Penitencia en aras del Cielo. Reflexiones para el Miércoles de Ceniza

“Recuerda, hombre, que eres polvo, y al polvo regresarás.”

El día de hoy, Miércoles de Ceniza, marca el comienzo de la Cuaresma. La Iglesia, con la sabiduría del antiguo calendario litúrgico, nos dio los últimos domingos para prepararnos para este tiempo de ayuno, oración, y penitencia. La Cuaresma es el tiempo del año litúrgico en el que hacemos una pausa y reconocemos nuestra débil naturaleza humana, nuestra inclinación al pecado, y nuestra mortalidad. Algunos verán nuestros rigurosos sacrificios y nuestro ayuno como tonterías, considerando cómo nuestra sociedad tiene la costumbre de buscar la gratificación instantánea. ¿Qué es lo que motiva nuestras penitencias? Quizás el reflexionar sobre esta cuestión nos ayude a elegir penitencias que profundicen nuestras vidas espirituales y nuestro amor a Dios.

En la cuestión 12 de Prima Pars en Summa Theologiae, Santo Tomás de Aquino reflexiona sobre el conocimiento de Dios; es decir, ¿cómo hace el hombre para conocer a Dios, tanto en esta vida como en la próxima, en la que puede ver su esencia divina? En el artículo 6, Tomás se pregunta si algunos podrán ver la esencia divina más perfectamente que otros. Responde afirmativamente, diciendo que esto se basa en la capacidad intelectual, la cual que permite a algunos contemplar la visión de Dios más perfectamente. El objeto—la visión de Dios—es el mismo, dado que Dios no cambia, pero el intelecto que comparta más perfectamente la luz de la gloria, Lo verá más perfectamente. Tomás explica:

De ahí que el entendimiento que más participe de la luz de la gloria, más perfectamente verá a Dios. Y tanto más participará de la luz de la gloria cuanto más amor tenga, pues donde el amor es mayor, mayor es el deseo; y el deseo, de alguna manera, capacita y prepara al que desea para conseguir lo deseado. Por lo tanto, aquel que tenga más amor, más perfectamente verá a Dios y más feliz será (ST, I, C. 12, a. 6, corpus).

La luz de la gloria es la gracia de Dios que permite que el intelecto creado vea a Dios tal como Él es en la Visión Beatífica. Si bien la gracia es siempre un don gratuito de Dios, podemos prepararnos para recibirla a través de actos de fe, esperanza y caridad. Más aún, tal como indica aquí Tomás, seremos más capaces de percibir la esencia divina en el cielo si vivimos en caridad aquí en la tierra. Es más, cuanto mayor sea nuestra caridad, mayor será nuestro deseo del cielo y de la visión de Dios. Este deseo nos hará más capaces de recibir la visión de Dios cuando concluya nuestro tiempo aquí en la tierra.

Esta bellísima reflexión de Tomás no debiera causarnos preocupación o ansiedad. Sin duda observamos los mismos sentimientos expresados por Pablo en 1 Corintios 13, la carta del domingo de quincuagésima: “Aunque yo hable la lengua de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe” (1 Cor 13:1).

Si no tenemos caridad, no somos nada, porque el mismo Cristo expresó la caridad perfecta cuando sufrió, murió, y resucitó—y todo esto cuando seguíamos siendo todos pecadores (Rom 5:8). Y como estamos llamados a imitar a Cristo en todo lo que hacemos, también estamos llamados a esta caridad perfecta, si bien no podemos conseguirla aquí en la tierra por nuestra naturaleza humana caída y nuestro pecado. Por lo tanto, nuestras acciones tienen un mérito mayor a los ojos de Cristo cuando realizamos obras de caridad, obras tales como la penitencia y el ayuno.

A través de nuestras penitencias en la Cuaresma podemos profundizar nuestra caridad por Cristo y por los demás, uniéndonos a Su sufrimiento en la cruz. De esta manera, podemos reconocer nuestras debilidades, sabiendo que Él sufrió y murió por nosotros, pero nosotros también podemos pedir Su gracia para perseverar en nuestras penitencias y sacrificios a lo largo de la Cuaresma. Es por esto que es esencial elegir buenas penitencias que nos permitan aumentar nuestra santidad; debemos orar cuidadosamente y elegir sabiamente, quizás con la guía de un director espiritual.

Como dije antes, el mundo considerará nuestras penitencias como tonterías. ¿Por qué dejar de tomar café durante 40 días? ¿Por qué elegir orar más o leer obras espirituales de un gran santo en lugar de ver una película? Pero, como nos lo recuerda San Pablo:

Así, pues, los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría; en tanto que nosotros predicamos un Cristo crucificado: para los judíos, escándalo; para los gentiles, insensatez; más para los que son llamados, sean judíos o griegos, un Cristo que es poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la “insensatez” de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres (1 Cor 1:22-25).

En esta carta, Pablo se dirige a los corintios, quienes han caído en grandes pecados y se han olvidado del mensaje del Evangelio. Aquí les recuerda que como cristianos pertenecemos a Cristo crucificado, que es insensatez para los gentiles. Los gentiles no podían comprender por qué alguien seguiría una religión en la que el Líder fue crucificado, dado que ese era el mayor castigo posible otorgado por los romanos. Para el mundo, semejante muerte es una insensatez: pero como los cristianos saben que Él resucitó de la muerte, y que ellos también entrarán en Su resurrección, Su muerte es más sabia que cualquier cosa que el mundo pueda ofrecer. En otras palabras, por la muerte de Cristo podemos ganar la vida eterna, incluso si al mundo le parece una insensatez. Al entrar en Su sufrimiento en esta Cuaresma, podemos prepararnos para la alegría de la Visión Beatífica y la resurrección.

Por eso es bueno recordar las palabras de San Juan Crisóstomo, “Ubi caritas gaudet, ibi est festivitas”—“Donde la caridad se alegra, allí hay fiesta.” Esta frase no niega la penitencia que viene con la Cuaresma. Sino que nos recuerda el objetivo de nuestro ayuno—la razón de nuestra fe. No aceptamos el sufrimiento de la Cuaresma solamente porque nos gusta, por el simple hecho de sufrir, o incluso para que la gente vea nuestros actos de piedad como los de los fariseos. La razón es que asumimos penitencias en Cuaresma por la gloria del cielo.

Si nos regocijamos en nuestros sufrimientos, que aceptamos con amor, entonces nos regocijaremos en la fiesta del cielo, el banquete eterno. Nuestra caridad será mayor, lo que significa que tendremos más capacidad para disfrutar de la Visión Beatífica. Todo esto proviene de la gracia de Dios; simplemente debemos pedir Su gracia y cumplir nuestras penitencias con alegría y caridad.

Inspirémonos al elegir nuestras penitencias sabiamente en esta Cuaresma, que nos desafíen pero que no nos desalienten, que nos permitan entrar en el sufrimiento de Cristo y profundicen nuestra caridad hacia Él y los demás. Y un día, Dios mediante, veremos a Dios cara a cara en la Visión Beatífica, y nos regocijaremos con los ángeles y los santos, maravillándonos por la gloria y el verdadero poder extraordinario de Dios.

Verónica A. Arntz

(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)

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