Este profesor alemán es de la misma edad que el Papa Benedicto. Él explica claramente que Amoris Laetitia constituye una ruptura, y que los católicos tienen el deber de defender la verdad de cara a la confusión inducida por el papa Francisco. Oremus – jv
Spaemann: «Cada sacerdote que abraza el orden sacramental hasta el momento vigente, puede padecer formas de intimidación de sus fieles y ser puesto bajo presión por su obispo. Roma ahora puede imponer la directiva de que a partir de ahora sólo se nombrarán obispos ‘misericordiosos ‘, obispos que estén dispuestos a suavizar el orden existente.
El nuevo documento del Papa constituye una ruptura.
El servicio de la Agencia de noticias católica (CAN por sus siglas en inglés), (que está conectada con el último canal de televisión católica EWTN de la Madre Angélica), tiene oficinas en varios países, y Anián Christoph Wimmer, un periodista en la oficina en Alemania, acaba de publicar una entrevista con Spaemann. Apareció en alemán primero y ahora está en italiano gracias al periodista vaticanista Sandro Magister.
Spaemann es profesor emérito de filosofía en la Universidad Ludwig –Maximilians de Mónaco de Baviera. Él es uno de los filósofos y teólogos católicos más importantes de Alemania. Vive en Stuttgart. Su último libro publicado en Italia fue “Dios y el mundo. Una autobiografía en forma de diálogo”, publicado por Cantagalli en 2014.
Aquí está mi propia traducción basada del italiano.
Vale la pena hacer notar que Spaemann es de la misma edad que el papa emérito Benedicto, quien acaba de cumplir 89 años en abril.
La siguiente es una traducción de la entrevista sobre Amoris Laetitia que Spaemann dio exclusivamente a Anian Christoph Wimmer para la edición alemana de la Catholic News Agency el pasado 28 de abril.
Profesor Spaemann, como filósofo, usted siguió de cerca los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Muchos creyentes hoy se preguntan si la exhortación post sinodal Amoris Laetitia del papa Francisco se puede entender en continuidad con las enseñanzas de la Iglesia y de estos Papas.
Profr. Robert Spaemann: Para la mayor parte del texto eso es posible, aun cuando su línea deja mucho espacio para conclusiones que no pueden hacerse compatibles con las enseñanzas de la Iglesia. En cualquier caso, el artículo 305, junto con la nota 351, que establecen que los fieles que se encuentran “en una situación objetiva de pecado” pueden ser admitidos a los sacramentos “debido a circunstancias atenuantes”, contradice directamente el artículo 84 de Familiaris Consortio de Juan Pablo II.
¿Cuál fue la preocupación central de Juan Pablo II?
Spaemann: Juan Pablo II declara a la sexualidad humana como «símbolo real de la donación de toda la persona» y, más precisamente, «una unión que no es temporal o ad experimentum (» para un experimento»). En el párrafo 84 se afirma, entonces, con toda claridad que los divorciados y vueltos a casar, si desean recibir la comunión, deben renunciar a los actos sexuales. Un cambio en la práctica de la administración de los sacramentos, por tanto, no sería un «desarrollo» de Familiaris consortio, como sostiene el cardenal Kasper, sino una ruptura con su enseñanza esencial en el plano antropológico y teológico, en relación con el matrimonio y la sexualidad humana.
La Iglesia no tiene el poder, sin que haya una conversión previa, de dar un valor positivo a este tipo de relaciones sexuales, a través de la administración de los sacramentos, dispensando «de antemano» la misericordia de Dios. Y esto sigue siendo cierto, no importa lo que el juicio sea de estas situaciones ya sea en el plano moral o en el plano humano. En este caso, como en el caso de las mujeres sacerdotes, la puerta está cerrada.
¿No se podría argumentar que las consideraciones antropológicas y teológicas que usted ha mencionado podrían tal vez ser ciertas, pero que la misericordia de Dios no está obligada a estos límites, sino que se conecta a la situación concreta de cada persona?
