El 1º de junio pasado, mientras la guerrilla urbana ensangrentaba la capital francesa tras la final de la Champions League, unos jóvenes islamistas izaron una bandera yihadista sobre la estatua de Santa Juana de Arco en la Plaza de las Pirámides. Santa Juana de Arco es la patrona de Francia, nación que se alza sobre los cimientos de la civilización cristiana. La misión de la Doncella de Orleáns consistió en reconquistar, más que un territorio, el concepto sagrado de la soberanía, raíz de la brotan la historia de Francia y de Europa. La profanación de la estatua de Santa Juana de Arco supone, por tanto, un ultraje a la identidad nacional de nuestro continente y confirma la gravedad del peligro islámico.
El ministro de interior galo, Bruno Retaillaus, ha restado importancia a los desmanes, pero el exministro Gérard Darmanin ha reconocido que los actos violentos fueron obra de inmigrantes y no tuvieron origen en una disputa futbolística. Los disturbios han afectado a varias ciudades, con desórdenes violentos, saqueos y enfrentamientos con las fuerzas del orden, arrojando un saldo de 192 heridos (en su mayoría policías), 3 muertos y 642 detenidos. La estrategia del gobierno francés de servirse del fútbol como instrumento político para favorecer la inclusión e integración de los inmigrantes ha resultado un fracaso, porque en vez de unir genera división y violencia.
Un informe estatal de 73 páginas titulado Los Hermanos Musulmanes y el islamismo político en Francia, dado a conocer por Le Figaro el pasado 20 de mayo ha puesto en evidencia el proyecto de infiltración de los Hermanos Musulmanes de infiltrar a fondo las instituciones y la sociedad francesa con miras a imponer la sharía, valiéndose de un lenguaje en apariencia democrático. El mencionado informe identifica 139 lugares de culto dependientes de los Hermanos Musulmanes y otros 68 considerados simpatizantes. A éstos habría que añadir 280 asociaciones activas que se mueven en sectores clave, como educación, beneficencia, juventud, empresariado y finanzas.
Igual de preocupante es la predicación 2.0, es decir la difusión de principios islámicos por medio de redes sociales como TikTok, Instagram y YouTube. Algunos influencers religiosos que cuentan con centenares de millares de seguidores llegan a influir en amplios sectores de la juventud, contribuyendo con ello a la lenta y efectiva transformación del tejido social y cultural galo en todos los niveles de la sociedad.
El informe no se limita a Francia. Saca a relucir que diversas organizaciones musulmanas del Viejo Continente, entre las que se cuenta la Federación de Organizaciones Islámicas Europeas y el Consejo Europeo para la Fatwa, se inspiran en los principios de los Hermanos Musulmanes. A ellos hay que agregar otros grupos como Hizb-at-Tahrir, que aspira a la instauración de un califato mundial, si bien rechazando la violencia, y los movimientos salafistas, con frecuencia conservadores y activistas en el aspecto religioso. Por último, el documento señala el peligro de las redes yihadistas como Al Quaeda y el ISIS, que aprovechan el descontento y la marginalización para reclutar a jóvenes europeos. De 2014 para acá se han realizado más de 40 atentados en el continente.
Desde los años noventa, el cardenal Silvio Oddi (1910-2001), que había sido nuncio en Egipto, afirmaba que el verdadero peligro grave que veía para el futuro de Europa era el avance del islam. Desde 1993 el Centro Cultural Lepanto organizaba una multitudinaria protesta pública contra la construcción de la mezquita de Roma, la mayor de Europa, denunciando la labor política y cultural que se desarrolla desde los templos mahometanos. Con el título Mosquées, les casernes de l’islamisation (mezquitas, cuarteles de la islamización), acaba de publicar hace unos días en Francia la asociación Avenir de la Culture un esclarecedor estudio dirigido por Atilio Faoro. El libro recoge una minuciosa encuesta dedicada a los cuarteles del islam, poniendo de relieve su subversivo cometido. Las conclusiones son irrebatibles. Las mezquitas de Francia, cuyo número se calcula en unas 2600, no son simples lugares de culto y oración; pueden considerarse centros de activismo en lo que vive y difunde la cultura y la forma de vida islámicas.
