Fátima en la encrucijada de la historia de la modernidad (I)

El mundo actual nos sorprende a diario con las cosas más descabelladas que pudiéramos imaginar: un hombre gana una competencia femenina, un violador se autopercibe mujer y es enviado a una cárcel de mujeres, un hombre mayor se siente una niña pequeña, un profesor católico es echado de una universidad católica por afirmar que el aborto es un homicidio y un etc. interminable que nos hacen preguntarnos cómo es posible haber llegado hasta aquí. Pues, el mundo actual es la consecuencia de tres revoluciones cuyos centenarios conmemoramos.

A propósito de los aniversarios que recordamos este año, hace unos días hemos leído el completísimo artículo de Roberto de Mattei. Si cabe agregar algo al respecto vayan estas líneas que pueden complementar aquellas con dos objetivos principales: 1- demostrar la aceleración de los tiempos… 1517, 1717, 1917; 2- demostrar que las apariciones de Fátima constituyen el remedio y la respuesta a estas revoluciones.

500 años de la Reforma Protestante

Hilaire Belloc emplea dos imágenes para explicarnos lo que nos trajo la Reforma: la de una explosión y la de la ruptura de un dique.

«Lo que he llamado «la explosión», ese repentino desmoro­namiento y cambio conocido generalmente bajo el nom­bre de la Reforma (la presión creciente que oprimía la Edad Media, en su ocaso), tuvo repercusiones revoluciona­rias en todos los sectores de la vida humana.

Toda la sociedad cristiana europea fue a la vez convul­sionada y transformada. El equilibrio cristiano y por lo tan­to satisfactorio que durante siglos había dado tan buenos resultados en las relaciones humanas, transformando el es­tado de esclavitud en el de los campesinos libres, regulan­do las costumbres y la estructura económica de la Sociedad, dirigiendo a los hombres más por su estatuto que por el con­trato, impidiendo la competencia excesiva e insistiendo sobre la estabilidad, desapareció como resultado del fuerte golpe asestado a principios del siglo XVI. La antigua y bien asen­tada civilización medieval perdía su estabilidad y fue reem­plazada por un estado basado sobre la competencia sin res­tricciones. Este estado eliminaba la antigua idea del estatuto y únicamente consideraba como cosa consagrada el contrato, provocando finalmente el fenómeno del capitalismo indus­trial dentro del cual se cuelan los gérmenes de la rebelión que amenaza destruirlo. En lugar de la antigua filosofía social que durante siglos había satisfecho a la humanidad, surgió un nuevo estado de cosas cuyas partes se desarrollaron en proporciones distintas, pero todas ellas combinadas, a la larga, formaron el mundo moderno y el conjunto de condiciones actuales»[1]

A la imagen de la explosión que hizo añicos la unidad de la Cristiandad el autor agrega la imagen de la ruptura de un dique que provoca la inundación de los campos soltando y dando rienda suelta a males que ya se venían incubando:

«Los resultados finales de la Reforma, esas tendencias cuyo curso podemos seguir lo mismo que seguimos el hilo de un arroyuelo, desde el manantial común —o sea “la ruptura de dique«—, he de titularlos así: Primero, el reemplazo del Estatuto por el Contrato. Esto debe examinarse desde el principio porque fue lo que motivó las condiciones que hicieron posible todo lo demás. El re­emplazo del Estatuto por el Contrato fue la circunstancia que provocó los desarrollos modernos, hasta estos momentos peligrosos, en que nos toca vivir. La importancia creciente del Contrato al reemplazar al Estatuto no constituye una causa de los males que vinieron después, mas fue una condición necesaria para que éstos aparecieran»[2].

Los resultados de la voracidad estimulada fueron: la usura y la competencia. La aparición del proletariado, resultado inevitable de la competencia debido a la falta de Estatuto. Finalmente el Comunismo, último fruto de la Reforma, es a las claras el enemigo mortal de todo aquello por lo cual hemos vivido.

El Padre Julio Meinvielle enseñaba que el Orden Cristiano de la sociedad, respetuoso de la jerarquía querida por Dios, sería atacado por tres revoluciones posibles que invirtieron el orden social de la Ciudad Católica. Es el proceso de Revolución Anticristiana que se inició con la Reforma Protestante que puso lo político por sobre lo religioso en la dirección de la sociedad; continuó con la Revolución francesa y la industrial inglesa que pusieron lo económico en la cima social; para acabar en la Revolución marxista que colocó a la materia, a lo irracional, a lo infra animal, en la cúspide de la dirección de la sociedad.

