Cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido Supremo Pontífice en marzo de 2013, el mundo parecía esperar un ablandamiento del estilo cristalino e intelectual del papa Benedicto XVI. Inicialmente, las varias meteduras de pata y errores del nuevo papa Francisco parecían un enfoque más relajado del papado. Yo y muchos otros etiquetamos a Francisco como un “peso pluma” mental y teológico, un simplón afable cuyo papado sería mucho más sobre abrazar niños y lavar los pies de los fieles, y mucho menos acerca de publicar encíclicas y vadear en la arena del debate con los académicos seculares.
Conforme pasaba el tiempo, un patrón surgió. Francisco no era el tonto sonriente que parecía. Él era, y sigue siendo, un hombre fríamente calculador que usa sus llamados “lapsus linguae” para confundir a la oposición conservadora dentro del Vaticano y para debilitar todo intento de frenarlo. Francisco no es ningún tonto. Él es maquiavélico y nos ha traído como tontos por cinco años.
¿Y quién es este “Papa dictador”, qué es lo que desea? Debería estar claro ahora que Bergoglio es el modernista por excelencia, es decir, un heresiarca que parece no tener ningún sagrado dogma católico. Para Francisco todo es juego limpio, lo termina todo diciendo que “el tiempo es más grande que el espacio” (Traducción: Haré un desorden, pero alguien más tendrá que limpiarlo). Pero Francisco no es un elefante en una tienda de porcelana, es un francotirador de un gran alcance. Escoge sus objetivos uno por uno. El matrimonio tradicional, golpeado por una pequeña nota al pie de página de un documento pobremente escrito. La inconfundible enseñanza contra la sodomía, abatida por cinco pequeñas palabras pronunciadas, aparentemente sin pensar, en un avión. El Concilio de Trento, asesinado por una estampilla postal. Incluso el infierno parece que ha sido echado del cuadro del dogma. Y la lista sigue y sigue. Francisco no es un bufón perdiendo el tiempo rompiendo cosas en la capilla, está destruyendo sistemáticamente todo lo que queda de la Iglesia que Cristo fundó. Él es, en una palabra, el Modernismo ejemplificado.
De todas las barbaridades de Bergoglio contra el Magisterio, ninguna ilustra tan claramente su plan para acabar al catolicismo como su continua y lenta metedura de pata con el Partido Comunista Chino ¿Cómo puede ser el papa Francisco tan ingenuo? Lo leemos una y otra vez, ¿qué no sabe de lo que los comunistas son capaces?, ¿qué no recuerda al cardenal Mindszenty, al padre Walter Ciszek, al patriarca Tikhon, la Guerra Civil Española o Vietnam?, claro que lo hace. El trato que está siendo a duras penas conseguido entre Pekín y el Vaticano no es un temerario intento de un pontífice generoso para salvar a la Iglesia de China, es un paso para acabarla.
No es una hipérbole decir que, incluso incluyendo a los primeros cristianos, pocos han sufrido por la Fe tanto como los fieles chinos. Mis fuentes dentro de la República Popular me cuentan sobre Obispos desaparecidos, párrocos arrestados, iglesias confiscadas, persecuciones policiacas, vigilancia, intimidación y difamación. Apenas es necesario recurrir al espionaje para saber lo que el gobierno chino le hace a los católicos o a cualquiera que está en desacuerdo con el partido. Cuando Guangcheng, el abogado chino ciego que fue forzado al exilio por tratar de que el gobierno chino dejara de aplicar brutales abortos forzados a los nueve meses de embarazo a las mujeres que habían violado la “política de un hijo”, dice desde su nuevo hogar en los Estados Unidos que Francisco no debería nunca firmar el trato que están negociando. El cardenal Joseph Zen Ze-kiun, el héroe de Hong-Kong que repetidamente ha hablado públicamente para desafiar los designios de Pekín sobre uno de los últimos asentamientos con relativa libertad en Asia continental, ha instado a Francisco a que deje de negociar con las autoridades comunistas. Sitios de internet en los EU y Europa están llenos de artículos y ensayos implorando al Vaticano que pelee contra Pekín y no rendirse ante él. Steven Mosher, el experto sobre China que dirige el Instituto de Investigación de la Población que es pro-vida, ha dicho por décadas que China es el más grande agresor en el planeta contra la Fe católica y contra la más fundamental dignidad humana.
