Testimonio: Cuando el amor y la fe obran milagros

Se dice que cada embarazo es único, como únicas son las vidas que se gestan en ellos. Así ha sido en mi caso, tres embarazos tres hijos únicos. Con el primero sientes la emoción y la incertidumbre de cómo será. Con el segundo estás emocionada, pero ya sabes a lo que te enfrentas. Y, mi tercero, bueno, la emoción fue una mezcla entre alegría y miedo, pues, tal y como están hoy en día las cosas, no venía en el mejor momento.

Una vez confirmamos la noticia, mi marido y yo fuimos asimilando poco a poco la noticia y planeando los cambios que este tercer hijo iba a suponer en nuestras vidas. El embarazo transcurrió con normalidad hasta que en la semana 27, en una ecografía rutinaria, la doctora observó que los ventrículos de la cabeza eran un poco más grandes de lo que debían ser para la semana de gestación en la que nos encontrábamos. Por ello decidieron hacer una ecografía más exhaustiva. En la semana 29 me la realizaron y confirmaron la ventriculomegalia y además no pudieron ver el cuerpo calloso que une los dos hemisferios. Y para comprobarlo decidieron hacer una resonancia magnética fetal. Y en la semana 30 tuvimos las noticias.

Cuando tu médico se presenta con otro, no suelen ser buenas noticias, y así fue. Se confirmó la ausencia del cuerpo calloso, la ventriculomegalia, alteración en el desarrollo de la corteza pariotooccipital derecha con hendidura esquicencefálicaperisilviana, escaso desarrollo de surcos occipitales, meningocele-encefalocele con defecto óseo esfenoidal y una dudosa presencia de un defecto óseo en el paladar. Y después de todas estas palabras, la conclusión era que el bebé no era compatible con la vida. Por ello, en la semana 30 de embarazo y viendo cuál iba a ser el desenlace, nos dieron la posibilidad de interrumpir el embarazo. Mi marido (quien hay que decir que una es creyente) y yo, no tuvimos dudas. El aborto no era una opción.

Decidimos continuar, y los médicos decidieron entonces acompañarnos en todos los pasos. A los quince días me repitieron la resonancia, y se seguía confirmando el diagnóstico, añadiendo además que parecía que el niño podría nacer ciego.

A la vez, y animados por la gente que nos rodea, fuimos a buscar otra opinión, esta vez por la sanidad pública, hasta ahora todo fue por lo privado. Nos repitieron las pruebas, y se volvía a repetir el diagnóstico.

El niño seguía siendo incompatible con la vida, como mucho lograría superar el parto y algunos minutos o quizás horas. Así que llegó el momento de decidirnos por dónde dar a luz, y si hacerlo por parto natural o cesárea. Entre tanto, desde esa semana 30, hasta la 37 en la que se programó el parto, en mi centro donde trabajo se inició una cadena de oración a la Beata Teresa de Calcuta, mis padres presentaron una oración que realizamos a la Virgen de Lourdes y yo oré y oré al Padre Pío, teniendo incluso, gracias a la Divina Providencia, la posibilidad de besar una reliquia suya. Y lo único que pedía era “Señor que se haga tu voluntad”, si podía quedarse con nosotros que así fuera, si se lo quería llevar con él al menos que diera tiempo a bautizarlo para que formara parte de coro celestial.

Y llegó el momento del parto. Y nos decantamos por continuar con los médicos que nos habían acompañado este duro camino. Después de provocar el parto, y de llevar 9 horas con contracciones, que gracias a Dios, fueron sobrellevadas por la epidural, hubo que realizar una cesárea. El momento había llegado. Y…con lágrimas…Ángel nació…y lloró y lloró y lloró. ¡Bendito sea el Señor! Aquel que no era compatible con la vida, aquel que posiblemente iba a necesitar oxígeno, aquel cuya calidad de vida no iba ser buena, lloró y respiró por sí mismo. Y hoy, dos meses después Ángel es parte de nuestra vida. Sus hermanos le adoran. Y allí por donde vamos, la gente al mirarle saben que es un milagro de Dios. Es un niño sano, aunque tiene sus cosillas, pero son cosas que con operaciones se arreglan. Pudo recibir el bautismo gracias a que el sacerdote estuvo todo el día allí, esperando al nacimiento.

Porque cuando se confía en Él todo se puede. Mi hijo estaba muerto, y por Dios, nuestro Señor, vive.

Hoy en día es fácil quitarnos los problemas. Hoy en día, por los medios que hay, es fácil confiar en la ciencia, los médicos…. Pues lo difícil es confiar en Dios, aunque todo sea negro, oscuro, difícil. Su Amor es más grande que todo, y lo puede todo. Recemos para que siempre se haga su voluntad.

Silvia Bendala

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