Los beneficios del pontificado del Papa Francisco

Mucho se habla en determinados sitios de las ambigüedades del Papa Francisco. Observando con otra mirada lo que está sucediendo, hablaremos hoy de los beneficios de su Pontificado. El cristiano debe regirse siempre por la fe, que es la luz más verdadera que nos debe alumbrar.

Es menester tener presente ante todo que él no fue elegido por Dios. El Señor, en efecto, sólo eligió directamente un Sumo Pontífice, que fue San Pedro. Los demás fueron elegidos por los hombres, con una cierta asistencia negativa de parte del Espíritu Santo, por la cual impedía que los electores se equivocaran sobremanera en el sufragio. Pero eran éstos, y no Aquél, el que los elegía.

Aún así, sabemos que todo cae en la Providencia de Dios. En este sentido, su elección fue permitida por Dios. Sus pensamientos rebasan los nuestros, como el cielo se alza sobre la tierra. Intentaré, empero, dar algunas razones para aprovechar espiritualmente su elección, según mis pocas luces.

Ante todo,  Dios castiga a la Iglesia por sus pecados. Nos hemos acostumbrado a convivir con el pecado. Esto Dios no puede tolerarlo, y debe despertarnos de alguna manera. Es cierto que los malvados, como los modernistas, más que convertirse, se alegrarán de sus palabras equívocas y ambiguas. Con respecto a ellos, en la Sagrada Escritura no hay peor frase que ésta: “los entregó a los deseos de su corazón obstinado”. Hoy todos los que quieren pisotear la verdad divina; recibir los sacramentos sin la preparación adecuada; tener poder despótico y tirano en la Iglesia; flirtear con masones, homosexuales y abortistas, aprobando sus acciones; etc., pueden realizarlo con total impunidad. De este modo, hoy tenemos la ventaja de conocer a estos traidores. Cualquiera que sea medianamente lector sabrá qué fue y es la mafia de San Gal, quiénes son los miembros de la Conferencia Episcopal Alemana, o el nombre de muchos clérigos que siguen ocupando altos cargos, a pesar de haber sido encontrados en actos flagrantes de impureza, que ni siquiera deberían enumerarse entre los santos.

Gracias a Dios, como respuesta a este mal, Él ha suscitado gente valiente, que no teme las represalias, que con verdadera libertad apostólica le dicen al Papa y a estos Prelados lo que no quieren escuchar. Muchos fueron castigados y removidos de sus cargos, otros no fueron jamás nombrados cardenales ni obispos, etc. Sin embargo, sus palabras y sus ejemplos son tan elocuentes que todo lo que se organiza para escucharlos o se imprime para leerlos tiene tal éxito (incluso humanamente), que es difícil no ver aquí también a los hombres que están sedientos, no de cisternas agrietadas, sino del agua que salta y da vida eterna. Su testimonio, entonces, hace oír hoy la voz de Jesucristo: “Las ovejas escucharán mi voz y no seguirán a un extraño.” Los verdaderos fieles los seguirán a ellos y no a los modernistas, en quien vemos con toda razón un preludio del Falso Profeta del Apocalipsis.

Que se preparen estos malos Pastores para el día del juicio, para escuchar la misma sentencia que el rico epulón: “Tú has recibido tus bienes en la vida, Lázaro en cambio recibió males”. Ay de estos prelados, guías ciegos que guían a otros ciegos. Tanto unos como otros están por caer en un pozo, en el lago de fuego y azufre, donde el gusano de la conciencia no muere y no deja de roer y el fuego no se apaga. Y no lo ven. Y no lo quieren ver. No por culpa de Dios, sino porque se han cerrado a la gracia. Cosecharán lo que están sembrando: los que siembran vientos cosecharán tempestades.

Increíble es que aún así, la Iglesia sea indefectible. Humanamente debería perecer: un reino dividido va a la ruina. Debemos entonces, en este tiempo, confirmar que la Iglesia es del Señor, no de Francisco y los suyos. Por más que quieran una nueva imagen de la Iglesia (lo que equivaldría que sea una iglesia judaizada, de la publicidad, y no la fundada por Él), sin embargo, no lo lograrán. En cualquier momento a estos avaros y traidores Dios les dirá: “¡Insensato! Esta noche vas a morir, y ¿para quién será lo que has acumulado?”

