Condenados para toda la eternidad

«Ví almas que caían al infierno como hojas que caen en el otoño»
                                                                         (Santa Teresa de Jesús)

¿Creen ustedes que se podrá salvar un hombre que se ha dedicado a mandar a las personas al infierno? Ciertamente, no. Esa persona tendrá que pasar su vida futura sufriendo en el infierno por toda la eternidad. Escuchemos lo que nos decía el Señor al respecto:

“Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo hundieran en el fondo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Es inevitable que vengan los escándalos. Sin embargo, ¡ay del hombre por cuya culpa se produce el escándalo!” (Mt 18: 6-7)

Si bien en mis más de treinta años de sacerdocio, mi misión me ha llevado por países de las américas, desde hace más de dieciocho estoy recluido entre las cuatro paredes de las ermitas que ahora sirvo en una zona rural de la costa levantina (España); por lo que, aunque me mantengo informado de los problemas por los que pasa la Iglesia, nuestra sociedad…, quieras o no, el mundo que realmente me preocupa es el que me rodea día a día.

Es por ello que lo que más me hacía sufrir hasta el año pasado, era ver a los niños que jugaban en las calles, pero que nunca venían a la Misa; padres que acudían a mí pidiendo ayuda porque se habían enterado de las barbaridades que sus hijos estaban escuchando en el colegio; parejas no casadas que querían bautizar a su hijo, pero que luego no tenían planes de recibir el sacramento del matrimonio; viejitos que se morían en sus casas o en los hospitales sin haber recibido sacramento alguno. Desde el inicio de mi sacerdocio, una de las cosas que más me hacían sufrir era el temor a poder condenar a una persona al infierno como consecuencia de mi falta de virtud o de mi mala doctrina.

Hace poco más de un año, desde que invitado por el director de este portal, comencé a escribir artículos y prestar mi ayuda como consejero espiritual, mi campo de miras se ha universalizado, y con ello mi sufrimiento y preocupación.

Continuamente recibo correos electrónicos y mantengo conversaciones telefónicas con personas que me consultan realmente angustiadas por cosas que ocurren en sus parroquias. Permítanme ponerles unos ejemplos de lo que me ha ocurrido en las últimas semanas. Obviaré dar nombres y detalles para que nadie pueda ser reconocido.

1.- Hace tan solo dos semanas me llamaba una señora desde Colombia que me preguntaba si era válida la consagración en la Misa si el sacerdote cambiaba las palabras que debía pronunciar. Rápidamente le pregunté que qué es lo que decía. Y ella me contestó:

  • El sacerdote tomando la hostia dice: “Tomad y comed todos de Él porque éste es el símbolo del Cuerpo de Cristo”.

Acto seguido le dije que se fuera de esa parroquia, y si era posible diera parte al obispo, pues esas consagraciones eran inválidas y además sacrílegas.

2.- La semana pasada una persona acudía a mí muy preocupada porque cuando se casó por la Iglesia le pidió, junto con el que iba a ser su marido, confesión al sacerdote y este le dijo:

  • No tengo tiempo de confesaros. Así que: ¿Os arrepentís de todo?

A lo que ellos respondieron ahí mismo,

  • Sí, padrecito.

Y entonces el sacerdote les dijo:

  • Pues, quedaos tranquilos. Mañana venid a la boda a las 11 am.

Ni confesión, ni absolución, ni penitencia. ¡Qué escándalo! Pero según se oye últimamente desde las altas esferas, esto es “lo que se lleva”.

Meses después de la boda, la pobre mujer vino a confesarse conmigo, pues tenía la conciencia intranquila y sabía perfectamente que para perdonarse los pecados debía confesarlos todos y cada uno de ellos.

3.- Esta misma semana, recibía una llamada de una pareja que vive en Estados Unidos consultándome unas dudas referentes a lo que habían escuchado en el centro diocesano de pastoral. Llamados por su párroco, tuvieron que ir, junto con otras cuarenta parejas, a hacer un retiro previo al matrimonio y en el que se daban charlas de preparación para este sacramento (los famosos cursillos prematrimoniales).

Según me contaron, las charlas las daban: un diácono, una mujer que pasaba los 70 años y algún que otro “agente de pastoral”. El diácono les habló “ex cathedra” diciendo que todo eso de Adán y Eva, el pecado original.., eran historietas que se contaban a los niños en la catequesis; que el pecado original no era otra cosa que “renunciar al otro”. Este teólogo experto siguió iluminando y confundiendo a toda la concurrencia con una teología barata, por llamarla de algún modo, pero que en realidad lo que estaba haciendo era quitar la poca fe que le pudiera quedar a esas parejas y confundirlas todavía más.

Pero ahí no acabó todo. Luego llegó la viejita de más de 70 años, que era la encargada de hablar de la paternidad responsable y la sexualidad en el matrimonio. Comenzó su disertación diciendo que ella se consideraba a sí misma como una “viejita caliente”. Luego, les confirmó a los novios que en el matrimonio todo, sí todo, estaba permitido. Luego, entre risitas vulgares y picantes añadió, por supuesto siempre y cuando sea con la pareja de uno. Si la “buena señora” no había tenido bastante, entonces comenzó a hablar de lo responsable que tenía que ser una pareja para traer un nuevo ser al mundo. Les puso una lista de condiciones que tenían que cumplir tan copiosa, que de ahí se concluía que traer hijos al mundo era una grave irresponsabilidad.

Los ejemplos se podrían multiplicar hasta el aburrimiento; pero yo me pregunto (aunque la respuesta ya la sé) ¿se podrán salvar estas personas que a través de su enseñanza están ayudando al demonio en su papel de condenar a las personas al infierno?

Yo, la verdad, tengo mucho miedo personalmente. Me esfuerzo en tener mis conocimientos sobre teología y moral concordes con el Magisterio de siempre, pues tengo la conciencia clara de que si sólo una persona se condenara por mi culpa, Dios me lo apuntaría a mí como pecado gravísimo; pecado que podría llevarme al infierno por toda la eternidad.

Para mí, esa actitud superficial, cobarde y carente de virtud de muchos obispos, sacerdotes, agentes de pastoral, catequistas, padres, profesores, y en general, de cualquiera que tenga que enseñar la fe a otro, no es sino la antesala de lo que le espera cuando tenga que rendir cuentas ante el Altísimo. La razón es muy sencilla: una persona que es capaz de hablar así es porque ya está en manos del demonio. Y de ahí al infierno, sólo hay un paso.

Padre Lucas Prados

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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