No solo las autoridades civiles molestaban al pobre Don Bosco e intentaban impedir el desarrollo de su obra, sino también sus colegas sacerdotes. Es más, se habían hecho a la idea de que Don Bosco estaba dando el espectáculo y que todo este alboroto alrededor de los muchachos era una auténtica locura.
Algunos, en efecto, fueron a buscarlo, y con toda la caridad, comenzaron a decirle:
-¡Querido Don Bosco, entiéndelo, tú comprometes el carácter sacerdotal! ¡Con tus extravagancias, rebajándote a tomar parte en los juegos de esos mocosos, haciéndote acompañar de ellos por las avenidas y las plazas, pierdes el decoro, causas admiración, se ríen a tus espaldas!
Y como Don Bosco, seguro de su obra, indicaba que no estaba convencido de la lógica de estos avisos, ellos continuaban:
– ¡Has perdido la cabeza! ¡Ya no razonas! Pobre y querido Don Bosco, no hay necesidad de obstinarse… ¡No puedes hacer lo imposible! ¿No ves que, incluso la Providencia, es contraria a tu obra y que no encuentras a nadie que quiera alquilarte un local?
– ¡Oh la Providencia! –exclamó en este punto Don Bosco alzando las manos al cielo-, ¡la Providencia me ayudará! Ella me ha enviado estos muchachos y no alejaré ni siquiera a uno, ¡ténganlo en cuenta! Ustedes están en un error, la Providencia hará todo lo que es necesario. Y ya que no se me quiere alquilar un local, yo fabricaré uno con la ayuda de María Santísima. Habrá vastos edificios, con escuelas, laboratorios, oficinas, de todo tipo, corrales espaciosos y porches… una magnifica iglesia. Y además, también clérigos, catequistas, asistentes, profesores, jefes de arte y numerosos sacerdotes. Verán, verán…
Al oír tales palabras, sus amigos se sintieron profundamente conmovidos. Ellos veían una prueba irrefutable de la locura de su amado amigo y se fueron cabizbajos y repitiendo entre sí:
-¡Pobre! ¡De verdad que se le ha girado el cerebro! Tenemos que ocuparnos de inmediato.
Don Bosco esperaba los acontecimientos, listo para toda una dura lucha.
Sus amigos, puestos de acuerdo con la Curia Episcopal, fueron a hablar con el director del manicomio. Habiendo conseguido una plaza al que creían loco, dos de ellos, los más rápidos y valientes, aceptaron ejecutar el conmovedor proyecto.
Alquilaron un taxi cerrado, se fueron a la habitación de Don Bosco y, hechos los primeros cumplidos, lo invitaron a dar un paseo diciéndole:
-Un poco de aire te hará bien, querido Don Bosco; ven, aquí tenemos una carroza esperándonos.
El Santo se dio cuenta en seguida del juego que le querían hacer, pero acogió la invitación exclamando:
– ¡Corbezzoli![1]… ¡Una carroza!.. ¡Viva la carroza!… Verdaderamente no estoy habituado, pero vamos.
Junto a la carroza, le invitaron a entrar de primero; pero él se disculpó diciendo:
– ¡No! Sería una falta de respeto de mi parte.- Y los animó a entrar a ellos de primero.
Ellos subieron sin ninguna sospecha, persuadidos de que Don Bosco los seguiría; pero él, apenas los vio dentro, cerró la puerta con estruendo y gritando al cochero:
– ¡Pronto! ¡Al manicomio!- El cochero, dando un latigazo al caballo, y más veloz que no se diga, alcanzó la meta donde, encontrado el portón abierto y los enfermeros listos y a la espera, entró a la carrera.
El conserje cierra fácilmente el portón; los enfermeros rodean la carroza, abren las puertas y en vez de un loco, ven dos.
A pesar de que ambos protestaron enérgicamente, fueron conducidos al piso superior y, estando ausentes los médicos y el director, porque era el mediodía, tuvieron que adaptarse a almorzar con los internos. Solo hacia la noche, aclarado el malentendido, pudieron ser puestos en libertad.
La cuestión corrió en un instante por la ciudad y, desde ese día, se corrigieron las ideas en relación al Santo y la admiración hacia él creció mucho.
[Traducido por O.D.Q.A. Artículo original.]
[1]Rara broma o expresión que no tiene traducción literal y que expresa maravilla, asombro, sorpresa o una fuerte afirmación. (N. del T.)