Sobre la pena de daño
Punto Primero. — Por horrorosos que sean los tormentos que padecen las Ánimas en el Purgatorio, por espantosas que sean las llamas en que se abrazan, no igualarán jamás la pena vivísima que sienten al verse privadas de la vista clara de Dios. En efecto; aquéllas constituyen la pena de sentido, ésta la de daño; aquéllas son limitadas; ésta infinita; aquéllas privan a las almas de un bien accidental, cual es el deleite; por ésta carecen de un bien esencial a la bienaventuranza, en el cual consiste la felicidad del hombre, y es la posesión beatífica de Dios. Ahora no comprendemos esta pena; pero ella es atroz, incomprensible, infinita. ¡Ah! ¡Pobres Ánimas! Vosotras conocéis a Dios, no con un conocimiento oscuro, como nosotros, sino con una luz clara y perfectísima; véis que es el centro de vuestra felicidad, que contiene todas las perfecciones posible, y en grado infinito; sabéis que si cayera en el infierno una sola gota de aquel océano infinito de delicias que en sí encierra, bastaría para extinguir aquellas llamas y hacer del infierno el paraíso más delicioso. Comprendéis todo esto perfectísimamente, y así os lanzáis hacia aquel Bien infinito con más fuerza que una enorme peña desgajada de la montaña se precipita a lo profundo del valle; ¡y no obstante no le podéis abrazar ni poseer! ¡Qué pena! ¡Qué tormento! Absalón, privado solamente dos años de la amable vista de su padre David, vive desconsoladísimo; nada le alegra: ni riquezas, ni amigos, ni delicias; continuamente suspira por verle, hasta llegar a elegir la muerte antes que verse más tiempo privado de su presencia, siendo su padre un simple mortal; ¡qué será, pues, para vosotras el veros privadas de Dios, y con Él de todo bien, de todo consuelo y felicidad! Preciso fuera sentirlo, para formarse una idea cabal y completa de estado tan horriblemente angustioso.
MEDITA.
Punto Segundo. — Si tan horrible pena sienten las Ánimas, viéndose privadas del hermosísimo rostro de Dios, ¿cuál debería ser tu desconsuelo, oh pecador, que vives privado de su gracia y amistad? Las Almas benditas del Purgatorio no poseen aún a Dios, es verdad; pero están seguras de poseerle un día, porque son amigas, hijas y esposas suyas muy queridas. Pero tú, infeliz, sabes que, viviendo como vives, no poseerás jamás a Dios. Sabes que desde el momento en que te rebelaste contra Él perdiste su gracia, y con ella la rica herencia de la gloria. ¡Ah! ¿Cómo dices: Padre nuestro, que estás en los cielos? Te engañas: Dios ya no es tu padre, ni tu señor, ni tu rey. ¿Sabes quién es tu padre y señor? ¡Ay de ti! Es el demonio: Vos ex patre diabolo estis. A él te entregaste pecando, él es tu compañero inseparable; tú eres su esclavo. Si Dios rompiera el hilo delgado de tu vida, ¡ay! el demonio se apoderaría de ti y arrastraría su presa al fuego del infierno. ¡Ay! ¿Crees esto, pecador, y no obstante duermes tranquilo? Dios todopoderoso es tuenemigo, tiene firmada contra ti la sentencia de condenación eterna; ¡y tú, lejos de borrarla con una buena confesión, juegas, ríes, te diviertes, pasas días, meses, años y la vida entera en el pecado! ¡Oh deplorable ceguedad!¡Oh insensibilidad más que de bruto irracional!
MEDITA.
Ejemplo
Refieren varios autores que estando un religioso carmelita descalzo en oración, se le apareció un difunto con semblante muy triste y todo el cuerpo rodeado de llamas. ¿Quién eres tú? ¿Qué es lo que quieres?, preguntó el religioso. — Soy, respondió, el pintor que murió días pasados, y dejé cuanto había ganado para obras piadosas. — ¿Y cómo padeces tanto, habiendo llevado una vida tan ejemplar?, volvió a decirle el religioso. —¡Ay!, contestó el difunto; en el tribunal del supremo Juez se levantaron contra mí muchas almas, unas que padecían terribles penas en el Purgatorio, y otras que ardían en el infierno, por causa de una pintura obscena, que hice a instancias de un caballero. Por fortuna mía se presentaron también muchos Santos, cuyas imágenes pinté, y dijeron para defenderme que había hecho aquella pintura inmodesta en la juventud, que después me había arrepentido, y cooperado a la salvación de muchas almas, pintando imágenes de Santos; y por último, que había empleado lo que había ganado, a fuerza de muchos sudores, en limosnas y obras de piedad. Oyendo el Juez soberano estas disculpas, y viendo que loe Santos interponían sus méritos, me perdonó las penas del infierno, pero me condenó a estar en el Purgatorio mientras dure aquella pintura. Avisa, pues, al caballero N. N., que la eche al fuego; y ¡ay! de él si no lo hace. Y en prueba de que es verdad lo que digo, sepa que dentro de poco tiempo morirán dos de sus hijos. Creyó, en efecto, el caballero la visión yarrojó al fuego la imagen escandalosa. Antes de dos meses se le murieron dos hijos, y él reparó con rigurosa penitencia los daños ocasionados en las Almas.
“Áncora de Salvación”