El evolucionismo contra Dios

El Darwinismo no es en realidad nada nuevo: ya antiquísimas religiones (se habla de ello en algunos antiguos textos hinduistas) creían en la evolución de la especie, a partir de la ruptura de un huevo cósmico originario, desde la más ínfima forma de vida, hasta el más complejo ser humano. Como sabemos, sin embargo, estas teorías se difundieron con particular éxito en el culmen de la infiltración social de las ideas iluministas, no sin un vasto recurso a instrumentos propagandísticos que difundieron verdaderos fraudes científicos con el fin de obtener dicho resultado. El evolucionismo socavó las bases de la fe del pueblo, haciendo dudar a generaciones y generaciones de la veracidad de la Palabra de Dios, además de aportar la base al pensamiento filosófico ateo, que condujo a las grandes dictaduras del siglo XX, en las que el hombre se erigió a sí mismo en el lugar de Dios.

Pero vayamos a la pregunta principal tratada en este primer artículo sobre este tema.

¿Puede el evolucionismo ser conciliado verdaderamente con nuestra fe? Advierto de antemano que viví la primera parte de mi vida creyendo en el evolucionismo, sobre todo porque crecí de esta manera. Desde niño fui educado para ver la cosmología evolucionista como un dato de hecho incontrovertible. No considero por tanto que creer que la evolución haya sucedido impida completamente la fe, sobre todo si no se piensa hasta el final y si no se le da peso; sin embargo esta teoría es fuente de un sutil veneno que se insinúa en el alma y en nuestra mirada sobre la creación de Dios y, poco a poco, hace vacilar todo el sistema de la fe. De un par de años a esta parte, he podido escuchar estudios y debates de diferentes científicos, sobre todo provenientes del ambiente protestante: teniendo erróneamente la sola Escritura como fuente de la verdad, tuvieron que defenderla más firmemente de lo que lo hemos hecho insuficientemente nosotros los Católicos. A mi juicio, hicieron un óptimo trabajo, desenmascarando la naturaleza prejudicial de la presunta teoría científica Darwinista y demostrando que no es solamente posible sino además mucho más razonable la hipótesis de que, efectivamente, lo que dice la Sagrada Escritura es verdadero real, histórica y científicamente. Después del descubrimiento de una nueva perspectiva científica más válida cambié de idea y me hice creacionista. En este primer artículo sobre este tema deseo, pues, mostrar la irreconciliabilidad filosófica y teológica del evolucionismo con la fe Católica y, en general, Cristiana. He aquí un resumen en varios puntos de los principales problemas, a mi juicio muy graves, que plantea esta teoría.

1- ¿Quién fue antes: el hombre o la muerte? Según la Biblia, la muerte entró en el mundo con el pecado de Adán. « Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Pues lo mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados. » (1 Corintios 15, 21-22). Este principio no se puede negar ni siquiera queriendo interpretar alegóricamente todo el libro del Génesis de manera modernista. Si, en efecto, no fuese así, significaría que la entrada de la muerte en el mundo no depende del libre albedrío del hombre sino de la voluntad de Dios, y esto haría de Dios el autor del mal en el mundo. Esto es irreconciliable con la fe y con la Escritura: « Porque Dios no ha hecho la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos. Él todo lo creó para que subsistiera y las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra. Porque la justicia es inmortal. » (Sabiduría, 1, 13-15). Según el evolucionismo, por el contrario, no sólo viene antes la muerte que el hombre, sino que la muerte es desde siempre parte del universo y es complementaria a la vida hasta el punto que no puede haber ningún desarrollo vital sin muerte. La muerte, en efecto, es el motor del mecanismo de selección natural que, según los evolucionistas, habría conducido, finalmente, al organismo “más evolucionado”: el hombre. Así, mientras que en el Cristianismo la muerte es el justo castigo de Dios, prenunciado al hombre en Génesis, 2, 17, y merecido por él por su desobediencia, según el evolucionismo no Eva, ni María, ni la Santa Iglesia, sino la muerte es la madre del género humano.

2- El transformismo. Si el hombre viene del mono según un proceso de transformación, que, después de muchos pasos, ha conducido a estos primates a tener un cerebro cada vez más grande, ¿cuándo es que el mono deja de ser mono y empieza a ser hombre? En base a este principio, filosóficamente llevado a sus conclusiones, no existe ninguna criatura que esté bien definida, ya que los pasos de transición entre una criatura y otra las hacen en el fondo indistinguibles entre ellas, o distinguibles sólo arbitrariamente. ¿Cómo sabemos que los animales son diferentes del hombre? ¿Cómo podemos sostener que tenemos un alma de naturaleza diferente si la única diferencia entre nosotros y un primate es la dimensión del cerebro? Y, si el hombre es todavía un primate, entonces un primate es todavía un mamífero, y un mamífero un anfibio, y así en adelante hasta el primer microorganismo. Hemos llegado hoy a una locura cultural tal, que hay científicos decididos a sostener que, “en un cierto sentido”, “los hombres son todavía peces”. En efecto, siguiendo el hilo conductor de este razonamiento, toda la maravillosa creación que vemos es sólo una gran caldera hirviente de energía cuantitativamente distinta por cuestiones puramente arbitrarias de la mente humana. En palabras sencillas, citando a la casi satanista Margarita Hack “somos todos todavía sólo polvo de estrellas” (piedras o literalmente nada si se prefiere). Para los amantes de la interpretación alegórica veterotestamentaria veamos qué dice también el Nuevo Testamento al respecto: « Pero Dios le da el cuerpo según ha querido, y a cada semilla su propio cuerpo. No toda carne es la misma carne, sino que una cosa es la carne de los humanos, otra la carne de los animales, otra la carne de las aves y otra la de los peces. » (1 Corintios 15, 38-39).