Pero las cosas le parecen distintas a Bergoglio. No le tiene utilidad a tan razonable consejo. Precisamente lo que es irritante de estos católicos chinos es que son católicos. Los católicos que permanecieron en la Iglesia legítima y clandestina – y que no acudió con la iglesia farsante con clero nombrado por el Partido Comunista – han conservado la Fe. Son verdaderos creyentes. Constantemente se encuentran con el martirio por su fidelidad. Francisco quiere cortar esto de raíz.
¿Qué desea entonces?, ¿qué es lo que desean todos los modernistas? Francisco quiere poner un alto a la religión revelada y hacer a la Iglesia un apéndice del Estado. Es un globalista común y corriente que piensa que un Gobierno Mundial resolverá todos los problemas de la humanidad (El Globalista Extraordinario y sumo sacerdote del lobby abortista Jeffrey Sachs ha sido el frecuente invitado de Francisco en el Vaticano, de modo seguido ha encabezado eventos con el Santo Padre e incluso ha sido anfitrión de vez en cuando). Cuando el Teniente de Francisco, el obispo del Vaticano Marcelo Sánchez Sorondo, dijo que China era “la mejor implementando la doctrina social de la Iglesia” no estaba bromeando. Y no está solo, Francisco – que no dijo nada en público para reprender o contradecir a Sorondo – está completamente de acuerdo con él.
La fotografía a la izquierda fue tomada en la, “oficial y aprobada por el gobierno”, falsamente católica iglesia de Nanjing. El letrero en el frente de la Iglesia promociona las actividades patrióticas que ahí se llevan a cabo, incluyendo el construir los “valores socialistas centrales” e inculcar el “patriotismo”. No hay mención de Jesús o los sacramentos, pero la piedra pilar en la parte inferior central es un bangmu, en este caso el tótem huabiao erigido frente a la Puerta de la Paz Celestial en Pekín (la misma Puerta de la Paz Celestial donde el Ejército Popular de Liberación abrió fuego con ametralladoras y tanques contra una multitud de civiles no armados en 1989).
Representa el poder del emperador, tradicionalmente conocido en China como “el hijo del cielo” y, por extensión, el poder del Estado. El simbolismo es perverso y completamente intencional. La Cruz de Cristo, donde la esperanza de un mesías político murió para siempre (o al menos así debió ser), es remplazada por un tótem con apariencia de cruz para deificar esa forma de gobierno. Así como Francisco ha convertido al Vaticano en un apéndice del marginal y radicalmente anti-humano movimiento ecologista, y se ha puesto de modo fidedigno del lado marxista en cada debate político en el que entra, quiere expandir a la Iglesia como una sierva de la franquicia del socialismo mundial en China, la cual abiertamente carga con esa tradición leninista en el siglo XXI.
Esta vez, el trato viene con insultos y blasfemias directas contra Nuestro Señor. Una pisoteada socialista a la religión, pero con características chinas.
Apenas hace veinte años parecía que el comunismo estaba en sus últimas. Ahora, una docena de inviernos después de la muerte del Papa que dedico su pontificado a pelear contra el asesinato colectivo, una vez retirado, su sucesor está preparado para darle su bendición.
Jason Morgan
Jason Morgan (Doctor en filosofía e historia japonesa) enseña historia, política, filosofía e idioma en la Universidad Reitaku en Chiba, Japón. Estudió lengua china e historia en la Universidad de Hawaii, la Universidad de Wisconsin y la Universidad de Yunnan en Kunming, RPC.
(Traducida por Alberto Ricardo Escobedo/Adelante la Fe. Artículo original)