No sé si han visto las imágenes del Santísimo Sacramento entrando en la iglesia llevado por un drone. Pueden verlas aquí:
y muestran una bonita iglesia brasileña, São Geraldo Magela, arquidiócesis de Sorocaba, donde el ostensorio hace su entrada triunfal transportada por un drone.
El vuelo no parece completamente seguro, tanto es así que una joven, sin esconder su preocupación, persigue el objeto volador a lo largo de la nave y en un momento dado lo agarra para permitirle dirigirse mejor hacia el sacerdote, que lo espera delante del altar. Luego el drone, siempre con la custodia colgada, revolotea durante un rato y finalmente cae en manos de la citada señora, que entrega la custodia al celebrante y éste, después de mostrársela a la asamblea, finalmente la coloca en el altar.
Y fíjense en el comportamiento de los fieles, que desde que el avión teledirigido entra en la iglesia sólo aplauden, gritan y silban, llenos de admiración por el fantástico hallazgo, como si estuvieran en el estadio.
Ahora tengo que decir que me faltaba el drone. He visto de todo en las iglesias: sacerdotes danzantes y payasos, sacerdotes guitarristas y cantautores; obispos ciclistas (dentro de la catedral) y obispos cantarines; he visto también a un ciervo embalsamado al pie del altar y a un jesuita indio bailando (en el presbiterio) vestido de hindú. Incluso he visto a un celebrante, durante una boda, invitando al novio a ofrecer uno “spritz” ([1]) a los presentes, como si el altar fuera el mostrador del bar y la misa un “happy hour”. Me faltaba un drone.
Pero, después de todo, ¿por qué deberíamos sorprendernos? El camino hacia la desacralización comenzó hace muchos años, ha sido alimentado por muchos abusos y hoy por fin podemos disfrutar de los resultados. Y del espectáculo.
Sin embargo, el hecho de que en este último caso brasileño estuviera directamente involucrado el Santísimo Sacramento me causa más escalofríos. Me pregunto: ¿cómo puede ocurrir una idea así? ¿Y cómo lo acepta un sacerdote? ¿Y el obispo?
La carrera hacia lo «hagámoslo extraño» es obviamente la hija de la televisión, una gran incubadora de rarezas y impiedades que, por el mero hecho de mostrarse, encuentran su legitimidad y desencadenan un devastador proceso de emulación. ¿Y podría la iglesia estar libre de tal subcultura? Por supuesto que no.
Además, como el celebrante, dotado de micrófono, se ha convertido en comentarista y showman, protagonista absoluto de la escena junto con los fieles transformados en público, todo es posible.
En medio de esta degradación, sin embargo, el Santísimo Sacramento parecía todavía protegido de la profanación, al menos de las más indecentes. Por supuesto, hay ultrajes. Pero, en general, ante el Santísimo Sacramento, bien o mal, se sigue expresando silencio. Bien o mal, todavía te arrodillas. Bien o mal, la adoración sigue siendo un espacio y un tiempo sagrado, en el que el hombre no está en el centro, sino que Él está en el centro. Por eso me horroriza el Santísimo teledirigido. Es como si la última barrera hubiera caído.
¿Y ahora que? Mientras se espera que alguien lo perfeccione todo (por ejemplo, ¿por qué no proporcionar un paracaídas especial, para que el Santísimo Sacramento pueda aterrizar en el altar?), no queda más que reflexionar sobre el espontaneismo que domina la liturgia, hijo del mito de la animación litúrgica, originado a su vez por una teología que ya no pone a Dios en el centro, sino al hombre.
Así, mis amados hermanos, «hagámoslo extraño», ¡de hecho cada vez más extraño! ¡Y que todos los salmos terminen en espectáculo!
Aldo Maria Valli
(Fuente. Traducido por Antonio Cafazzo/Adelante la Fe.Artículo original)
[1]– El spritz es un refrigerio alcohólico, un aperitivo, mezcla de vino blanco seco y de agua mineral con gas o agua de seltz