(Documento aparecido el 13 de junio y aprobado por Francisco)
“La ecuación más radical que desfila de la luna hasta Mercurio, si se mezcla con polenta y albóndigas, en lo que tiene que ver con el gol de Messi a Portugal, parece no aumentar la inflación de Argentina, pero es mucho más anacrónico que las pestes egipcias, sin contar que lo más rotundo expresado por la empresa automotriz Ford alcanzó para que Tyson aplaste el rostro Gengis Kan, quien finalizó abriendo un cajón de madera en el que a la mañana siguiente dijo ¡Romina!. En conclusión, de todo lo dicho se dedujo que la justicia sí es una virtud cardinal”.
Si alguien afirma que lo supra expuesto es inentendible, tiene razón, porque sencillamente es algo inentendible. Es un lío de formulaciones que no pueden conectarse, pero que, aún así, propone una conclusión. Algo así es el documento eclesiástico de reciente aparición (2024), titulado ‘El Obispo de Roma’ y aprobado por Francisco, que cuenta con una extensión de casi 150 páginas. El texto, aunque pretende ser una reformulación de Vaticano I en temas como la Primacía Petrina, la infalibilidad pontifica, el ecumenismo, lo desbanca y mete de lleno doctrina malsana. Intentaré, en poco menos de dos hojas, cifrar lo principal del documento y dejar al descubierto sus engaños.
El Obispo de Roma se presenta como la última palabra sobre “ecumenismo”. Claro está, sobre lo que -adelanto desde ahora- es el falso ecumenismo. Es algo nuevo. Por si quedasen dudas sobre dicha novedad, me remito al Punto 31 del documento, donde allí, en autoconfesión, dicen que se trata de “un espíritu ecuménico nuevo”.
Desde el Prólogo se observa algo que a muchos de los “conservadores defensores de lo que llaman el espíritu de continuidad conciliar” les da en el rostro, a saber, que el mal del faso ecumenismo tiene sus fuentes en el “espíritu conciliar”. Dirá el Cardenal Koch: “este Dicasterio vio en el aniversario de la encíclica Ut Unum Sint una oportunidad para reanudar y profundizar el debate teniendo en cuenta los nuevos documentos de diálogo teológico”. De hecho, todo el documento se presenta fundado en la Ut Unum Sint de Juan Pablo II, y como respuestas evolutivas y complementarias a sus invenciones. Pero por las dudas que a alguno de los que gustan buscarle la quinta pata al gato se esté preguntando “¿dónde se ve el apoyo de Vaticano II al falso ecumenismo?” Lo responde la Introducción de “El Obispo…”: “La comprensión y el ejercicio del ministerio del Obispo de Roma entraron en una nueva fase con el Concilio Vaticano II” (Punto 1). ¡Qué confesión!: “…nueva fase…”. Y se agrega: “El Decreto Unitatis Redintegratio marcó la entrada oficial de la Iglesia católica en el movimiento ecuménico” (Punto 1). Bien sabemos que el destructivo documento Unitatis Redintegratio es del propio almácigo de Vaticano II. Lo mismo se inculca hacia al final del texto: “La comprensión y el ejercicio del ministerio del Obispo de Roma entraron en una nueva fase con el Concilio Vaticano II” (Punto 161), indicando que, si sus reformulaciones lo precisan, ellos, pléyade de iluminados, con todas sus luces estarán “desafiando algunas interpretaciones confesionales tradicionales” (Punto 165).
El documento entiende por Iglesia Universal no a la Católica, sino a una que abarca a todas, incluida la Católica. La Iglesia Católica entonces formaría parte (acaso muy importante) de la Iglesia Universal, mas esta comprendería otras comunidades.
El Punto 3 de la citada Introducción -anclado en Teilhard de Chardin, supone que con el ejercicio y acumulación de los diálogos ecuménicos “se desvelaría la ‘voluntad de Cristo para su Iglesia’.”. Como si la voluntad de Cristo no se hubiera manifestado ya.
El Punto 9 de la Introducción deja sentado que para la formulación del documento y las nuevas visiones que dan sobre el primado de Pedro, tuvieron en cuenta las reflexiones hechas por “otras comunidades cristianas”. Entre las comunidades heréticas que se tuvieron en cuenta para la elaboración del texto, tenemos por ejemplo a: anglicanos, luteranmos, presbiteranos, iglesias reformadas e iglesias libres (Punto 12).
Al parecer todas las tradiciones tienen sus fallas, la católica incluida, pues el Punto 19 alecciona ahora que “cada tradición se pregunta dónde fallan”.
El Punto 27 refiere la siguiente aberración: “La Declaración Conjunta sobre la unidad (2006) entre la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos y la Iglesia Nacional Católica Polaca (una Iglesia Vieja Católica pero que ya no es miembro de la Unión de Utrech), admitió por primera vez a los cristianos occidentales no católicos a la comunión eucarística católica, incluso sin acuerdo sobre la cuestión de la primacía del obispo de Roma”.
