San Agustín, el Zika, el Congo, Bosnia y la anticoncepción

A propósito de lo que se viene comentando acerca de la licitud o no del uso de anticonceptivos en determinados casos, como por ejemplo ante el virus del Zika, cosa que Pablo VI habría permitido a las monjas del Congo o Juan Pablo II a las de Bosnia ante el peligro de que fueran violadas (aquí, aquí y aquí) tal vez sería conveniente iluminar nuestra perspectiva con la luz del Magisterio. En este caso me refiero a las enseñanzas de San Agustín en el Primer Libro de la Ciudad de Dios.

Notemos que cuando el Doctor de la Iglesia, San Agustín, escribe lo hace en la dificilísima y oscurísima época que precedió a la caída del Imperio Romano de Occidente y las invasiones de los bárbaros. Obispo de Hipona en el norte de África toma la pluma en una ciudad sitiada por los vándalos, uno de los pueblos bárbaros más crueles y sanguinarios. Realmente era uno de esos “casos de verdadera emergencia y particular gravedad”. San Agustín no habla de la contracepción pero sí habla de los casos de las mujeres violadas y qué es lo que debe hacerse o cómo asumir cristianamente esta trágica situación.

Ante esto ¿qué enseña San Agustín?

En el capítulo XVI se pregunta ¿Si las violencias que quizá padecieron las santas doncellas en su cautiverio pudieron contaminar la virtud del ánimo sin el consentimiento de la voluntad? La primera respuesta es “que la virtud con que vivimos rectamente desde el alcázar del alma ejerce su imperio sobre los miembros del cuerpo, y que éste se hace santo con el uso y medio de una voluntad santa, y estando ella incorrupta y firme, cualquiera cosa que otro hiciere del cuerpo o en el cuerpo que sin pecado propio no se pueda evitar, es sin culpa del que padece”.

A continuación se pregunta si es lícito buscar la muerte voluntaria por miedo de la pena o deshonra, responde que “el que se mata a sí mismo también es homicida, haciéndose tanto más culpado cuando se dio muerte, cuanta menos razón tuvo para matarse; porque si justamente abominamos de la acción de Judas y la misma verdad condena su deliberación, pues con ahorcarse más acrecentó que satisfizo el crimen de su traición (ya que, desesperado ya de la divina misericordia y pesaroso de su pecado, no dio lugar a arrepentirse y hacer una saludable penitencia), ¿cuánto más debe abstenerse de quitarse la vida el que con muerte tan infeliz nada tiene en sí que castigar?”. En estas dos respuestas del Doctor de la Iglesia se encuentra comprendido el caso de las monjas del Congo o de Bosnia: supuesto el caso de que sufrieran una violación esto no implicaría pecado de parte de la víctima y nunca autoriza a buscar la muerte para evitar la deshonra. Según el Catecismo no es lícito atentar contra la integridad corporal, este es el efecto de los anticonceptivos, hacerlo se constituye en un atentado contra el 5º mandamiento “no matar” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2297 y 2298). El caso del Zika se encontraría contemplado en el n. 2370 al hablar acerca de la moral conyugal estableciendo que en casos de razón valedera sólo los métodos naturales de abstinencia periódica son moralmente aceptables.

El caso de tomar anticonceptivos preventivamente en peligro de violación pondría a la persona en la situación que San Agustín plantea al preguntarse: “¿por qué el hombre, que a nadie ofende ni hace mal, ha de hacerse mal a sí propio y quitándose la vida (reiteramos la relación entre contracepción y 5º mandamiento) ha de matar a un hombre sin culpa, por no sufrir la culpa de otro, cometiendo contra sí un pecado propio, porque no se cometa en él el ajeno? (…) si una mujer que fuese forzada violentamente sin consentimiento suyo, y padeció menoscabo en su cuerpo con pecado ajeno, no tiene que castigar en sí, matándose voluntariamente, ¿cuánto más antes que nada suceda, porque no venga a cometer un homicidio cierto, estando el mismo pecado, aunque ajeno, todavía incierto?”

Más adelante, en el capítulo XXVIII se pregunta San Agustín: “¿Por qué permitió Dios que la pasión del enemigo se cebase en los cuerpos de los continentes? Y si acaso preguntáis por qué permitió Dios tan horribles crímenes, diré con el Apóstol: «Alta es, sin duda, y que se pierde de vista la providencia del Autor y Gobernador del mundo, incomprensibles sus juicios e investigables sus ideas y caminos». Con todo, preguntádselo fielmente y examinad vuestras conciencias, no sea que os hayáis engreído demasiado por la gracia de la virginidad y continencia, o por el privilegio de la castidad, y llevadas de la complacencia de las humanas alabanzas, envidiéis también esta prerrogativa a otras. No acuso lo que ignoro, ni oigo lo que a la pregunta os responden vuestros corazones. No obstante, si respondieren que es así, no debéis maravillaros que hayáis perdido la fama con que pretendíais conquistar los corazones de los hombres, si os ha quedado lo que no se pueden manifestar a los hombres, que es el pudor. Si no consentisteis con los que pecaron con vosotras, a la gracia divina, para que no se pierda, se le añade el divino favor, y a la humana gloria para que no se la estime ni aprecie sucede el humano baldón”.

Que el Señor nos conceda la gracia de conservar íntegra nuestra fe iluminando las situaciones del presente con la luz de Su Palabra y la guía segura de los maestros de la Iglesia.

Andrea Greco de Álvarez

Andrea Greco
Andrea Grecohttp://la-verdad-sin-rodeos.blogspot.com.ar/
Doctora en Historia. Profesora de nivel medio y superior en Historia, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina. En esta misma Universidad actualmente se encuentra terminando la Carrera de Doctorado en Historia. Recibió la medalla de oro al mejor promedio en historia otorgada por la Academia Nacional de la Historia. Es mamá de ocho hijos. Se desempeña como profesora de nivel medio y superior. Ha participado de equipos de investigación en Historia en instituciones provinciales y nacionales. Ha publicado artículos en revistas especializadas y capítulos de libros. Ha coordinado y dirigido publicaciones.

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