El manejo de la eucaristía: el problema más grave

Inspirados en los debates recientes sobre este tema, republicamos este artículo de 2011.

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¿Problemas de traducción? ¿Misas de cara al pueblo? ¿Monaguillas? ¿Posturas?

No, el mayor y más grave problema en la liturgia de la Iglesia latina – es decir, de la «Forma Ordinaria» o misa de Pablo VI – es uno que trasciende todo esto, si bien está relacionado con ello: es la manera en la que se trata el Cuerpo de Cristo.

Este debe ser el primer asunto a encarar en una eventual “reforma de la reforma” real, uno que no se establece con un ejemplo fugaz sino con una ley dura.

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(1) Todo ser humano que haya experimentado con un objeto comestible con un producto molido de base, sabe que es natural que se desmigaje en el proceso de consumirlo: panes, obleas, galletas, bizcochos, tortillas, nachos – sin importar qué, se desmigaja.

(2) Los católicos creemos que el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo están verdaderamente presentes en cada una de las especies consagradas, y en cada uno de los diminutos fragmentos de las mismas y por completo.

Debido a (1) y (2), tradicionalmente la Iglesia ha sido extremadamente cuidadosa en la distribución de la sagrada comunión. Eso implicaba reducir al mínimo imaginable la posibilidad de que un fragmento del Cuerpo de Cristo, incluso el más pequeño, fuera profanado o perdido – y significaba que solo el celebrante tocaba el Cuerpo de Cristo, que todos los fragmentos eran controlados en el altar, y que todos los gestos de la distribución de la eucaristía por manos del sacerdote (o diácono) a ministros y fieles aseguraban que ningún fragmento podía desaparecer. (Y ese mismo proceso se realizaba bajo las dos especies en Oriente, con una evolución un tanto diferente pero con el mismo resultado: manos consagradas distribuyendo la eucaristía para minimizar la pérdida o derrame y bajo un estricto control.)

Lo que hicieron las innovaciones tras el Concilio fue inculcar a los católicos la idea de que los fragmentos del Cuerpo de Cristo no importan  – y sería absurdo limitar esto a la aborrecible práctica de la comunión en la mano; no, no se trata solo de una cuestión de respeto, sino de la creencia de que el mismo Dios está enteramente presente en cada uno de los fragmentos de las especies consagradas; y la comunión en la mano es solo un aspecto de ello. De hecho, todas esas concesiones para la distribución por personas diferentes a la de las manos consagradas, que no se purifican antes y después de la distribución de la eucaristía, el uso de todo tipo de “recipientes”, y asuntos relacionados – ocurriendo miles y miles de veces por día alrededor del mundo –conducen inevitablemente al abuso. O antes bien, SON un abuso.

Todos los demás problemas de la nueva misa están íntimamente relacionados con este, el más grande de los problemas. Si la sagrada liturgia es «la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia» (SC, 10), el manejo del Cuerpo de Cristo por parte de personas no ordenadas es la fosa desde donde fluyen ontológicamente todos y cada uno de los abusos litúrgicos. Porque si Dios presente en el Santísimo Sacramento es tratado como “migajas” y “polvo”, entonces la realidad se esfuma y todo lo que permanece, en apariencia, son simbolismos vacíos y ridículos – y no sorprende que la gente no los respete, los modifique a su gusto, y espere que ellos se adapten a sus propias preferencias.
(28 de septiembre 28, 2011)

(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)

 

 

RORATE CÆLI
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