Tras habernos estropeado con el incorregible Ravasi el camino hacia la Navidad, los modernistas no podían eximirse de arruinarnos también la Navidad misma. Y, en efecto, ¿qué tema elige hoy Paolo Mieli para “Pasado y presente”? “Pablo de Tarso” (el “San”, de suyo, es divisivo). El historiador en el estudio es, no hace falta decirlo, Alberto Melloni. Después los tres “jóvenes historiadores”: Mario Sanseverino, Saverio Albertano y Guglielmina Scutiero. El resumen de las posiciones modernistas es impresionante por su exhaustividad: no falta, diría, ninguna. Se empieza (Melloni) con la afirmación de que “cuando Pablo aparece, el Cristianismo no es sino un pedazo de judaísmo” (por tanto, el Cristianismo, como quería también Calimani y como quieren todos los libros de texto escolares, lo “inventó” él, Pablo).
Tras una inquietante (al menos para mí, que no había oído el adjetivo) citación del “mensaje jesusano”, se toca uno de los cúlmenes del programa, enunciado así por el historiador: “De ahí (o sea, de la victoria de Pablo en el “concilio de Jerusalén” sobre los judeocristianos) nace la semilla de una gran cadena antisemita”. En vano Mieli intenta echar agua al fuego, en ese momento la semilla (precisamente) se ha echado y venimos a saber que antisemitismo y cristianismo son, de hecho, lo mismo. No era necesario separarse del judaísmo: haberlo hecho vuelve “ipso facto” antisemitas. He aquí explicados los esfuerzos de los modernistas, que duran ya sesenta años, de recoser el trapo haciendo volver a confluir el cristianismo dentro del judaísmo (piénsese de nuevo también en Ravasi).
Solo puede seguir la perentoria afirmación de que “hoy, en cambio, se ha descubierto que judaísmo y cristianismo son dos caminos que pueden recorrerse juntos”. ¡Aleluya, gente estupenda! ¿Qué diferencia existe entre ir con o sin, más aún, contra Cristo? ¡Lo importante es “caminar juntos”! No podía faltar la punta de veneno exegético: obviamente las cartas de San Pablo “fueron escritas entre el 50 y el 60, o sea, antes que los Evangelios”, a pesar de las investigaciones de Carmignac, Thiede (protestante) y compañeros sobre los rollos del Mar Muerto y de lo que la Iglesia ha enseñado durante casi veinte siglos. “Bomba” por “bomba”, ni siquiera la fecha tradicional (el 67) de la muerte de San Pablo se salva, desde el momento en que Mario Sanseverino nos informa de que “la comunidad de los estudiosos” (rebeldes a la Iglesia) la coloca hoy “en torno a diez años antes”.
Se llega así al segundo punto clave: la relación con el luteranismo. Es sabido que Lutero, interpretando a su manera la Carta a los Romanos, llegó a la afirmación de que nos salvamos por la sola fe, independientemente del compromiso moral del creyente. Tras habernos tragado en el comentario la frase “reforma luterana que partirá en dos a la Iglesia”, reafirmada por Melloni, que habla de “dos Iglesias” (todo contra el dogma de la “Unam Sanctam”), la pregunta (“la más difícil de todo el programa”) es planteada por Mieli a Saverio Albertano. Y aquí, por primera vez que yo recuerde, el “joven historiador” de turno tiene un arrebato de orgullo y, citando II Tesalonicenses, en donde San Pablo exhorta a los habitantes de Tesalónica a comportarse bien si quieren salvarse, le pega en los dientes a los dos ancianos “innovadores”, hablando claramente de “dicotomía” entre el mensaje paulino y la doctrina luterana. Naturalmente es detenido inmediatamente por Melloni, que cita la desdichada “declaración conjunta” de 1999, una obra maestra de ambigüedad doctrinal (que recuerdo que fue acogida con auténticos gritos de triunfo en un encuentro ecuménico veneciano). Entre tanto, sin embargo, el efecto de disonancia ha sido conseguido, y ha crecido por la intervención de Scutiero, según la cual el mensaje universalista de Pablo es “el justo coronamiento” del de Jesús. Buenos chicos, más serios, más honestos que los viejos y, a diferencia de ellos, todavía con alguna memoria del catolicismo.
F. D.
(Traducido por Marianus el eremita)