Cuando yo era niño, recuerdo que mi madre me solía mandar al “Barco” (tienda de tejidos especializada en botones) a comprarle botones para una camisa, pantalón o lo que fuera que estuviera haciendo. Siempre me daba un botón de muestra; y encarecidamente me decía:
Eran tiempos todavía difíciles en nuestra querida España. Sólo habían pasado quince o veinte años de la Guerra Civil y los niños de nuestra época no “gozábamos” todavía de los “beneficios” que la sociedad actual proporciona a los nuevos infantes: teléfonos móviles, zapatos nuevos, zapatillas Nike o Adidas…. Casi todo lo que usábamos era heredado de un hermano mayor -y en general- bastante remendado. La verdad es que nos conformábamos con poco, aunque nuestro corazón siempre soñaba con escribir una carta a los Reyes Magos donde pediríamos pantalones largos o un balón de futbol o qué se yo.
Aunque no eran tiempos fáciles los recuerdo con nostalgia. Me acuerdo cómo mis padres se esforzaban en darnos una formación cristiana, nos llevaban a Misa todos los domingos, rezábamos el Rosario en casa –aunque la mayoría de las veces a regañadientes-, insistían en que nos confesáramos (estableciendo ellos mismos el ejemplo), y nos conformábamos en el día del santo (que no del cumpleaños) con unas natillas o unas galletas hechas en el horno casero, confeccionadas con la nata que mi madre iba recogiendo de la leche que todos los días íbamos a comprar a la vaquería que teníamos cerca. No había tanto como hay ahora, pero cuando vuelvo la vista atrás recuerdo esos tiempos con nostalgia.
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El domingo pasado, poco antes de celebrar la Santa Misa en una de mis ermitas, se me acerca una madre de un niño de catequesis y me pregunta:
- ¡Padre Lucas, el domingo que viene no habrá catequesis! ¿Verdad?
A mí me pilló un poco descolocado, pues andaba más preocupado de darle el último repaso al sermón y comprobar que todo está preparado para la Misa.
Le pregunté a esta buena señora:
- ¿por qué me lo pregunta?
Y ella me responde:
- Es que como es domingo de carnaval los chicos querrán ir al desfile.
Y yo le dije intentando no perder los nervios:
- Buena señora, esa es una fiesta pagana. La catequesis no se puede interrumpir por ese motivo.
Aunque yo me quedé pensando para mis adentros: “el domingo que viene voy a estar solo en la Iglesia. No va a venir ni el gato”.
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La semana ha transcurrido sin mayores sobresaltos hasta el día de ayer.
Volvía del colegio al que asisto para dar clases. Era alrededor de la una de la tarde. Estaba entrando en el pueblo donde vivo, cuando veo una cola bastante larga de coches parados. No podía ver cuál era el motivo pues justo delante de mí había un camión tráiler de esos gigantescos. Así que me armo de paciencia… Viendo que no había movimiento de coches en ningún sentido empiezo a pensar:
- ¿será un accidente?
Pero nada. Allí no se movía nada.
- Encenderé la radio del coche para por lo menos escuchar las noticias de la una.
Estaban acabando las noticias. Los coches seguían sin circular, pero ya se empezaba a oír ruido de música de desfile y tambores en la lejanía.
- ¿Qué será?
Me quedé pensando.
De pronto veo un coche de policía que hace que se aparte el camión que estaba delante de mí y que no me permitía ver nada. En ese momento se aclaró todo. Era el desfile de carnaval del colegio de párvulos que hay en el pueblo.
El cortejo lo formaban alrededor de una cien personas, unos cuarenta o cincuenta niños ataviados con atuendos propios de carnaval, acompañados por sus maestros y maestras vestidos también a la usanza de la “fiesta” que estaban celebrando. Eso sí, bastante decentes, no sé si por el frío o porque los años ya no permiten enseñar el ombligo.
El ruido de la música y los tambores se fue haciendo cada vez más ensordecedor.
Ya van pasando junto a mi coche, que también había tenido que moverse hasta el arcén de la calle. Ahora sí puedo ver bien con todo detalle el “derroche” de imaginación de las madres, maestros… que se habrían preocupado durante no sé cuántos días para que el desfile saliera honrosamente. Eso sí, sin interrumpir el transcurso normal de las clases en la escuela.
Acompañando a todos ellos había una multitud de madres, que cargando con sus teléfonos móviles y cámaras, no querían perderse nada de lo que allí estaba ocurriendo con el fin de atesorarlo para la posteridad.
Poco a poco la comitiva del desfile fue desapareciendo junto con el estremecedor ruido de la música y el bum-bum que le acompañaba. Sólo me quedaban como diez minutos para llegar a casa. En ese momento lo único que me venía a la mente era una sensación agridulce y un pensamiento:
¡Esa es la nueva España! Hemos cambiado el Miércoles de Ceniza y la Cuaresma por el carnaval y el ruido. Para eso las madres, los profesores, la policía y los niños siempre están dispuestos.
Este es desde luego un botón de muestra de lo que el hombre de hoy quiere: “pan y circo”.
Padre Lucas Prados