Este es el resultado de la explosión que inició el Protestantismo, y las “inundaciones” actuales no son más que el desemboque de la tremenda ruptura del dique que dijera Belloc.

300 años de la Masonería – Revolución Francesa

El P. Alfredo Sáenz afirma que la francmasonería fue factor principal en la lucha intelectual del siglo XVIII. La masonería moderna tiene su origen en 1717, fecha en que se fundó en Londres la primera gran logia. Allí se determinaron y precisaron sus fines reales. El objetivo de sus ritos y ceremonias es instituir una especie de religión naturalista, que debería un día suplantar a las demás religiones. Esta fue la base de la masonería universal. “La antigua masonería pasó de la construcción de edificios a la construcción de la sociedad”. Por ello es que el masón debía aspirar a un orden socio-político acorde a las nuevas ideas. “La nueva masonería aparece así como una especie de telón de fondo de todas las religiones reveladas (…) No se tratará, pues, de destruir las iglesias, sino de reemplazarlas, merced a la instauración de las nuevas ideas”[3].

La masonería se extendió entre la nobleza, las fuerzas armadas y aún dentro de la Iglesia. Con estos auxilios logró llevar a cabo las revoluciones francesa e industrial inglesa que llevaron, con éxito, al mundo a creer en sus dos principios básicos: la autosuficiencia de la razón y la negación de la existencia del orden sobrenatural. El liberalismo capitalista que nació de estas revoluciones consagró la primacía absoluta de lo económico y la competencia, al tiempo que imponía como verdades reveladas todos y cada uno de los principales errores de la masonería: el internacionalismo, el indiferentismo religioso y el naturalismo. Desde sus centros del poder mundial ha promovido –hasta lo obligatorio– el laicismo y el deísmo, al punto que hoy ante los ataques religiosos del Islam, los estados están inermes porque su misma filosofía inspiradora los inmoviliza.

Claro que esta misma sociedad capitalista liberal generó las injusticias y la aparición del proletariado que llevaron a la revolución marxista rusa.

100 años de la 

El rencor, el odio y la envidia, siempre estuvieron presente en la humanidad, la novedad que introdujo el marxismo fue su uso con fines revolucionarios. Este fue su secreto, su marca, y es el estímulo de gran vigencia en la transformación actual de esta ideología, cuya cara actual es la ideología de género.  El Che Guevara lo decía claramente hace 50 años:

«El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal»[4].

Eso hizo la revolución bolchevique: instalar el odio como factor de lucha al punto de llegar a provocar 100 millones de muertos[5].

En la teoría marxista la historia de la humanidad debía pasar forzosamente de la Etapa feudal (tesis) a la Burguesa Capitalista (antítesis) para arribar al “paraíso terrenal” Socialista (síntesis). El problema es que de acuerdo con esta hipótesis de Marx la revolución sólo podía suceder en Alemania o Inglaterra. El país donde menos podía ocurrir era en Rusia que era todavía un país campesino.  Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin, que fue quien dirigió la Revolución Marxista en Rusia ante esta incoherencia entre la teoría y lo que estaba ocurriendo en la realidad hizo algunas adaptaciones a los postulados de Marx. Por eso hablamos de marxismo-leninismo.

Lenin acentuó el papel de los revolucionarios: “la vanguardia lúcida del proletariado”, que actúa como “partera de la historia”, ya que su misión es acelerar el proceso y las Leyes de la Historia formuladas por Marx. Constituyó el PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) que nucleó a los revolucionarios. Los obreros no adhirieron al partido, que quedó conformado por profesionales. Entonces Lenin hizo una nueva adaptación: La vanguardia no necesariamente tiene que estar formada por obreros sino que debe proponerse el gobierno de los obreros.

Lenin llegó al poder por medio del uso inmoral de las relaciones políticas, o sea aliándose con los enemigos de su patria (en plena 1ª Guerra Mundial): con al apoyo de la Banca alemana (80 millones de marcos oro, más tarde 12 millones y luego 20 millones), con lo recaudado por Trotsky en Nueva York entre los judíos estadounidenses (Banca Schiff, Morgan y Rockefeller 75 millones y luego 2 millones más) y con el apoyo del Presidente Wilson. Así pudo ganar Lenin con apenas 100 seguidores. Formó el ejército Rojo pagado con esos abundantes dineros.