Por otra parte, los demás, nosotros, los que deberíamos ser buenos cristianos, debemos contemplar la importancia de la oración y de la penitencia para la conversión de las almas, especialmente aquellos que tienen por oficio convertirlas. Así, los pecados de estos mercenarios que exterminan a las ovejas deberían estimularnos a hacer más oración y más penitencia. “No te dejes vencer por el mal, antes vence al mal con la fuerza del bien”. En definitiva, Dios siempre ha triunfado con un pequeño resto. Él nos invita ahora a nosotros a adherirnos a su Pasión con mirada de fe. “Esta es la victoria que vence al mundo”, incluso también al mundo eclesiástico, del cual Francisco y los suyos son claros exponentes. Éstos, que nos mandan, nos hacen sufrir, por promover a los malos y castigar a los buenos. Que cuidemos, entonces, de no caer en lo mismo que realizan muchos de ellos: en el odio y en la persecución sin motivo. Digamos, más bien, con el salmista: “Con razón me hiciste sufrir, así aprendí tus justos mandamientos”. Devolviendo lo que no hemos robado nos parecemos a Jesucristo que siendo rico se hizo pobre, a fin de enriquecernos con su pobreza. Así completamos lo que falta a sus sufrimientos. Nuestra alma puede así purificarse en el crisol del sufrimiento, para que nuestro amor sea más puro.

Dice, en efecto, San Juan de la Cruz, como consejo a un “religioso que quiere llegar en breve al santo recogimiento”, librándose de los enemigos del alma, demonio, mundo y carne: “Será tu obediencia vana, o tanto más infructuosa cuando tú, por la adversa condición del prelado más te agravias o por la buena y apacible condición te alegras. Porque te digo que con hacer mirar el demonio en estos modos, arruinados en la perfección a grande multitud de religiosos tiene, y sus obediencias son de muy poco valor ante los ojos de Dios, por haberlos ellos puesto en estas cosas acerca de la obediencia. Si en esto no te haces fuerza de manera que vengas a que no se te dé más que sea prelado uno que otro, por lo que a tu particular sentimiento toca, en ninguna manera podrás ser espiritual ni guardar bien tus votos.”

Por eso, para ser espiritual, y para que el demonio no nos engañe en el camino de la perfección, pues es el enemigo “más oscuro de entender”, por disfrazarse de ángel de luz, aunque no seamos religiosos, es menester la santa indiferencia, en palabras de San Ignacio, frente al Prelado que tenemos. Debemos obedecer por ver en él no “a menos que a Dios”, y no “trocar la obediencia de divina en humana”.

Así, nuestra actitud con el Papa Francisco y los demás Prelados felones debe ser la de los primeros cristianos hacia el Emperador. Los Papas, en efecto, cuando dejan de imitar a Jesucristo, Cabeza de los Pastores, se transforman en la imagen dictatorial del Emperador pagano. Como también lo hicieron ellos, nosotros hemos de ser los primeros en rezar por él. Hemos de ser los primeros en obedecerle, en lo que no ofenda a Dios. Hemos incluso de batirnos a muerte por el honor de la Iglesia, como antes las legiones romanas (también incluso los cristianos) eran capaces de derramar su sangre por el Imperio y por su personificación, el Emperador.

Pero también seremos de los primeros en resistirlo, cuando él se crea más que Dios, y reclame para sí un honor que no le corresponde, dictando leyes esencialmente injustas. Y aunque nos persiga y nos condene, seguiremos rezando por él, y siendo fieles a la verdad que reluce en él, cuando él lo deje traslucir. Si no es así, diremos junto con Tertuliano: “Continuad presidentes buenos, atended a la persecución, atormentad la vida de los que así ruegan por la salud del César, y llamad a la verdad de la oración delitos, a la devoción superstición, crimen la postura. […] Por esta causa en el mismo tribunal os damos las gracias por la sentencia a muerte que recibimos. En donde la crueldad humana y la piedad divina con emulación compiten; el juez con todo el conato de su ira nos condena, y Dios con toda su misericordia nos absuelve.”

Gracias entonces sean dadas a Dios por el Pontificado del Papa Francisco. Quiera Dios concederle a él y a sus obsecuentes “amigos” la verdadera conversión de su alma, y a nosotros una obediencia sincera y leal, no por ser Bergoglio, sino por ser sucesor de San Pedro. Así, el único burlado será el demonio y los suyos.

Fr. Esteban Kriegerisch, op.

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