Pensamientos de fin de año: Lucidez y coraje

La espiral de violencia que se desarrolló en el siglo XX tuvo su primer laboratorio masivo en la Primera Guerra Mundial, un conflicto que marca la historia, no sólo por su extensión planetaria y el alarmante número de víctimas, diez millones de muertos, sino sobre todo por la intensidad del odio hacia la trinchera enemiga[1].

Sin embargo el camino hacia esa terrible guerra fue inadvertido. Winston Churchill escribió en sus memorias que “la primavera y el verano de 1914, en Europa, se caracterizaron por la tranquilidad excepcional”[2]. Es que hasta los días previos a la guerra, los estadistas no creían estar dando pasos hacia la guerra mundial[3].

Explica Alberto Falcionelli:

“La historia diplomática de Europa, a partir de 1906, nos presenta (…) conflictos que van ampliándose y agravándose año tras año hasta desembocar en una situación tan insalvable que las naciones se encuentran hundidas en ella una después de otra hasta verse finalmente en la imposibilidad de retroceder. Ante este espectáculo (…) lo que más impresiona al observador es la ligereza con que los dirigentes de las naciones jugaron entonces con la vida, los bienes y el alma de los hombres transformados por ellos en meros peones pasivos de los intereses más egoístas que jamás se hayan enfrentado en la historia. De 1906 en adelante, todos los actos de las cancillerías europeas jalonan, en efecto, un camino que, fatalmente, lleva a la guerra y a la ruina de la humanidad y resulta dolorosamente escandaloso ver (…) [a los gobiernos] seguir alegremente ese camino”[4].

En esta suerte de indolencia de las clases dirigentes coinciden prácticamente todos los historiadores, también Hobsbawm señala que mientras “sólo algunos civiles comprendían el carácter catastrófico de la guerra futura, los gobiernos, ajenos a ello, se lanzaron con todo entusiasmo a la carrera de equiparse con el armamento cuya novedad les permitiera situarse a la cabeza”[5].

Lo que los grandes estadistas y políticos no advertían fue preanunciado por el poeta nicaragüense Rubén Darío, cuyo centenario hemos conmemorado este año. En el 10º de los Cantos de Vida y Esperanza (1905) había escrito:

“la tierra está preñada de dolor tan profundo (…)

Verdugos de ideales afligieron la tierra.

En un pozo de sombra la humanidad se encierra

con los rudos molosos del odio y de la guerra”.

Y acaba el poema con alma de creyente llamando al Señor de la Historia:

“Ven, Señor, a vengar la gloria de Ti mismo.

Ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo.

Ven a traer amor y paz sobre el abismo”.

Lo que los grandes estadistas no veían, fue advertido por el poeta. Europa estaba inmersa en un enorme bluff de autoconfianza: “en la ingenua suposición de que se ha dejado para siempre atrás a los males y errores que afectan a los hombres después del pecado original”[6]. Es que, como escribe Díaz Araujo:

“el utopismo –La herejía perenne, que dijera Thomas Molnar– genera una gran capacidad destructiva, negadora de la realidad presente, asociada a un triunfalismo porvenirista irreductible, sus nefastos resultados en el campo político son bien conocidos. Impone, teórica y prácticamente, una tiranía totalitaria”[7].

Así la utopía del progreso indefinido y del racionalismo a toda costa, del laicismo y el capitalismo liberal, había convertido a la convivencia humana en el “hombre lobo del hombre” del que hablaba Plauto, del que hablaba Hobbes.

Con esta conciencia los cristianos debemos leer la historia, es la que nos permite ver en lo profundo de los hechos hacia dónde se dirigen los acontecimientos. Con la lucidez y el coraje del poeta.

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Durante el presente año en mi país, la Argentina, se ha recordado también otro centenario, el bicentenario de la Independencia. Hemos escuchado repetición de disparates: que recién entonces nació la Patria, que el liberalismo fue su padre. ¡Hasta hubo un homenaje a la masonería en la propia Casa de Tucumán! En honor a la Verdad Histórica sabemos que no fue así. Hay un texto por demás lúcido y corajudo de don Tomás Manuel de Anchorena, en que nos dice:

“la independencia política de los americanos se ha convertido en una vergonzosa esclavitud a favor de todos los Estados de Europa y de la república norteamericana (…). Hemos hecho [mucho] (…) para ponernos bajo una dependencia de ellos mucho mayor que la de España cuando estábamos bajo su dominación. Lo primero que empezamos a hacer fue aplaudir su religiosidad, manifestándonos descontentos con nuestra religión; abandonamos nuestros antiguos usos y costumbres para tomar los de los extranjeros  (…) mientras nosotros hemos estado ocupados en la guerra (…) los señores ingleses, norteamericanos, franceses y demás europeos, excepto los españoles nuestros padres, se han apoderado exclusivamente de todo el comercio exterior e interior del país, y de todos los ramos de industria, imponiéndonos la ley en todo, y aprovechándose de nuestros conflictos y necesidades” [8].

Lo mejor de esta carta de Anchorena es que también nos proporciona sus reflexiones acerca de la solución posible:

“el único camino que nos queda para aliviar nuestra desgraciada situación es trabajar con el sincero esmero en restablecer la unión entre nosotros  (…). Es preciso respetar la religión (…). Es preciso respetar las leyes de la Iglesia (…) Es preciso respetar los derechos naturales del hombre y respetar proporcionalmente a cada uno en particular según su clase, edad, estado, condiciones y sexo, porque donde no hay respeto, todo es despreciable, no se conoce verdadera unión social, moralidad ni virtud alguna (…). En una palabra es preciso dictar buenas leyes, es decir justas y acomodadas a las circunstancias del país y observarlas con escrupulosidad”.

