Nuestro Señor Jesucristo no nos pide nunca sacrificios superiores a nuestras fuerzas. Es cierto que a veces Nurestro Salvador nos hace sentir toda la amargura del Cáliz que presenta a nuestro espíritu. Y cuando pide el sacrificio de todo lo que nos es más querido es imposible, a no ser por una gracia especial, no exclamar como Él en el huerto de los olivos: ¡Padre, aparta de mi este Cáliz!……….para a continuación decir «No se haga mi voluntad sino la tuya»