Veremos que el documento hace desfilar permanentemente términos como “redescubrimiento”. Los modernos se amparan en que “redescubren” para liquidar cosas pasadas. No te dicen “las vamos a destrozar, te las vamos a cambiar”, sino que te dicen que vieron cosas superadoras. De ese modo, por ejemplo, para socavar lo que siempre entendimos por Primacía de Pedro en la Iglesia Católica, única verdadera y universal, salen ahora con el gigante disparate de que admiten que “los textos del Nuevo Testamento no ofrecen una base suficiente para ello” (Punto 35). En el Punto 38 leemos que “los católicos han redescubierto una diversidad de liderazgo en el Nuevo Testamento ya que la responsabilidad de liderazgo pastoral no se limita a Pedro”. Ven… otro redescubrimiento de estos fenómenos del falso ecumenismo.
Apoyados en disparates como los indicados, el Punto 43 se atreve a dar otro paso y manifiesta: “Teniendo en cuenta la dificultad de encontrar un fundamento inmediato para el ministerio del Obispo de Roma en el Nuevo Testamento, el diálogo luterano-católico en EE.UU, introdujo un concepto general de ‘función petrina’, que no está necesariamente vinculado a una sede o persona en particular”.
Si para Concilio Vaticano I la Primacía de Pedro viene por derecho divino, ahora, debido a que los fenomenales pensadores del moderno ecumenismo tienen “una mayor conciencia” (Punto 52), conciencia que alcanzan gracias a que se misericordean mutuamente con miembros de otras comunidades no católicas, hablan de que, en verdad, hay algo divino y humano, de modo que “la primacía papal (…) está abierta a la adaptación”.
Como el atropello modernista ahora está más descarado, no temen confesar directamente que como en “Pastor Aeternus el Concilio Vaticano I (1870) creó una nueva situación, proclamando estas doctrinas como dogmas. Estas definiciones dogmáticas han demostrado ser un obstáculo importante para otros cristianos con respecto al pasado” (Punto 58). Un tremendo insulto sobre la potestad de la Iglesia Católica, un insulto sobre el poder del Papa cuando define. Lo que están queriendo decir es algo así como: “Atento muchachos que esas definiciones por muy dogmáticas que ustedes las pretenden, como implica un estorbo a nuestros diálogos con otras comunidades no católicas pero que forman parte de la Iglesia Universal, deben ser descartadas, reformuladas. Tranquilos: nosotros le metemos un redescrubrimiento y se las dejamos reformuladas”. Por si queda alguna duda, te dirán en el Punto 65, que ahora también “es posible superar las actitudes apologéticas posteriores”.
Con todo, van en busca de lo que llaman “Perspectivas para un ministerio de unidad de una iglesia reunificada”.
El Punto 131 al tiempo que prueba toda la perversión modernista, ilustra singularmente que el falso ecumenismo no busca sacar al extraviado del error, convertirlo al catolicismo, sino dejarlo donde está. No se trata ya de que un misionero misionando, aparte, por ejemplo, a un protestante del protestantismo para que se convierta al catolicismo, sino de dejarlo en su protestantismo. Se lee: “las iglesias que no estaban en comunión con esta Sede podían ser objeto de una actividad misionera ‘para hacerlas volver’ a la comunión con la Iglesia Católica, permitiéndoles al mismo tiempo conservar su propia liturgia y disciplina”. Pero gracias al “dialogo internacional ortodoxo-católico (…) reconoció que “esta forma “de apostolado misionero descrita anteriormente (…) ya no puede aceptarse ni como método a seguir ni como modelo de la unidad que buscan nuestras iglesias”. Si bien queda más que claro cuál es la nueva visión ecuménica, aclaro que la primera parte del texto del Punto 131, refiere a lo que se denominó inculturación, cosa que tampoco nunca fue algo católico. Da a entender que el misionero que convertía a otro le dejaba con toda su liturgia y que eso estaba bien.
El Punto 144 concentra toda la ponzoña mortífera del texto, y nos dirá cuál es para el modernismo “el primer deber ecuménico”. Desde luego que no será sacar un alma del error para así ayudar a salvar dicha alma, sino que “el primer deber ecuménico de los católicos es ‘examinar su propia fidelidad a la voluntad de Cristo sobre la Iglesia, y en consecuente emprender con vigor la tarea de renovación y reforma”. Claro: los redescubridores tienen tantísimas luces, están tan gigantescamente iluminados, que vienen a decirnos que la voluntad de Cristo es ahora reformular todo, renovarlo todo”. No quedan dudas de que se han reunido con Lutero y que él les dijo que “iba a darles luces” con su “libre examen”, gracias al cual se puede reformular todo, y son ahora los propios eclesiásticos quienes desde dentro cumplen con las ansiadas pretensiones del ex monje agutino que en un lejano 1517 apostató e inventó un movimiento que arrastraría a miles de almas a la perdición. Ahora las estrellas modernas eclesiásticas vienen a decirnos que sigamos sus luces de reformulación, pues “algunas formulaciones de la Tradición se consideran inadecuadas o incluso engañosas” (Punto 145). ¿Qué cosas, no? Ahora la Tradición nos engaña, mas ellos son las nuevas lumbreras que no engañan. Terrible insolencia. El moderno grupo de estrellas luminosas, íntimas amigas del mundo, dirán que dan “un testimonio cristiano unido al mundo” (Punto 159).
