San Gregorio dice: ¿Que aprovecha la soledad del cuerpo, si falta la soledad del corazón? Cuánto ayuda la soledad al recogimiento del alma; peroSan Gregorio dice, que nada o poco sirve que el cuerpo esté en la soledad, si el corazón queda lleno de pensamientos y deseos mundanos.
Para que un alma sea enteramente de Dios, son necesarias dos cosas:despegar los afectos de todo lo criado, y un amor exclusivamente dedicado a Dios. Esta es la verdadera soledad del corazón.
Es necesario pues, ante todo, desprender nuestro corazón de todos los afectos terrenos. San Francisco de Sales decía: Si supiera que había en mi corazón una sola fibra que no fuese de Dios, quisiera arrancármela al momento. Si el corazón no se limpia y se deja vacío de todo lo terreno, el amor divino no puede entrar en él y poseerle enteramente. Dios quiere reinar en nuestros corazones por su amor, mas quiere reinar solo: no consiente competidor que le usurpe la más ligera porción de aquel amor que con tanta justicia pretende sea todo para él.
Algunos se quejan de que en sus ejercicios espirituales, en sus oraciones, en sus comuniones, en sus lecturas piadosas, en sus visitas al Sacramento, no encuentran a Dios, y no saben cómo hacer para hallarlo; pero Santa Teresa les indica el medio más eficaz: Apartad, les dice la Santa, vuestros corazones de todas las cosas criadas, buscad después a Dios, y le encontrareis.
Otros para separarse de las criaturas y tratar solamente con Dios, no pueden ir a vivir en los desiertos como quisieran; pero estos deben saber, que para gozar de la soledad del corazón, no son necesarios desiertos ni grutas: los que por su estado se ven precisados a tratar con el mundo, con tal que tengan libre de apego mundano el corazón, pueden conservar la soledad del alma y su unión con Dios, aun en medio de las calles y de las plazas. Todas las ocupaciones que se ejerciten cumpliendo la divina voluntad, no impiden la soledad del corazón. Santa Catalina de Sena encontraba a Dios hasta en los cuidados de sus quehaceres domésticos, en que le tenían muy ocupada sus padres para distraerla de sus ejercicios de piedad; porque en todos aquellos trabajos se retiraba en su corazón, al cual llamaba su celda, y no cesaba de conversar en él a solas con el Señor.
Paraos, y ved que yo soy Dios. Para conseguir las luces celestiales que nos hacen conocer bien la bondad de Dios, cuyo exacto conocimiento se lleva tras si todos los afectos de nuestro corazón, preciso es dejarlo todo, esto es, desprenderse de los afanes terrenos que no nos permiten conocer a Dios. A la manera que un vaso de cristal, lleno de arena, no puede recibir la claridad del sol, del mismo modo un corazón henchido de amor a las riquezas, a los honores y a los placeres de los sentidos, no puede recibir la luz del cielo; y como no conoce a Dios, por esto no le ama. En cualquier clase en que Dios nos haya colocado, para que las criaturas no nos distraigan de amarle, es menester, que mientras llenamos, eso sí, nuestros deberes como Dios lo quiere, vivamos como si no hubiese en el mundo más que Dios y nosotros.
Debemos, pues, desprendernos de todo y principalmente de nosotros mismos, contradiciendo siempre nuestro amor propio. Nos agrada por ejemplo un objeto cualquiera; pues debemos dejarlo por esto mismo que nos agrada. ¿Alguno nos ha ofendido? Pues debemos hacerle bien, por lo mismo que nos ha hecho un daño. En suma, debemos querer o no querer solamente lo que quiere o no quiere Dios, sin inclinarnos a cosa alguna, mientras no conozcamos que es voluntad de Dios que la queramos.
Dios sale al encuentro de aquellos que se desprenden de todas las criaturas por buscarlo: Bueno es el Señor para los que esperan en él: San Francisco de Sales decía: El puro amor de Dios consume todo lo que no es Dios, paraconvertirlo todo en sí mismo.
Nuestra alma pues, debe ser un jardín cercado, siguiendo la expresión de la divina Esposa: Huerto cerrado eres, hermana mía. Llama huertos cerrados a las almas que cierran la entrada a todas las afecciones mundanas. Dios, que nos ha dado cuanto poseemos, tiene derecho a exigir de nosotros todo nuestro amor.
Cuando pues, una criatura quiere apoderarse de una parte de nuestros afectos, debemos cerrarle la entrada de nuestra alma, y volviéndonos hacia Dios, decirle con la mayor resolución: ¿Qué cosa puedo yo apetecer en el cielo, o que es lo que puedo amar sobre la tierra?… Dios de mi corazón, y mi porción, Dios para siempre. ¡Oh Dios mío! ¿Qué cosa que no fueseis vos, bastaría a llenar los deseos de mi alma? No, ni en el cielo, ni en la tierra, yo no quiero más que a vos; vos sólo me bastáis: Dios de mi corazón, y mi porción por toda la eternidad.
Dichoso aquél que puede decir: Desprecié el reino del mundo y toda la pompa del siglo, por el amor de mi Señor Jesucristo. La gran sierva de Dios, Sor Margarita de la Cruz, hija del emperador Maximiliano II, podía decir tan edificantes palabras cuando, el día en que profesó, se despojó de sus ricos adornos y de sus joyas, para vestir el hábito grosero de lana de las monjas descalzas de la regla estrecha de Santa Clara. El autor de su vida dice, que los lanzaba de sí con tal desprecio, que hizo derramar lágrimas de devoción a todos los que se hallaron presentes a la ceremonia. Jesús mío, no quiero que las criaturas tengan parte en mi amor; vos habéis de ser su verdadero dueño, y poseerlo todo: vaya el que quiera en busca de los placeres y de los honores de la tierra, vos seréis mi sola felicidad, mi sola riqueza, mi solo amor, así en éste, como en el otro mundo.
Y puesto que me amaís como prueban los beneficios que me habéis hecho, ayudadme a renunciar a todo lo que me aparte de vuestro amor. Haced que mi alma no tenga más solicitud que la de agradares, como al único objeto de todos sus afectos. Tomad entera posesión de mi corazón: no quiero ser más dueño de mí mismo: reinad en mí, Señor, y hacedme obediente a todo cuantodisponga vuestra divina voluntad.
¡Oh madre de Dios! Virgen María, confío en vos: vuestros ruegos me harán todo de Jesús.
“San Alfonso María de Ligorio”