Spaemann: La misericordia de Dios está en el corazón de la fe cristiana en la Encarnación y la Redención . Ciertamente, la mirada de Dios cae sobre cada persona en la situación concreta de esa persona. Dios conoce a cada persona mejor de lo que la persona se conoce a sí misma. La vida cristiana, sin embargo, no es una exposición educativa en la que uno se mueve hacia el matrimonio como hacia un ideal, como parece que se presenta en muchos pasajes de Amoris Laetitia. El completo alcance de las relaciones, especialmente las de naturaleza sexual, tiene que ver con la dignidad de la persona humana, con la personalidad y la libertad de la persona. Tiene que ver con el cuerpo como el «templo de Dios» (1Cor 6 19). Cualquier violación de esta zona, no importa qué tan frecuente pueda haberse convertido, es por lo tanto una violación de la relación con Dios, a la que los cristianos están llamados; es un pecado contra Su santidad, y siempre y continuamente está en la necesidad de purificación y conversión.
La misericordia de Dios consiste precisamente en el hecho de que esta conversión se hace posible continuamente y por siempre. Esta misericordia, desde luego, no está obligada a ciertos límites, pero la Iglesia, por su parte, está obligada a predicar la conversión y no tiene el poder de ir más allá de los límites actuales de la administración de los sacramentos, provocando de esta manera, algo de violencia contra la misericordia de Dios. Esto sería orgullosa arrogancia.
Por esta razón, los clérigos que se apegan al orden existente no condenan a nadie, pero toman en cuenta y anuncian este límite con respecto a la santidad de Dios.
Es una proclamación saludable.
Acusarles injustamente por hacer esto, de «esconderse detrás de las enseñanzas de la Iglesia» y de «sentarse en la silla de Moisés… a tirar piedras a la vida de las personas» (párrafo 305), es algo que no quiero ni comentar. Noto, sólo de pasada, que este texto se explota, jugando a una interpretación errónea deliberada de ese pasaje del Evangelio. Jesús dice de hecho, sí, que los fariseos y los escribas se sientan en la silla de Moisés, pero Él enfatiza en que los discípulos tienen que practicar y observar todo lo que dicen, pero no vivir como ellos (Mt 23 2).
Al Papa le gustaría que no nos centráramos en las frases individuales de su exhortación, sino en la obra en su conjunto…
Spaemann: Desde mi punto de vista, centrarse en los pasajes citados anteriormente es totalmente justificado. Ante un texto del Magisterio papal, no se puede esperar que la gente se alegre porque es un texto agradable y fingir no darse cuenta de frases decisivas, que cambian sustancialmente la enseñanza de la Iglesia. En este caso sólo hay una clara decisión entre sí y no. Dar o negar la comunión: no hay término medio.
El papa Francisco en su texto reitera que nadie puede ser condenado por siempre…
Spaemann: Me resulta difícil entender lo que quiere decir. Que no es lícito a la Iglesia condenar a nadie personalmente, y mucho menos eternamente – lo cual, gracias a Dios, ni siquiera puede hacer – es algo bastante claro. Pero, cuando se trata de relaciones sexuales que contradicen objetivamente el ordenamiento de la vida cristiana, entonces realmente me gustaría saber del Papa después de cuánto tiempo y bajo qué circunstancias un comportamiento que resulte objetivamente pecaminoso se convierte en una conducta agradable a Dios.
Aquí, entonces, ¿existe realmente una ruptura con la enseñanza tradicional de la Iglesia?
Spaemann: Que es una ruptura es algo que parece obvio para cualquier persona capaz de pensar, que lee los textos en cuestión.
¿Cómo fue posible llegar a esta ruptura?
Spaemann: Que el papa Francisco se posicione así mismo a una distancia crítica respecto a su predecesor, Juan Pablo II, fue visto ya al canonizar a Juan Pablo, junto con Juan XXIII, cuando consideró innecesario para este último el segundo milagro que, en su lugar, se requiere canónicamente. Muchos han considerado como manipuladora esa elección y con razón. Parecía que el papa Francisco quiso relativizar la importancia de Juan Pablo II.