3- ¿Acaso Dios ha puesto un alma inmortal en un par de monos convirtiéndolos en los primeros Adán y Eva? No creo que sea siquiera necesario decir cuán degradante sea, y ciertamente ilógica, como decisión, por parte de un Dios creador, que podía tranquilamente traernos al mundo ya completos sólo queriéndolo, hablando. De todos modos, a parte de esto, se vuelve al problema de la muerte. ¿Cómo justificar todos los millones de criaturas muertas para conducir a los dos primates en los que se habrían “encarnado las almas” de Adán y Eva? Ha habido quien ha dicho que la inmortalidad era propia sólo de Adán y Eva y no de las demás criaturas; sin embargo también esta versión resulta problemática. Ante todo, según el libro del Génesis, y en general también según la teología, el animal ha sido creado para el hombre (Génesis 2, 18-19), y ¿cómo puede un animal corruptible servir de apoyo y compañía a un hombre que vive para la eternidad? Además, ¿es acaso posible considerar como “Paraíso Terrenal” un lugar donde reina la muerte? ¿Es posible que la Escritura afirme que, en semejante lugar, Dios « vio todo lo que había hecho, y era muy bueno » (Génesis 1, 31)?

4- Deseo finalmente concluir con dos consideraciones. ¿Por qué un Dios bueno y omnipotente, por qué Jesús, Verbo de Dios, del cual hemos conocido su vida y sus obras y su pensamiento, tendría que haber creado el mundo siguiendo este método cruel? Razonemos sobre el funcionamiento de esta máquina de muerte. El motor de la selección natural es el exterminio, el genocidio de los más débiles. Los más débiles son criaturas inferiores, menos evolucionadas y, por tanto, es necesario que sean extinguidas con el fin de favorecer el gen más fuerte o el individuo con mejores características, que pueda continuar su babélico camino hacia la omnipotencia. Sí, precisamente la omnipotencia. En efecto, ¿cómo se puede definir algo como más evolucionado que cualquier otra cosa? ¿Por la longevidad? No, hay medusas, esponjas o almejas que viven mucho más que nosotros. ¿Por la fuerza? No. ¿La velocidad? No. ¿La complejidad? ¿Y qué es la complejidad sino un metro humano para juzgar cuántas posibilidades tiene una criatura, cuánto “puede hacer”? La verdad es que definimos algo como más evolucionado en base a la comparación con Dios: cuanto más cercana es una criatura a la omnipotencia tanto más evolucionada es. Y ahí está la llegada en el siglo XX y en la modernidad de las más inhumanas teorías transhumanas y eugenésicas, porque, obviamente, si la evolución ha tenido lugar, ¿por qué razón, ahora, debería haberse detenido? ¿Hacia dónde estamos yendo? Seréis como Dios. Entonces ya no importa qué se sacrifica en nombre del progreso, porque, nosotros, un día, seremos como Dios. Esto nos lleva a desvelar la verdadera naturaleza de los dos pulmones del evolucionismo: “aplasta al más débil y tendrás tú la fuerza” (Génesis 4, 8. 23); y: “seréis como Dios” (Génesis 3, 4). Lo cual basta para preguntarse si quizá no sea obra del homicida mentiroso desde el principio.

Todo esto que sucede en nuestros días fue predicho en la Escritura. Tened los ojos abiertos e informaos sobre el Creacionismo. Mirar a la Creación creyendo que los primeros miembros de cada género animal (los dos primeros caninos, felinos, primates, hombres, etc … ) y vegetal hayan sido traídos al mundo por la voz de Dios te hace ver el mundo con una gratitud y una alegría distintas.

« Sabiendo, ante todo, que en los últimos días vendrán burlones con todo tipo de burlas, que actuarán conforme a sus propias pretensiones y dirán: « ¿En qué queda la promesa de su venida? Pues desde que los padres murieron todo sigue igual, como desde el principio de la creación ». Porque intencionadamente se les escapa que desde antiguo existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida en medio del agua gracias a la palabra de Dios; por eso el mundo de entonces pereció anegado por el agua. Pero ahora los cielos y la tierra custodiados por esa misma palabra están reservados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. » (2 Pedro 3, 3-7).

« La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que tienen la verdad prisionera de la injusticia. Porque lo que de Dios puede conocerse les resulta manifiesto, pues Dios mismo se lo manifestó. Pues lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos, de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas. Alardeando de sabios, resultaron ser necios. » (Romanos 1, 18-22).

(continuará) 

Matteo Di Benedetto

[Artículo original. Traducido por Marianus el Eremita]

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