1968: medio siglo de subversión del orden

En mayo de hace cincuenta años irrumpió en Francia, en la Universidad La Sorbonne de París, la que vino a llamarse «Revolución de mayo», revuelta estudiantil que no pudo derrocar el sistema universitario contra el que se rebelaron, ni pudo establecer ningún tipo de movimiento político, pero que sin embargo, cambió profundamente la sociedad.

El historiador Fernand Braudel escribe:

«Herbert Marcuse que, se convirtió sin desearlo, en el gurú de esta revolución estaba en lo cierto al decir (23 de marzo de 1979) que es estúpido describir 1968 como una derrota. 1968 sacudió las bases de la sociedad, rompió hábitos y tabúes, incluso destruyó la apatía: el tejido de la familia y la sociedad estaba lo suficientemente roto como para crear nuevos estilos de vida en todos los niveles de la sociedad. Es en este sentido que realmente fue una revolución cultural».[1]

«Para algunos, 1968 fue el año del sexo, las drogas y el rock and roll. Sin embargo, también fue el año de los asesinatos de Martin Luther King, Jr., y Bobby Kennedy; los disturbios en la Convención Nacional Demócrata en Chicago; la Primavera de Praga; el movimiento anti bélico y la ofensiva del Tet; Poder negro; la brecha generacional; teatro de vanguardia; el resurgimiento del movimiento femenino».

I. Crisis moral. Espíritu anárquico y libertario

La crisis moral del hombre moderno, tiene como punto de referencia la llamada «revolución de la Sorbonne», que bien podría denominarse la «revolución del deseo» o «revolución de los instintos» que con sus consignas –de una singular radicalidad– incitaba a un cambio profundo en la sociedad: promiscuidad desenfrenada, desorden, explosiones de violencia, propugnando el nacimiento de una nueva era histórica en que los instintos serían liberados después de siglos de esclavitud.

Tres autores influyeron decididamente en los movimientos del 68: Marx y su crítica al capitalismo; Freud y su crítica a la sexualidad y la autoridad civilizada; Marcuse como síntesis de los otros dos.

«Freud había fundado el psicoanálisis para diagnosticar y tratar ciertos casos de neurosis, con base en la preponderancia del inconsciente y en el determinismo de los actos humanos, atribuyendo al instinto sexual una influencia primordial. Wilhelm Reich, discípulo suyo y adepto del comunismo, inició el freudo-marxismo y fue uno de los más conocidos divulgadores de la liberación sexual, así como del movimiento contra la autoridad y la familia, por considerar que ésta es “una fábrica de ideologías autoritarias y de estructuras mentales conservadoras”, que debe ser desmantelada. Marcuse, de la escuela marxista de Francfort, adoptó esa tesis de Reich e inspiró doctrinariamente la rebelión anarquista de la Sorbonne de 1968.

Marcuse impulsaba los “cambios orgánicos de instinto y biológicos, al mismo tiempo que los cambios políticos y sociales (…) incluyendo la moral de la sociedad existente”, diciendo: “se acabaron la idea tradicional de revolución y la estrategia tradicional de revolución (…) Lo que debemos emprender es una especie de difusa y dispersa desintegración del sistema”.»[2]

La Revolución de la Sorbonne en 1968 difundió por todo el mundo el espíritu anárquico y libertario, como afirma el gran pensador católico D. Plinio Corrêa de Oliveira, quien verificaba ese fenómeno, como un inmenso proceso, de tendencias, doctrinas, transformaciones políticas sociales y económicas, una «poderosa y temible radioactividad» que permeaba todo sin ser percibida, en una continua metamorfosis.

