Francisco y Jacinta de Fátima, antítesis de las perversiones

Estamos a punto de celebrar este 4 de abril la fecha que marca el centenario de la muerte de San Francisco Marto.

Francisco de Jesús Marto y su hermanita Jacinta de Jesús Marto, fueron dos de los tres pastorcillos que junto a su prima Lucía de Jesús Rosa dos Santos, que vieron a la Virgen María entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917.

En la segunda aparición hubo el siguiente diálogo entre la Señora y Lucía:

Santísima Virgen a los tres niños: Es necesario que recen el rosario y aprendan a leer.

Lucía le pide la curación de un enfermo y la Virgen le dice: Que se convierta y el año entrante recuperará la salud.

Lucía: Señora: ¿quiere llevarnos a los tres al cielo?

Sí a Jacinta y a Francisco los llevaré muy pronto, pero tú debes quedarte aquí abajo, porque Jesús quiere valerse de ti para hacerme amar y conocer. El desea propagar por el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María.

La partida al Cielo de san Francisco Marto fue el 4 de abril de 1919, y de santa Jacinta el 20 de febrero de 1920.

I. Lo que santificó a Francisco y Jacinta

Son los santos más jóvenes no mártires elevados a los altares, reconociendo la Iglesia las virtudes de los infantes en grado heroico, teologales y cardinales.

La santidad de los dos hermanitos videntes estuvo marcada sin lugar a dudas por las virtudes cristianas que las aprendieron en el seno familiar. La piedad y la pureza en las conversaciones, en los juegos, en las diversiones, todo en aquella familia, era honesto, delicado y puro.

«Esta pequeñita alma de poeta [Francisco], este carácter bondadoso, este corazón sensible, este contemplativo en embrión amaba todas las cosas. Comprendía que todas son obras de Dios, que después de crearlas las contempló con una mirada complaciente y vio que «todas eran muy buenas» (Gen. 1,31). Él vivía el pensamiento expresado por Cristo a Santa Catalina de Siena: Yo quiero que tú seas enamorada de todas las cosas, porque todas son buenas, perfectas y dignas de ser amadas, pues todas, excepto el pecado, brotan de la fuente de mi bondad».

«Francisco se nos presenta como una de esas almas interiores, muy sensibles, de índole contemplativa, que no gustan del bullicio, más amigas de pensar que de hablar, más propensas a oír que a manifestarse, más propensas a estar quietas que a moverse. En casa y dentro de un círculo restringido se sienten bien y son hasta expansivas. Fuera de sus amigos o del ambiente familiar, se cierran discretamente a todo lo que no les interesa, detestando los grandes apretujamientos y las exterioridades. Más tarde [después que comenzaron las apariciones de la Santísima Virgen], veremos a Francisco aislarse en los montes para meditar y contemplar sosegadamente o huir a la iglesia a fin de estar solo con Jesús».[1]

Jacinta «se impresionaba muchísimo con algunas de las cosas reveladas en el secreto. Ciertamente, así era. Al tener la visión del infierno, se horrorizó de tal manera, que todas las penitencias y mortificaciones le parecían nada para salvar de allí a algunas almas».[2]

Cuenta Lucía que su primo Francisco era de pocas palabras; y para hacer su oración y ofrecer sus sacrificios, le gustaba ocultarse hasta de Jacinta y de mí.

– Francisco, ¿a ti te gusta más consolar a Nuestro Señor, o convertir a los pecadores para que no vayan más almas al infierno?

– Me gusta mucho más consolar a Nuestro Señor. ¿No te fijaste como Nuestra Señora, en el último mes, se puso tan triste cuando dijo que no se ofendiese más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido? Yo deseo consolar a Nuestro Señor, y después convertir a los pecadores para que nunca más lo vuelvan a ofender.

Es que las Memorias de Sor Lucía de Fátima no tienen desperdicio.

Es interesante notar que pedía a los fieles que no entonaran cierta cancioncilla mariana porque a la Virgen no le gusta.[3]

Antes de las apariciones, Santa Jacinta era una niña caprichosa, algo egoísta y susceptible. Pero su encuentro con la Virgen y las gracias abundantes que recibió la transformaron en un alma compasiva.

«Jacinta tenía un porte siempre serio, modesto y amable, que parecía traslucir la presencia de Dios en todos sus actos, propio de personas de edad avanzada y de gran virtud. No le vi nunca aquella excesiva liviandad y el entusiasmo propios de las niñas por los adornos y bromas.

«No puedo decir que los otros niños corriesen hacia ella, como lo hacían hacia mí, eso tal vez porque la seriedad de su porte era demasiado superior a su edad. Si en su presencia algún niño, o incluso personas mayores, decían alguna cosa, o hacían cualquier acción menos conveniente, las reprendía diciendo: “No hagan eso que ofenden a Dios Nuestro Señor, y Él ya está tan ofendido”».[4]

De hecho, se puede decir que la vida interior de Santa Jacinta estaba enraizada en los pedidos formulados por Nuestra Señora: 1) un claro concepto del pecado; y, 2) una noción muy definida de la belleza sobrenatural del cielo.

Como vemos dos puntos con relación a los cuales nuestra época está inmensamente distante. Además de la oración continua Jacinta tenía un total desapego de las vanaglorias humanas. Tenía un gran espíritu de mortificación, vivía el sufrimiento con absoluta resignación, sacrificio que ofrecía por la salvación de las almas.

«Sufro mucho, por eso ofrezco todo por los pecadores, para desagraviar el Inmaculado Corazón de María. Oh Jesús, ahora podéis salvar muchos pecadores porque este sacrificio es muy grande».