Al diablo las notas que siempre se le dio a la Iglesia de Una, Santa, Católica, Apostólica y romana, notas que, dicho sea de paso, no las nombran nunca. Al diablo, pues eso ya es anacrónico: no calza con la teoría de una Iglesia Universal abarcadora, no calza con la tendencia buscada por el Punto 169 de una “Iglesia reconciliada”. Algo no puede ser “uno” y a la vez digno de “reconciliación”, pues lo que es uno no necesita reconciliación. Pero como el modernismo busca su unidad en una mega Iglesia comprensiva de distintas comunidades, anda tras la reconciliación humana de ellas a ver como le prepara el guiso fuerte al Anticristo, así le queda la mesa bien servida.
El documento objeto de análisis, clarísimamente hundido en la apostasía, reduce la Primacía de Pedro a un tema honorífico; el dogma católico a un hecho que puede reformularse pues, al parecer, el factor histórico limita la definición a una época, todo lo cual prueba un grosero relativismo; el ecumenismo a un abrazo fraternal sin miras a que el otro se convierta al catolicismo; y la infalibilidad, algo así como una palabra rimbombante, la que, en definitiva, ya no sirve para nada.
Finaliza el documento con una escandalosa mención de las fuentes que usaron, todo lo cual, les guste o no les guste oírlo, revelan la estricta influencia masónica. Algunas de dichas fuentes: Baptist Union of Great Britain, Chiesa Evangelica Valdese, Iglesia de Inglaterra, Iglesia de Escocia, Iglesia Metodista, Iglesia Morava, Iglesia Presviteriana de los EE.UU, Quakers, Iglesia Episcopal Escoscea, Vereinigte Evangelisch-Luherische Kirche Deutschlands, etc., etc.,
Recordemos en breve la sana doctrina en palabras de San Pío X. ¿Qué nos dejó en el Catecismo que lleva su nombre? Que el Papa es el Pastor universal (153), y que esto es así por designación directa de Jesucristo, vale decir que su primacía no le viene por hombres, ni por meros reconocimientos honoríficos, sino por disposición divina. Es a Pedro a quien le dio las llaves del reino para que pueda atar y desatar, potestad concreta y sobre todos (“…apacienta a mis ovejas…”). Enseñará también el pontífice mencionado que todos los que no reconocen al Romano Pontífice por cabeza no pertenecen a la Iglesia de Jesucristo (exclusión que alcanza a las sociedades de hombres bautizados que no reconocen al Papa) (155). Explicando la nota que sostiene que la Iglesia es Una, nos dirá que lo es, entre otras cosas, porque hay “una misma cabeza visible, el Romano Pontífice” (157). Manifiesta San Pio X por qué también se dice que la Iglesia Católica es Romana, y dice: “La Iglesia verdadera se llama, asimismo, ROMANA porque los cuatro caracteres de unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad se hallan sólo en la Iglesia que reconoce por cabeza al Obispo de Roma, sucesor de San Pedro” (163). El punto 170 es lapidario contra el falso ecumenismo: “fuera de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, nadie puede salvarse, como nadie pudo salvarse del diluvio fuera del Arca de Noé, que era figura de esta Iglesia”. Toda la reformulación, los redescubrimientos, las re-reformas, las re-re-reformas y todos los “re” de re-volución que quiera el modernismo tendiente a alterar la voz de la Iglesia Católica, se estampan contra lo que siempre se enseñó y que se lo dejo de reflexión, nuevamente por pluma de San Pío X: “la Iglesia católica es infalible, y a esta causa, los que rechazan sus definiciones pierden la fe y se hacen herejes (177). Está clarísimo que la iglesia univeral, única y verdadera, es la Iglesia Católica, y que no hay un invento como una Super Iglesia abarcadora de todos los credos y dentro de la cual también estaría la Católica, invención modernista.
Para inculcar cada vez más el camino del falso ecumenismo no temen disminuir la Primacía Petrina, y en tal obra participó Vaticano II y los papas desde allí hasta hoy. Pero para apalear a la Tradición Católica no temen extralimitar la Primacía Petrina, y eso desde Vaticano II pasando por todos los papas desde allí hasta hoy. He ahí la doble vara diabólica del falso ecumenismo moderno.