La Revolución desarrolla pues, una metamorfosis para afincarse mediante los retrocesos tácticos que tan frecuentemente le han sido necesarios: la revolución de las tendencias, la revolución de las ideas, y, la revolución de los hechos.[3]

Herbert Marcuse, considerado el ideólogo de esta revolución, en su propuesta de un cambio total, afirmaba que era necesaria la desintegración del sistema de vida de los hombres: «uno puede indudablemente hablar de una revolución cultural, pues la protesta apunta hacia todo el establecimiento cultural, incluyendo la moral de la sociedad existente».[4]

Para desintegrar el actual orden de cosas, Marcuse, apuntaba a una Revolución sobre todo psicológica. La psicología, es decir, el conocimiento del alma humana, pasó a ser en esta nueva estrategia una preocupación fundamental del revolucionario, al punto que política y psicología se funden: El énfasis en esta nueva dimensión no implica sustituir la Política por la Psicología, sino lo opuesto.

Es decir que la psicología es para Marcuse una ciencia política; esto es, un instrumento de las fuerzas revolucionarias para la conquista del poder. Marcuse insiste en que es indispensable que el revolucionario recurra a las mayores ciencias liberadoras de nuestro tiempo, la Psicología y, principalmente, el Psicoanálisis y la Psiquiatría. Recuerda que los revolucionarios deben luchar para ganar la psiquis humana, pues la sociedad ha invadido hasta las más profundas raíces de la existencia individual, hasta el mismo inconsciente del hombre.

Y concluye poniendo una vez más en realce la nueva prioridad: Nosotros debemos alcanzar las raíces de la sociedad en sus propios individuos. En otras palabras, para crear una sociedad revolucionaria, es necesario cambiar las apetencias, los hábitos y los principios de los propios individuos. Es una estrategia de base psicológica y socioeconómica. Lo que incluye la destrucción de la moral, de la cultura y de los hábitos de vida actuales: Uno puede indudablemente hablar de una revolución cultural, puesto que la protesta está apuntada hacia todo el «Establischment» cultural, incluyendo la moral de la sociedad existente.[5]

II. Una revolución gradual para cambiar las formas de sentir, actuar y pensar

El más famoso de los eslóganes que escritos fue: es prohibido prohibir. Reflejaba la idea de que todas las prohibiciones estaban prohibidas, a lo que agregaban, la libertad comienza con una prohibición.

Los agentes promotores de los disturbios estudiantiles de Francia en 1968, sin rubor admitieron que su fin primero y último consistía en conseguir la ruina de la civilización tal como la conocemos. Pronto tendremos ruinas encantadoras vociferaron.

Una profunda revolución cultural cuyo fin es la demolición de la principal de nuestras instituciones, la familia cristiana, y que esto tendrá como corolario un grave deterioro del tejido social, con efectos nefastos para el futuro.

Sí, una revolución que penetra como un smog en todos los ambientes, contaminando gradualmente leyes y costumbres, corroyendo los principios, eliminando las nociones de bien y mal e implantando una nueva moral atea y relativista; y que además prepara el clima jurídico y publicitario para que se persiga a quienes le opongan alguna resistencia.

Esta revolución cultural se hace en nombre de los nuevos «dogmas» laicos que están siendo promulgados -la tolerancia y la no-discriminación– los cuales, pese a su contenido difuso, o más bien por causa de éste, sirven para abrirle camino en forma subrepticia.[6]

Aunque los defensores de la Revolución de la Sorbona de 1968 afirman que «ni el Partido Comunista ni los sindicatos obreros intentaron, en ningún momento, aprovechar el vacío de poder ni para cambiar el régimen político ni para acabar con el orden social», los líderes revolucionarios esperaban introducir nuevas estructuras económicas en concordancia con el nuevo entorno cultural que emergió, que llamaron «autogestión».

El judío Daniel Cohn-Bendit, que ejerció un papel decisivo en la Revolución de Mayo de 1968, de tendencia anarquista, que posteriormente cambió por el ecologismo, escribió: «También me entusiasmé con la idea de una sociedad, liberada de la tiranía capitalista, que viviría autónoma y completamente libre. Sería una sociedad organizada por los trabajadores, los campesinos, los estudiantes y los consumidores mismos quienes formularían una sociedad basada en la autogestión»[7], no otra cosa que una dictadura radical comunista disfrazada, y desde entonces las izquierdas radicales hicieron un retroceso táctico, para insuflar la sociedad de tendencias contrarias a la civilización y la moral cristianas, ante las cuales la resistencia de la opinión occidental fue mucho menor que ante el totalitarismo comunista, así por ejemplo España resistió y combatió el comunismo pero se dejó arrastrar por el marxismo cultural.

