Meditación VI
Composición de lugar. Considera a tu alma como un suspiro del Corazón de Dios.
Petición. Dios mío, conozca el mérito de mi alma y la salve.
Punto primero. Tienes, hija mía, una alma Espiritual, inmortal, hecha a imagen y semejanza de Dios, que siente, entiende, ama, y a la que sólo Dios basta. Suspiro del Corazón de Dios es tu alma, hija mía: por esto sólo en el seno y cariño de Dios puede hallar descanso, vida, felicidad. Dale a tu alma cuanto gustes y puedes hallar en este mundo… dale todos los reinos del mundo y sus pompas y grandezas… si no le das con todo esto y sobre esto a Dios, no le bastarán todas estas cosas a tu ama. Vivirá inquieta… desasosegada… será infeliz… Nos has hecho, Señor, para Ti, decía el experimentado san Agustín, nos has hecho para Ti, y anda inquieto mi corazón hasta que descanse en Ti… Todo cansa, todo fatiga, todo atormenta si no es con Dios y por Dios… no hay descanso que no canse, porque se ve ausente del verdadero descanso… No hay más que un Dios, una alma, una eternidad, una vida, una muerte, de la que depende toda nuestra felicidad. Sólo Dios basta… Dios sólo basta… Solamente Dios basta… Quien a Dios tiene nada le falta; y quien a Dios no tiene, aunque tenga todas las cosas, todo le falta, porque sólo Dios basta. ¡Oh alma mía!, alégrate, porque tanta es tu dignidad y grandeza, que, a semejanza de Dios nada puede bastarte si no es el mismo Dios.
Punto segundo. Considera cuán vale tu alma, y le darás honor y honra según su mérito. Habéis sido comprados con gran precio, decía el Apóstol; no con oro y plata, sino con la preciosa Sangra del Cordero sin mancilla. ¡Oh alma cristiana!, si desconoces tu valor y tu mérito pregunta a Dios lo que ha dado por ti para comprarte y redimiste de la esclavitud de Satanás. No puedes alegar que este celestial Mercader desconociera su valor al dar por ella el precio infinito de su sangre, porque es la sabiduría infinita que aprecia las cosas en su justo valor. Mas aún; Dios respeta alma humana en cierto modo, porque pide su consentimiento par obrar meritoriamente. No vendas, pues, tu alma al mundo o a Satanás por un plato de lentejas, o por un puñado de cebada, por un mendrugo de pan, por un cabello de interés o por otras cosas de aire y vanidad… Mira que tu alma ha costado a Dios el precio infinito de su sangre… Si tanto vales, ¿por qué te vendes por tan vil precio?
Punto tercero. Cuando, pues, el mundo o el demonio o tu propia carne, hija mía, te soliciten al mal, no te olvides de lo que clamaba cuando vivía en ese destierro: No consintamos que sea esclava de nadie nuestra voluntad, sino de Aquel que la compró con su Sangre. Idos, idos de mí, criatura mezquinas y miserables, que no merecéis el amor de mi corazón. Valgo más que todo el mundo, y no quiero vender por nada ni por nadie a un vil y bajo precio la perla inestimable que ha comprado a infinito precio el Mercader celestial para engarzarla en su corona en la eterna gloria. ¿Qué pueden darme los hombres y el mundo en cambio de mi alma? Mi alma es de Jesús por derecho natural, es de Jesús por derecho de conquista, es de Jesús por derecho de compra, es de Jesús por libérrima elección mía. Seas, pues, alma mía, de Jesús siempre y en todas las cosas, en vida, en muerte, y por toda la eternidad… Sólo Dios basta.
Padre nuestro y la Oración final.
Fruto. Acuérdate que no tienes más de una alma, ni has de morir más de una vez, ni tienes más de una vida breve, ni hay más que una gloria, y ésta eterna, y darás de mano a muchas cosas.
San Enrique de Ossó