Los Hermanos Musulmanes son una de las tres corrientes fundamentalistas que actualmente dirigen a centenares de mezquitas en Francia. Otro movimiento que compite activamente con ellos es el salafismo sunnita, que sin estar muy estructurado ejerce considerable influencia entre la juventud musulmana y, al igual que los Hermanos Musulmanes, no disimula su odio a Occidente. Una serie de mezquitas vinculadas a esta escuela de pensamiento han servido de trampolín para el yihadismo. Por último, está el islam turco, sostenido por el presidente Erdogan, que también está en plena expansión por el territorio francés. Bajo su amparo se han levantado numerosas mezquitas, como la de Estrasburgo, que una vez terminada será la más grande de Europa.
Desde esta perspectiva, la bandera islámica que el pasado día 1 se izó sobre la estatua de Santa Juana de Arco se ve como un acto claramente simbólico que no deja de guardar relación con la aprobación el pasado 28 de mayo del suicidio asistido por parte de la Asamblea Nacional. Disposición que, si llega a aprobarse definitivamente, supondrá una nueva etapa en el proceso de autodisolución de la identidad cristiana francesa. Al aprobar el proyecto de ley Falorni sobre el derecho a ayudar a morir, la Asamblea Nacional ha proclamado a todos los efectos el derecho al homicidio legal, como ya había hecho el presidente Emanuel Macron el pasado 19 de enero al pedir que el aborto se incluyese en la carta de derechos fundamentales de Europa.
La fuerza expansiva del islam radica en la debilidad de la sociedad secularizada que tiene ante sí. Los inmigrantes de tercera y cuarta generación de origen musulmán han perdido la identidad original de sus padres y abuelos, y ante el desmoronamiento de la sociedad occidental se hacen seguidores de un destructor anarquismo. Para ellos, la alternativa al nihilismo está en la adhesión, no necesariamente religiosa, al islamismo radical, religión política que sacia su vacío moral. A la caricatura ideológica del islamismo la Iglesia Católica debería responder con una perspectiva integral del mundo basada en el Evangelio, que contiene la solución a todos los problemas del mundo contemporáneo. Es precisamente la falta de fe, según dijo León XIV en su primera homilía, la que «lleva a menudo consigo dramas como la pérdida del sentido de la vida».
Las palabras con que concluye Atilio Faoro son, en todo caso, alentadoras: «El 15 de abril de 2019 el mundo contempló horrorizado las llamas que consumían la más célebre de nuestras catedrales. Este amargo trago nos recuerda que, al igual que para Notre Dame, la vida de los pueblos y naciones cristianos pasa por la cruz. Nos exhorta también este drama a no perder la fe. Viendo las ruinas, muchos dudaban que algún día el templo recuperara del todo su esplendor. Y aun así, el 8 de diciembre de 2024 Notre Dame volvió a abrir sus puertas a jefes de estado llegados de todo el mundo y una incontable muchedumbre, como nunca se había visto. Su restauración nos brinda una lección a todos. ¿Cuántas veces hemos creído que todo estaba perdido, que las ruinas no tenían remedio?»
La espectacular manifestación que en la fiesta de Pentecostés de este año ha congregado a 19.000 peregrinos que han recorrido a pie un centenar aproximado de kilómetros desde París hasta la catedral de Chartres, es una de tantas luces de esperanza que se encienden, como la restauración de Notre Dame y el aumento de las conversiones del islam al cristianismo en Francia. Hace muchos siglos, el Señor manifestó su amor singular por Francia suscitando una muchacha pastora de Lorena que empuñó las armas y la salvó. «Los hombres combatirán, y Dios les dará la victoria», decía Juana, con palabras que constituyen todo un programa. A comienzos del siglo XXI, el ejemplo de la santa guerrera no es sólo un modelo para los franceses, sino para todos los que con el pensamiento, la oración y sus acciones defienden la civilización cristiana de sus enemigos.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)