El verdadero problema, sin embargo, es una influyente corriente de la teología moral, ya presente entre los jesuitas en el siglo XVII, que soporta una mera ética situacional. Las citas de Tomás de Aquino utilizadas por el Papa en Amoris Laetitia parecen apoyar esta línea de pensamiento. Aquí, sin embargo, es oscurecido el hecho de que Tomás de Aquino reconoce que algunos actos son objetivamente pecaminosos, para los que no se permiten excepciones debido a las situaciones. Estos actos incluyen comportamientos sexuales desordenados. Juan Pablo II ha rechazado la ética de situación y condenó en su encíclica Veritatis Splendor, como lo había hecho ya en la década de 1950 en relación con el jesuita Karl Rahner, en este ensayo que contiene todos los argumentos esenciales todavía válidos hoy.
Amoris Laetitia también rompe con este documento magisterial. En este sentido, además, no hay que olvidar que fue Juan Pablo II quien hizo la misericordia divina el tema de su pontificado, dedicando a la misericordia divina su segunda encíclica, al descubrir en Cracovia el diario de sor Faustina y, más tarde, canonizarla. Él es su intérprete auténtico.
¿Qué implicaciones ve usted para la Iglesia?
Spaemann: Las consecuencias se pueden ver ya. La creciente incertidumbre, la inseguridad y la confusión: desde las Conferencias Episcopales hasta el último párroco en la selva. Hace sólo unos días, un cura del Congo me expresó toda su desesperanza derivada de este texto, y la falta de una orientación clara. De acuerdo a los pasajes relevantes de Amoris Laetitia, en presencia de las no-bien-definidas «circunstancias atenuantes», no sólo los divorciados y vueltos a casar pueden ser admitidos a la absolución de los pecados y la comunión, sino todos los que viven en cualquier «situación irregular», sin que sea necesario que se comprometan a abandonar su conducta sexual y, por lo tanto, sin una plena confesión y sin necesidad de conversión.
Cada sacerdote que abraza la orden sacramental hasta el momento vigente, puede padecer formas de intimidación de sus fieles y ser puesto bajo presión por su obispo. Roma ahora puede imponer la directiva de que a partir de ahora sólo se nombrarán obispos ‘misericordiosos ‘, obispos que estén dispuestos a suavizar el orden existente.
El caos se ha erigido como un principio con el trazo de una pluma.
El Papa debería haber sabido que con ese paso divide a la Iglesia y la conduce hacia un cisma.
Este cisma no residiría en la periferia, sino en el corazón mismo de la Iglesia. Dios no lo quiera.
Una cosa, sin embargo, parece cierta: lo que parecía ser la aspiración de este pontificado -que la Iglesia trascendiera su etiqueta de «auto-referencia» con el fin de salir al encuentro de las personas con un corazón abierto- ha sido destruido con este documento papal por una longitud imprevisible de tiempo.
Uno ahora debe esperar un impulso de secularización y un nuevo descenso en el número de sacerdotes en grandes partes del mundo. Se puede comprobar fácilmente que, desde hace algún tiempo, los obispos y diócesis con una clara actitud con respecto a la fe y la moral tienen el mayor número de vocaciones sacerdotales. Hay que tener en cuenta aquí lo que San Pablo escribe en su carta a los Corintios: «¿Y si la trompeta da un sonido incierto, quién se preparará para la batalla?» (1 Cor 14 8).
¿Qué pasará ahora?
Spaemann: Cada cardenal, pero también cada obispo y sacerdote, está llamado a defender en su propio campo de especialización el sistema sacramental católico y profesarlo públicamente. Si el Papa no está dispuesto a introducir correcciones, dependerá del próximo pontificado que se pongan las cosas en su sitio oficialmente.
Robert Moynihan
[Traducido por Rocío Salas. Artículo original.]