Realizada la Revolución en Rusia y ante la imposibilidad de extenderla a otros países, surgió la idea de hacerse fuertes en una sola nación. Esta fue la postura de Stalin (hombre de acero) sucesor de Lenin en la conducción del país. Para este fin se deshizo de los opositores, aún los internos al ejército (un 35%) y al partido. Stalin consideraba que el cuerpo revolucionario necesita, de tanto en tanto, purgarse  para mantenerse lozano. El terrorismo de Estado soviético no tiene igual en la historia por el número de víctimas.

El principal opositor de Stalin, Trotsky, fue condenado a prisión en Siberia, luego se exilió en Francia y finalmente en México. En México vivía en una fortaleza, pero Stalin consiguió que un hombre suyo entrara en la casa de Trotsky en 1940 y le destrozara el cráneo. Fidel Castro logró que el asesino, Ramón Mercader, apresado en México recobrara la libertad y pasara sus últimos días en Cuba.

Completada la purga surgió la idea de extender la revolución al mundo entero lo que se realizó por medio de la Guerra regular (Corea) y por la Guerra irregular (Vietnam, Camboya, Saigón, China, Indochina, Argelia). Luego vino la revolución marxista en América hacia la década del ’50 estableciendo la cabecera de playa del marxismo en Cuba en 1961, para extenderse desde allí al resto de los países americanos.

Hoy la nueva cara del marxismo es la ideología de género como ha explicado lúcidamente la doctora Anca María Cernea al Sínodo de los Obispos reunido en Roma:

“La causa primera de la revolución sexual y cultural es ideológica. Nuestra Señora de Fátima dijo que los errores de Rusia se propagarían por todo el mundo. Se hizo primero de forma violenta, con el marxismo clásico, matando a decenas de millones de personas.

Ahora se hace mediante el marxismo cultural. Hay una continuidad, desde la revolución sexual leninista, a través de Gramsci y de la Escuela de Frankfurt, hasta la actual ideología de los derechos homosexuales y de género. El marxismo clásico pretendía rediseñar la sociedad adueñándose por medios violentos de la propiedad. Ahora la revolución va más lejos: pretende redefinir la familia, la identidad sexual y la naturaleza humana. Esta ideología se hace llamar progresista, pero no es otra cosa que la tentación de la serpiente antigua para que el hombre se haga el amo, reemplace a Dios y organice la salvación en este mundo”. (16/10/2015)

También Guevara insistía en esto cuando decía que el pecado original de muchos intelectuales que se creían revolucionarios era respetar el orden natural y por eso insistía en la necesidad de “injertar el olmo para que dé peras”[6].

Y así hemos llegado a las enormidades increíbles que mencionábamos al comienzo.

1517, 1717, 1917: motus in fine velocior, el movimiento se acelera hacia el final. Fátima, el otro centenario que celebramos es el remedio a los males que las revoluciones nos trajeron.

Andrea Greco de Álvarez

[1] Belloc, Hilaire, La crisis de nuestra civilización, Buenos Aires, Sudamericana, 1950, p, 143-144.

[2] Ibidem, p. 161

[3] Sáenz, Alfredo, La nave y las tempestades VII, Buenos Aires, Gladius, 2007, p. 203, 206, 209.

[4] Ernesto «Che» Guevara (1928 – 1967), guerrillero, político, escritor y médico argentino. Fuente: Mensaje a la «Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América latina» – Abril de 1967.

[5] Courtois, Stéphane (ed.) El libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión Planeta, 1998.

[6] Guevara, Ernesto. El socialismo y el hombre nuevo. México, Siglo XXI Editores. 1977, p. 14

Andrea Greco
Andrea Grecohttp://la-verdad-sin-rodeos.blogspot.com.ar/
Doctora en Historia. Profesora de nivel medio y superior en Historia, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina. En esta misma Universidad actualmente se encuentra terminando la Carrera de Doctorado en Historia. Recibió la medalla de oro al mejor promedio en historia otorgada por la Academia Nacional de la Historia. Es mamá de ocho hijos. Se desempeña como profesora de nivel medio y superior. Ha participado de equipos de investigación en Historia en instituciones provinciales y nacionales. Ha publicado artículos en revistas especializadas y capítulos de libros. Ha coordinado y dirigido publicaciones.

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