Hace unas semanas, al salir de una Iglesia en la que me encontraba haciendo oración, percibí como un señor le decía a su esposa, “mira, así deberíais de ir todas las mujeres”, lo escuché perfectamente… ¿A qué se refería? Ni más ni menos que al velo que cubría mi cabeza. No sé que pensaría ella, ni lo que llegó a contestar, si es que dijo algo, ya que no me quedé más tiempo allí. Lo qué si sé, es la respuesta a una pregunta que me han hecho en repetidas ocasiones, ¿Por qué debemos utilizar el velo, las mujeres del Siglo XXI? ¿Tiene sentido hoy en día, el uso de una prenda que muchas personas consideran desfasada, anticuada y sin sen sentido?… Cuando en nuestras Iglesias vemos a diario a la gente más desnuda que vestida, ¿Podemos plantearle a una mujer que se cubra la cabeza para entrar en el Templo? ¿Qué objetivo tiene esto? ¿Molestar al Párroco? A raíz del Concilio Vaticano II, fueron muchos los Presbíteros que aprovechando el desconocimiento de los fieles, indujeron a la mujer a quitárselo, aduciendo un cambio en los nuevos tiempos de la Iglesia y tratando de “beatas” y “ñoñas” a las que continuaron utilizándolo, que fueron marginadas hasta el final. Todo falso y perfectamente orquestado, para paulatinamente, seguir con todos los demás destrozos: el Latín, la música, la liturgia, el traslado del Sagrarios. Sin duda, una gran obra del maligno para cepillarse, literalmente a nuestra Santa Madre Iglesia.
Si la respuesta del por qué utilizar el velo en la Iglesia, fuese una obligación o una imposición a la que las mujeres debemos someternos, estoy segura que no secundaría absolutamente ninguna dama, esta hermosa tradición milenaria, que oculta un dulce secreto de Amor con mayúsculas, que les voy a desvelar. Antes de nada, les diré que este artículo, no es solo para las mujeres, es para los hombres también, ¿Por qué? En breve lo descubrirán…Mi recomendación es que sigan leyendo hasta el final.
Me estremece imaginarme a la Virgen María en oración, la supongo recogida bajo su velo, ocupando ese discreto lugar al que las mujeres estamos llamadas: brillar en la oscuridad, ahí, donde verdaderamente hace falta la luz. El otro día en una Iglesia veía a una señora de unos treinta años en el altar, disfrazada de monaguilla. Esto mismo, lo hemos visto hace poco en una Misa con el Santo Padre, pero esto no quiere decir que sea un referente que debamos imitar, por desgracia, las ceremonias que deberían ser un ejemplo, a veces, son justo lo contrario, un contra ejemplo, que lo único que promueve es un deseo absurdo en nosotras, de realizar funciones propiamente masculinas y que, desgraciadamente, sólo provocan la risa del que nos observa, ya que estamos esperpénticas. Después nos hablarán del importante papel de la mujer en la Iglesia y creeremos que consiste en tocar las campanillas o preparar las vinajeras, ¡Tremendo cometido! No sé Vds. pero yo, no me imagino caricaturizada con esa pinta en un Presbiterio, ocupando un lugar al que no he sido llamada. Pienso que, efectivamente, tal y como se nos dice, estamos designadas para grandes cometidos dentro de la Iglesia, pero desde luego, el gran reto, no es ponernos una casulla y oficiar. No seamos ridículas, porque esa es la palabra, hay prendas que por excelencia son femeninas y otras prendas que son masculinas, así como las funciones que asumimos, a las que nos convoca la Iglesia y que, al tiempo, van implícitas en nuestra naturaleza. Precisamente, el Señor nos hizo hombre y mujer, con nuestras diferencias y nuestras sensibilidades.
“Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le habla sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre. El hombre dijo: -«¡Ésta si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque ha salido del, hombre” (Génesis 2)
¿Por qué llevas el velo?, me preguntaba una amiga. ¿Qué responderían Vds. si alguien les preguntara, por ejemplo, por qué amas, por qué sientes, por qué respiras? Porque es una necesidad vital, ¿Verdad?
