San Elías y las nubes noctilucentes de julio

En las últimas semanas de julio, a la hora del crepúsculo, ha aparecido en el cielo un raro fenómeno atmosférico conocido con el nombre de nubes noctilucentes.

Las nubes noctilucentes son las más altas de la Tierra, hallándose a más de 80 km de altura. Se producen cuando el vapor de agua se congela formando cristales que encierran diminutas partículas de restos de meteoritos, y forman reflejos de un azul cristalino. A fines del pasado mes de junio se observó un extraordinario espectáculo de nubes noctilucentes en Lituania, que ya en el mes de julio, dejo estupefactos a los astrónomos, al verse muchas de tales nubes en latitudes tan bajas como Irlanda del Norte, Inglaterra, Francia y hasta Italia.

Ante la necesidad de encontrar un significado simbólico a todo lo que sucede, da que pensar que este fenómeno se haya producido en el mes de julio, en el que se festejan, el 16 la Virgen del Carmen y el día 20 San Elías. La nube es efectivamente un símbolo que se aplica tanto a la Virgen del Carmen como a San Elías y sus discípulos.

Se cuenta en el libro primero de los Reyes que San Elías, después de aniquilar a los profetas de Baal, «Elías subió a la cumbre del Carmelo, e inclinándose hacia la tierra puso su rostro entre sus rodillas, y dijo a su criado: “Sube y mira hacia el mar.” Subió (el criado), miró y dijo: “No hay nada.” Dijo Elías: “Hazlo siete veces.” Y a la séptima vez dijo: “He aquí una nube, tan pequeña como la palma de la mano de un hombre, que se levanta del mar.” Entonces le dijo Elías: “Anda y di a Acab: “Unce y marcha, a fin de que no te ataje la lluvia.” Y pasado un poco de tiempo se oscureció el cielo con nubes y viento, y cayó una gran lluvia» (18, 42-45).

Elías vio en aquella nube el misterioso símbolo de la Señora que habría de venir, María Reina del Carmelo. La nube era símbolo de la Virgen, y la lluvia a Jesucristo. Pero también Elías, arrebatado al Cielo en un carro de fuego y transportado a un lugar desconocido (II Libro dei los Reyes 2, 11), es comparado con una nube, y volverá cuando el Anticristo persiga a la Iglesia de Dios. Como el Anticristo, Elías también tendrá sus precursores: los apóstoles de los últimos tiempos de los que habla San Luis María Grignon de Monfort en su Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María: «Serán nubes tronantes y volantes nada, ni asustarse, ni inquietarse por nada, derramarán la

lluvia de la palabra de Dios y de la vida eterna, tronarán contra el pecado, descargarán golpes contra el demonio y sus secuaces, y con la espada de dos filos de la palabra de Dios  traspasarán a todos aquellos a quienes sean enviados de parte del Altísimo» (Tratado de la verdadera devoción, nº 57).

La nube simboliza igualmente la divina sabiduría. Podemos leer al respecto en el Eclesiástico: «Salí de la boca del Altísimo, engendrada antes de toda creatura. Yo hice nacer en los cielos la luz indeficiente, y como una niebla cubrí toda la tierra. En los altísimos cielos puse mi morada, y el trono mío sobre una columna de nubes. Yo sola hice todo el giro del cielo, penetré por el profundo del abismo, y me paseé por las olas del mar. Puse mis pies en todas las partes de la tierra, y en todos los pueblos, y en toda nación tuve el supremo dominio» (24, 3-6). Los apóstoles de los últimos tiempos estarán colmados de la divina sabiduría, necesaria, sigue diciendo San Luis María. Así podrán sostener en los tiempos difíciles que nos aguardan nuestra debilidad para iluminar nuestra mente, incendiar nuestro corazón, a fin de enseñarnos a hablar, actuar y trabajar, y sabe  ofrecer  con Jesucristo en tiempos de confusión.

Se lee en el libro del Éxodo que Dios guió a su pueblo por el desierto desde Egipto hasta la Tierra Prometida «Iba Yahvé al frente de ellos, de día en una columna de nube para guiarlos en el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarlos, a fin de que pudiesen marchar de día y de noche. 22La columna de nube no se retiraba del pueblo de día, ni la columna de fuego de noche» (Éxodo, 13,21-22).

Evocando este episodio, dice San Pablo: «No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos debajo de la nube, y todos pasaron por el mar; y todos en orden a Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar; y todos comieron el mismo manjar espiritual,  y todos bebieron la misma bebida espiritual, puesto que bebían de una piedra espiritual que les iba siguiendo, y la piedra era Cristo. Con todo, la mayor parte de ellos no agradó a Dios» (I Corintios, 10, 1-2).

La nube que acompañó al pueblo de Israel durante cuarenta años ininterrumpidos a un mismo tiempo los guiaba y los protegía de sus enemigos. «Era nube y tinieblas –dice la Sagrada Escritura–

(por una parte), y (por la otra) iluminaba la noche, de modo que no pudieron acercarse [los egipcios] en toda la noche» (Éxodo 14,19-20). En sus Glorias de María, San Alfonso de Ligorio ve en este misterioso fenómeno una figura de María y de los dos oficios que ejerce continuamente en beneficio nuestro: «Como nube nos protege de los ardores de la divina justicia, y como fuego nos protege de los demonios».

A lo largo de la historia de la humanidad se han conocido nubes densas y tenebrosas, como la que en el año 536 d.C. oscureció el sol durante dieciocho meses sumiendo a Europa y parte de Asia en la oscuridad. Lo cuenta el historiador medievalista Michael McCormick de la Universidad de Harvard en un artículo publicado en la revista Science (Eruption made 536 ‘the worst year to be alive’). En él afirma que el peor año de la historia de la humanidad no fue el de la Peste Negra de 1349, ni 1914, año de la Primera Guerra Mundial, sino 536, cuando no había diferencia entre día y noche y comenzó la década más fría de los últimos 2000 años.

No obstante, si hay nubes que oscurecen el cielo y la Tierra, como la del terrible año 536, hay también nubes que pareciera anuncian el Reino de María, como las noctilucentes que surcan junto a las auroras boreales los tempestuosos cielos de Occidente. El mes de San Elías nos lo recuerda.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

Del mismo autor

La moda cristiana según las enseñanzas de la Iglesia

El pasado día 9 tuvo lugar un acto importante en Londres...

Últimos Artículos

La santidad de la Iglesia y los escándalos en su seno

Como explican los teólogos, la Iglesia fundada por Jesucristo...

El concepto católico del derecho

Introducción El 25 de marzo de 1953 el cardenal Alfredo...