Los gérmenes que la provocaron penetraron en el entramado social, con graves y avasalladoras consecuencias, ocupando hoy efectivamente el campo que los revolucionarios de inicio planearon conquistar. «Placer sin límites» e «inventa nuevas perversiones sexuales», pintaban y gritaban en mayo de 1968: vemos los resultados en nuestras noticias diarias con sus horrendos crímenes, en efecto, una profunda metamorfosis social y cultural. Deriva a los pocos en el modelo «hippie». Toda regla, desde lo moral hasta las costumbres, entró en crisis. Músicas, vestimentas, gestos, fueron presentándose como una pseudo-liturgia al mundo.

Una revolución en la indumentaria, desde la ropa unisex hasta las modas de inspiración indígena, desnudos, tatuajes, pantalones vaqueros raídos, modas y costumbres extravagantes, una inmoralidad sin precedentes en la historia. La revolución sexual iniciada entonces, dio fin con el recato y el pudor, llevó al matrimonio a su fase terminal, diseminó el amor libre y erotizó completamente la sociedad, lo que prueba que no sólo se cumplieron los objetivos de la Revolución de 1968, y que el mundo ha ido muy lejos.

Mucho más lejos todavía: resistencia al crimen, desprestigio de la autoridad, los principios y las leyes. La pérdida del sentido de pecado denunciado por el Papa Pío XII se patentiza con el olvido del orden moral enseñado por la Iglesia, de tal forma que se legaliza el aborto, se expanden la droga y toda clase de aberraciones en materia de costumbres, se generalizan el concubinato y el divorcio, aumenta la delincuencia y la impunidad con efectos globales de una anarquía cada vez mayor.

Pío XII afirmó: la sociedad habla a través de la ropa que lleva puesta. A través de su vestimenta revela sus aspiraciones secretas, y la usa, al menos en parte, para construir o destruir su futuro.[8]

Vivimos en un contexto cultural marcado por la mentalidad hedonista y relativista, que tiende a eliminar a Dios del horizonte de la vida, no favorece la adquisición de un marco claro de valores de referencia y no ayuda a discernir el bien del mal y a madurar un sentido correcto del pecado.[9]

En una conferencia pronunciada a socios y cooperadores de Tradición Familia y Propiedad, el 20 de junio de 1971, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira hizo el siguiente pronóstico: Yo dije que la Revolución de mayo del 68 iba a fracasar, pero que ella recogería sus restos en las sacristías. Después, la doctrina de la Revolución de Mayo ganaría los medios específicamente eclesiásticos y, a través de éstos, estimularía los medios religiosos a una actitud idéntica.[10]

¡He aquí los nefastos frutos que se cosechan de las semillas esparcidas en mayo de 1968 por la Revolución de la Sorbona!

_____

[1] BRAUDEL FERNAND, Civilization and Capitalism 15th-18th Century: The Perspective of the World.

[2] La Revolución Cultural: un smog que envenena a la familia chilena. Acción Familia, Chile.

[3] Cf.: CORREA DE OLIVEIRA, Prof. PLINIO, Revolución y Contra-Revolución.

[4] Cf.: La sociedad carnívora, 1969.

[5] Cf.: España anestesiada sin percibirlo, amordazada sin quererlo, extraviada sin saberlo. La obra del PSOE.

[6] Cf.: La Revolución Cultural: un smog que envenena a la familia chilena. Acción Familia, Chile.

[7] Cf.: Le Livre Noir de La Révolution Française , Éditions du Cerf, París, 2008.

[8] Discurso Gran Di Cuore, del 8 de noviembre de 1957.

[9] BENEDICTO XVI, discurso 11-03-2010.

[10] http://catolicismo.com.br/materia/materia.cfm?IDmat=88D33F60-3048-560B-1C6E9C1C2E33EE0A&mes=Maio1998

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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