fue como repentinamente, sin que al parecer nadie lo hubiera advertido, un día despertó la Iglesia para encontrarse a Sí misma transformada en modernista, tal como alguna vez dijo de Ella San Jerónimo refiriéndose al arrianismo. Un cambio que ha afectado a millones de católicos que, sin embargo, no se han enterado del suceso.
Lo cual, como era de esperar, niegan los modernistas, salvo que se quiera admitir que, si bien ha existido un cierto cambio, su efecto no ha sido otro que el de mejorar sustancialmente a la Iglesia y devolverla a un estado más próximo al de sus orígenes. También las más Altas Jerarquías de la Iglesia proclaman con energía que, tanto en lo que respecta a las enseñanzas del Magisterio como en lo que atañe a la disciplina y vida de la Iglesia, no ha existido otra cosa que un desarrollo en la continuidad y una línea ascendente de mejora en la situación eclesial, aunque salvando siempre la esencialidad de la Institución y mantenida la inmutabilidad que, ya en el siglo V, exigía para Ella San Vicente de Lerins ante la posibilidad de cualquier cambio.
Teorías a favor y teorías en contra, acusaciones y discusiones en uno y otro sentido, opiniones contradictorias según las diversas ideologías y las diferentes tendencias…, todo un batiburrillo donde la Iglesia, que fue algún día Fuente de unidad y de santidad, se ha convertido en un campo de Agramante en el que cada uno de los diversos grupos cree tener la exclusiva de la Verdad, a falta de un factor común y de una mano firme capaz de reunir a las ovejas en un solo rebaño con un solo pastor.Jn 10:16.
(Continuará)
Padre Alfonso Gálvez