Seguramente se habrán fijado alguna vez, en las perfumerías, cuantas colonias hay en los expositores. Las mujeres nos pasamos bastante tiempo buscando esa fragancia exclusiva y personal, que al cerrar los ojos nos haga sentir especiales. Cuando encontramos ese perfume, ya no queremos volver a probar ninguna otro. Con el velo, sucede algo similar, se siente el bonus odor christi y una vez que rompes esa primera barrera del miedo al que dirán, se produce una concesión total al Amado de nuestra alma, ya solo nos importa agradarle a Él, después de eso, ya no hay retroceso, es una rendición total al Señor, sin reservas, como la enamorada que se viste de blanco y se entrega con su pureza, en el día de su boda. Solo las mujeres podemos entender estas delicadezas tan propiamente femeninas. No es algo estético, pero sí es cierto que el Templo, se embellece y se llena de majestuosidad al estar la mujer recogida en oración, ahí debajo, sin distracciones, entregada en cuerpo y alma a nuestro Señor. Hermosa como una novia para nuestro Dios, “bella por dentro y por fuera” ese debería ser nuestro lema.
El uso del velo, implica, sin necesidad de conocer ninguna norma de protocolo o de vestimenta, que nuestras prendas exteriores deben ir en armonía con algo tan puro y virginal. Sólo con su uso, entenderíamos que hay ropa que no procede ponerse para estar en un lugar Sagrado. El uso del velo, nos abriría definitivamente los ojos, hoy que los tenemos tan cerrados a la pureza y a su oposición, al pecado. Sólo utilizándolo, entenderíamos qué es lo que debe albergar dentro del alma. “Que vuestro adorno no sea el de fuera, peinados, joyas de oro, vestidos llamativos, sino lo más íntimo vuestro, lo oculto en el corazón, ataviado con la incorruptibilidad de un alma apacible y serena. Esto es de inmenso valor a los ojos de Dios” (1 Pe.3, 3-4)
Aunque son muchos los Presbíteros que se manifiestan en contra de que las mujeres lo utilicemos, mi primer acercamiento al velo, fue por los Sacerdotes, alguien me puso sobre la pista de una prenda prácticamente imposible de adquirir en mi ciudad ya que apenas los hay a la venta y posteriormente, sumergiéndome en la lectura de los artículos del Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa, me convencí y acabé no sólo por utilizarlo, sino por desear transmitir a otras mujeres, los beneficios de utilizar una prenda tan piadosa
¡Ve, oh mujer, tu grandeza y acepta tu dignidad con humildad! No te de vergüenza del velo, pues se te llama “sagrada” y “divina”, pues en esta tierra no se vela (cubre con un velo) más que a Dios. (Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa)
Aunque la sociedad actual, nos empuja a lo contrario, a llenarnos de podredumbre interior, lo que sí es cierto, es que si Vds. son capaces de oponerse al mundo y cubrir la cabeza una sola vez, inexplicablemente su vida espiritual, nuestro interior, se desborda como un río cuando llega al mar y les aseguro, que no volverán a prescindir de él, el que lo prueba, repite. Esa corriente que desborda el alma, no sólo queda dentro de nosotras, sino que se derrama a todos los que están a nuestro alrededor y aquí es donde entra el hombre… les dije que siguieran leyendo. ¿No somos las mujeres, por norma general, las que enseñamos a los niños sus primeras oraciones? Pues esto continúa en todas las etapas de nuestra vida… somos maestras, ejemplo con nuestros actos y con nuestra vida y recogidas en oración, tenemos una gran misión que es llevar las almas a Dios. ¡El prototipo de la mujer del Siglo XXI! Qué ejemplo para los hombres vernos fieles para el Señor, sin más distracción ante nuestros ojos que el Sagrario! Si utilizáramos el velo, no desearíamos más, que recibir a Dios, como verdaderamente debe hacerse, de rodillas y en la boca, seríamos incapaces de tocarlo con nuestras manos o de quedarnos de pie impasibles ante Él, caeríamos rendidas ante nuestro Amado.
Supongo que como a todas las mujeres, mi referente es María, Ella es la mano que nos conduce a Dios. Prácticamente es representada en todas las imágenes, cubierta, sin destacar, pero, fíjense que curioso, en ese plano discreto y alejada de toda mirada, fue la mujer que tuvo el papel más relevante en la historia. Ella no estaba sentada a la mesa con Jesús en la última cena, pero estaba a los pies de la Cruz, donde prácticamente todos, le habían abandonado. Y si todo esto se repitiera en el año actual, en el 2015, no me la imagino con cualquier prenda, desgarbada y en una Iglesia subida al ambón, no, es seguro que Ella, estaría exactamente igual, oculta a las miradas, pero con ese papel tan importante y determinante como es dar ejemplo con la propia vida de uno. La imagino con Jesús, en el Sagrario, con sus manos juntas y su cabeza bajo el velo que cubre y oculta nuestros sentimientos más íntimos, por eso, cuando me preguntan por qué, sólo puedo responder… por Amor
«A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.
Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.» (Salmo 44)
Sonia Vázquez