Su entrega a la voluntad de Dios fue absoluta. Murió aislada en el hospital, dispuesta siempre a hacer los deseos del Señor y de Nuestra Señora.

Era sobresaliente en ambos santos su amor la Santísima Eucaristía y al Inmaculado Corazón de María.

Lo otro que santificó a estos niños fue ver la visión del infierno.

«Dígales también, Padre, que mis primos Francisco y Jacinta se sacrificaron porque vieron siempre a la Santísima Virgen muy triste en todas sus apariciones. Nunca se sonrió con nosotros, y esa tristeza y angustia que notábamos en la Santísima Virgen, a causa de las ofensas a Dios y de los castigos que amenazaban a los pecadores, nos llegaban al alma; y no sabíamos qué idear para encontrar en nuestra imaginación infantil medios para hacer oración y sacrificio (…).

Lo segundo que santificó a los niños fue la visión del infierno (…). Por esto, Padre, no es mi misión indicarle al mundo los castigos materiales que ciertamente vendrán sobre la tierra si el mundo antes no hace oración y penitencia. No. Mi misión es indicarles a todos el inminente peligro en que estamos de perder para siempre nuestra alma si seguimos aferrados al pecado.»[5]

II. Perversión de la niñez

Desde hace décadas los medios de comunicación, especialmente la Televisión, han hipersexualidado todo. Ahora ya estamos en la etapa en la que los amos del mundo, quieren imponer la «revolución gender».

La ideología de género que ha invadido a través de las leyes, las currículas de enseñanza de los niños y adolescentes, la propaganda, las publicaciones, los programas en la Red.

Esta perversa ideología ha desarrollado un certero proceso de infiltración de la civilización occidental cristiana desde hace muchas décadas envenenando los sistema educativos y legislativos de muchos países.

Algunos países como los escandinavos, ya tienen varias generaciones de niños y jóvenes educados bajo los lineamientos de esta ideología.

Los promotores de esta ideología tienen un solo fin, gradual en la estrategia y radical en la meta: pervertir a niños y adolescentes, manipulando las mentes para alejarlos de la realidad mediante el adoctrinamiento.

Gran parte de la educación sexual que se enseña hoy en día en las escuelas públicas y privadas de tantos países, no son otra cosa que formas legalizadas de disminuir las inhibiciones o el pudor natural de menores de edad. A menudo, los que imparten esa educación sexual marginan a los padres y aseguran a los estudiantes que ellos son lo suficientemente maduros para decidir por sí mismos si involucrarse o no en peligrosas conductas sexuales – conductas que los mismos educadores sexuales ni por un momento considerarían practicar.[6]

Por eso, la socióloga Gabrielle Kuby, advierte fuertemente a los padres acerca de las consecuencias y los peligros.

La ideología de género destruye la familia y el entorno de los niños, no es nada nuevo decir que los niños crecen mejor en una familia estable con padres biológicos, salvo excepciones. Kubby señala que las personas que crecen en familias destruidas, sin ningún vínculo fuerte, son más propensas a la manipulación, convirtiéndose en un peligro para la sociedad y la democracia.

La sexualización priva a los niños de su infancia, hablar de este tema con los más pequeños de casa, es una tarea muy difícil y delicada. La niñez es una gran víctima de la pérdida del pudor, gracias a la liberación sexual: No se puede hacer una faena mayor a un menor que destruir su inocencia, porque la inocencia es prácticamente la definición de la infancia.

Los padres están en el deber y el derecho de educar moralmente a sus hijos. La sexualización de los niños y adolescentes socava la autoridad paterna, siendo esta una gran amenaza para las familias.

Los actos masturbatorios infantiles y juveniles provocan un narcisismo que más tarde ocasionará una anormal relación afectiva. Un estudio de la Universidad de Harvard señala que la identidad de género hace más vulnerables a niños menores de once años, a la probabilidad de abuso sexual, físico, maltrato psicológico y desórdenes por estrés traumático para siempre.

Dice el Dr. Jorge Surbled: «Los males de la lujuria son conocidos, indiscutibles; mientras que los males de la castidad son supuestos e imaginarios. La prueba es que innumerables obras científicas y voluminosas se han consagrado a exponer los males de la lujuria; en cambio, jamás ha existido historiador para los males de la castidad».[7]

La ideología de género y los pornócratas ridiculizan la moral católica, poniendo la etiqueta peyorativa de «reprimido» a todo el que domina su apetito sexual. Pero los médicos recomiendan el dominio de la sexualidad.

Es imposible guardar la pureza de cuerpo sin guardarla también de corazón y de pensamiento.[8]

Pero quien escandalizare a uno solo de estos pequeños que creen en Mí, más le valdría que se le suspendiese al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y que fuese sumergido en el abismo del mar (San Mateo 18, 6), ¡ay del que nos tiente! y ¡ay de nosotros si tentamos!

(Artículo dedicado a mis amados sobrinos Florencia y Agustín).


[1] LEITE S.I., P. FERNANDO, Francisco de Fátima.

[2] Sor LUCÍA DE FÁTIMA, Memorias, https://www.corazones.org/maria/fatima/memorias_de_lucia.pdf

[3] Ibíd.

[4] DE MARCHI, P. JUAN, Una Señora más brillante que el sol.

[5] FUENTES, P. AGUSTÍN.

[6] VIDA HUMANA INTERNACIONAL, Dossier ideología de género.

[7] SURBLED, Dr. JORGE, La moral en sus relaciones con la medicina y la higiene

[8]  ROYO MARÍN O.P., P. ANTONIO, Teología  Moral  para  seglares, 1º, 2ª, II, nº 492s.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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