Un papa modelo

Hemos entrado ya en la era postfrancisquista. El sínodo para la Amazonía fracasó, la exhortación Querida Amazonia del 2 de febrero del año pasado cayó en saco roto y la exhortación Amoris laetitia del 8 de abril de 2016 pasó a la historia más por las críticas de que fue objeto que por los nuevos caminos que trazó.

Las últimas iniciativas del papa Francisco se han caracterizado por sus crecientes contradicciones y por una confusión cada vez mayor. La grey de los fieles oscila entre sentimientos de rabia y de depresión. Al magisterio de Francisco le falta sobre todo la coherencia y el equilibrio que debería ser el principal sello distintivo de quien tiene en sus manos la suprema responsabilidad del gobierno de la Iglesia.

Lo que la Iglesia necesita por encima de todo hoy en día es orden en el terreno de la teología, la pastoral, la liturgia y la disciplina. El orden es fruto de la claridad intelectual, y esa claridad intelectual sólo se puede cimentar en la Verdad, plena y sin concesiones. Por ese motivo, los cardenales que elijan al próximo pontífice (véase el excelente libro de Edward Pentin The Next Pope: The Leading Cardinal Candidates) necesitan un modelo, y para encontrarlo será necesario mirar en sentido contrario. Y no me refiero sólo al papa Francisco sino a todos los pontífices recientes, todos los cuales tuvieron parte en la catástrofe del Concilio.

El mejor ejemplo nos lo dan dos papas que fueron canonizados en época reciente con anterioridad al Concilio Vaticano II: San Pío X y sobre todo San Pío V, que centró su pontificado en la defensa de la Verdad y de la Iglesia. Se calificó a sí mismo de centinela de la Iglesia, consciente de que el deber principal del Vicario de Cristo es guardar y defender de los lobos el rebaño que le fue confiado.

Cuando el 20 de diciembre de 1565 se inauguró en el palacio pontificio del monte Quirinal el cónclave que habría de elegir al sucesor de Pío IV, el Sacro Colegio cardenalicio estaba básicamente dividido en dos bandos que habían estado enfrentados en los últimos años y reflejaban dos maneras diversas de hacer frente a la crisis protestante. El primero sostenía que con la herejía no podía haber la menor avenencia, en tanto que el segundo era partidario de tender la mano al protestantismo.

Nadie manifestó mayor intransigencia en el cónclave que el cardenal Michele Ghislieri, que era Inquisidor General Supremo de la Cristiandad. Fue él quien, con el decisivo apoyo de otro santo cardenal, Carlos Borromeo, ascendió al trono pontificio el 7 de enero de 1566 adoptando el nombre de Pío V.

Michele Ghislieri había nacido en 1504 en Bosco Marengo (Piamonte). A los 14 años ingresó en la Orden de Predicadores. Se le envió a la Universidad de Bolonia para estudiar teología, que a su vez enseñó él también durante dieciséis años. Por la pureza de su fe, se le nombró inquisidor (1504), comisario general del Santo Oficio (1551) y Summus ac perpetuus inquisitor, inquisidor general vitalicio de toda la Cristiandad (1588). Pablo IV lo nombró obispo de Nepi y de Sutri y más tarde lo creó cardenal.

Estos honores no menoscabaron lo más mínimo su austeridad de vida, ni siquiera después de ser elevado a la Silla de San Pedro. En primer lugar se ocupó de las reformas morales que quería aplicar a toda la Iglesia. San Pío V intentó de todas las maneras posibles atajar la propagación de las herejías por Europa, y con esta finalidad forjó alianzas con los monarcas católicos de su tiempo, en particular con Felipe II de España, llegando a excomulgar a la hereje Isabel I de Inglaterra en un gesto de gran audacia sobrenatural.

Su pontificado estuvo marcado por varias decisiones fundamentales: la publicación en 1566 del Catecismo en el que expuso con diáfana claridad toda la obra doctrinal del Concilio de Trento, la promulgación en 1568 del Breviario romano, libro litúrgico que contiene el oficio divino de la Iglesia Católica, y la institución en 1570 de la Misa que pasaría a la historia como Misa Tridentina o Misa de San Pío V, si bien no era otra cosa que la restauración de la Misa tradicional, que había sufrido los estragos del protestantismo.

La decisión de tomar estas tres medidas no fue casual: el objeto del Concilio de Trento consistía en llevar a cabo una verdadera reforma, comenzando por lo que enseñaba, rezaba y predicaba el clero. A estas medidas se agregó la proclamación de Santo Tomás de Aquino como Doctor de la lglesia y la publicación definitiva de la Suma teológica como obra didáctica de referencia.

Aunque las herejías suponían un peligro interno para la Iglesia, el islam la amenazaba por fuera. S. Pío V promovió la creación de la Liga Santa contra los turcos por medio de una alianza militar del Papado con España y la república de Venecia. La victoria de Lepanto en 1571, en uno de los más decisivos combates navales de la historia, constituyó uno de los frutos más celebrados de su reinado. Cuando falleció el 1º de mayo de 1572, el Papa estaba haciendo los preparativos para una nueva expedición. Sus restos se veneran en la basílica romana de Santa María la Mayor.

Pío V no fue un papa político. Vivió, por el contrario, su alta misión de un modo sobrenatural con la mirada fijada exclusivamente en la gloria de Dios y el bien de las almas. Dice Dom Guéranguer en El año litúrgico que la vida entera de Pío V fue un combate. Michele Ghislieri fue un pontífice resuelto y combativo que se implicó personalmente en acciones bélicas, pero el secreto de su combate y sus victorias estribó en las armas espirituales que empleó, en particular el Santo Rosario. La institución de la festividad de Nuestra Señora de las Victorias, también conocida como Nuestra Señora del Rosario, y la adición del título mariano de Auxilio de los Cristianos constituyeron los últimos hechos relevantes de su pontificado.

Actualmente San Pío V sigue asistiendo desde el Cielo a la Iglesia militante cuyo destino le fue confiado durante seis años. Es importante dar a conocer y divulgar su ejemplo.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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