No sería extemporáneo procurar, hoy, poner en práctica estos sabios consejos. Lamentablemente, los gobiernos americanos parecen estar empeñados en el camino contrario. Los buenos cristianos y buenos patriotas no podemos caer en el engaño, antes bien, debemos levantar las banderas que pueden revertir la malograda independencia: la vuelta a la unidad, a la Verdadera Fe, a la Verdadera Iglesia, al respeto del derecho natural, a las buenas leyes y a su obediencia. Esto significa sustraerse de las modas mundiales que presionan, con la dictadura del pensamiento único, para imponernos: la ideología de género, la agenda del lobby gay, la igualación de todas las religiones, el laicismo a toda costa.

Los que por profesión u oficio nos dedicamos a la historia conocemos las palabras del Papa León XIII en las que nos habla de una falsa historia que tiene el “pésimo propósito de engañar conscientemente y hacer de la historia un veneno homicida”[9]. Nos ha dicho el Papa que una historia así “no será ya maestra de la vida ni luz de la verdad, (…) sino, todo lo contrario: una aduladora de los vicios y promotora de las corrupciones”. Nos dice que estamos ante “grande y actual peligro”, que por este camino sucederá que las ciencias históricas “se transformen en una fuente de grandes males, públicos y privados”.

Todos sabemos cuánta responsabilidad ha tenido la mala historia en el falseamiento de la Verdad que llevan al mundo, a la Iglesia y a la Patria a la autodestrucción. Por el contrario la buena historia, siempre fiel a la Verdad, es un arma poderosísima para mantener los valores del cristianismo, la herencia que recibimos de la antigüedad, de la cristiandad y de la hispanidad. La herencia que ha conformado nuestra identidad a la que no podemos renunciar sin autodestruirnos.

Lucidez y coraje es lo que se precisa. El gran escritor Alexander Solzjenitsyn ha dicho:

“Hay un proverbio alemán que reza: ‘Mut verloren alles verloren’ (cuando se pierde el coraje todo está perdido). Hay otro latino según el cual la pérdida de la razón es el verdadero heraldo de la destrucción. Pero ¿qué le ocurre a una sociedad en la que se produce la intersección de ambas pérdidas, la pérdida del coraje y la pérdida de la razón? Este es el cuadro que a mi juicio presenta hoy día el Occidente”[10].

La lucidez tiene relación con la inteligencia, el coraje con la voluntad. El cristiano que vive en la intersección de ambos, manifiesta la fuerza de la Verdad y la esplendorosa belleza de la militancia.

Así con lucidez debemos buscar, con esmero y dedicación, la Verdad, y con coraje, atrevernos a proclamarla. Los requetés, aquellos soldados carlistas que participaron en la Guerra Civil Española, defendiendo la religión católica y oponiéndose al marxismo, tenían un dicho que les caracterizaba: “¿Corresponde? Si corresponde, me atrevo”. Así hemos de hacer: con la lucidez de la inteligencia buscar lo que corresponde y una vez encontrado, atrevernos.

Que el Señor de la Historia nos guíe en la Batalla y Nuestra Señora nos cure las heridas.

Andrea Greco de Álvarez 

[1] De Mattei, Roberto, “La ‘tregua di Natale’ del 1914”, en: Corrispondenza Romana, Roma, 19de diciembre de 2012, [http://www.corrispondenzaromana.it/la-tregua-di-natale-del-1914/] (11-05-16)

[2] “The spring and summer of 1914 were marked in Europe by an exceptional tranquility” Churchill, Winston, The World Crisis (1911-1918), New York: Free Press, 2005, p. 87.

[3] Hobsbawm, Eric. La era del imperio, 1875-1914, Buenos Aires: Crítica, 2011, p. 269-270.

[4] Falcionelli, Alberto. Historia de la Rusia Contemporánea, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 1954, p. 388.

[5] Hobsbawm,  Op. Cit., p. 273

[6] de Mattei, Roberto,  “I cannoni di agosto rombano ancora”, en: Il Foglio, Roma, 1 de agosto 2014. También en: Corrispondenza Romana, Roma, 11 de agosto de 2014. [http://www.corrispondenzaromana.it/i-cannoni-di-agosto-rombano-ancora/] (11-05-16)

[7] Díaz Araujo, Enrique. La política del bien común, Mendoza, El Testigo, 2004, p. 49.

[8] Escrito el 12 de abril de 1842 a su primo Juan Manuel de Rosas. Sierra, Vicente, Historia de la Argentina, Buenos Aires, Ed. Científica Argentina, t. IX,  p. 57.

[9] Leone XIII, Saepenumero considerantes, 18 de octubre de 1883 (con ocasión de la Apertura de los Archivos Vaticanos a los historiadores)

[10] Cit. Por P. Alfredo Sáenz, Las raíces y jalones de la Revolución anticristiana, en: http://www.iglesianueva.8k.com/las_raices.htm

Andrea Greco
Andrea Grecohttp://la-verdad-sin-rodeos.blogspot.com.ar/
Doctora en Historia. Profesora de nivel medio y superior en Historia, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina. En esta misma Universidad actualmente se encuentra terminando la Carrera de Doctorado en Historia. Recibió la medalla de oro al mejor promedio en historia otorgada por la Academia Nacional de la Historia. Es mamá de ocho hijos. Se desempeña como profesora de nivel medio y superior. Ha participado de equipos de investigación en Historia en instituciones provinciales y nacionales. Ha publicado artículos en revistas especializadas y capítulos de libros. Ha coordinado y dirigido publicaciones.

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