La devoción al Santo Pesebre es una devoción para todos los tiempos, pero particularmente lo es para estos tiempos tan difíciles en los que nos ha tocado vivir. Con la palabra Pesebre no nos referimos sólo, en su sentido estricto, al comedero en que colocaron al Niño Jesús, que se venera en Roma en la basílica de Santa María la Mayor, conocida por esta razón como Santa Maria ad praesepem. El objeto de nuestra veneración es el gran escenario de la Natividad de nuestro Señor, como lo han representado tantos devotos y artistas a lo largo de los siglos.
La escena que contemplamos en amoroso silencio nos presenta un hecho que es a un mismo tiempo histórico y eterno. Una escena histórica, no mítica ni fantástica, porque representa lo que sucedió realmente el 25 de diciembre del año 753, ó 748, como sostienen algunos, de la fundación de Roma, en lugar histórico preciso, una gruta de Belén, en Palestina. Rechazamos la distinción modernista entre el Jesús histórico y el Jesús de la fe, y afirmamos por encima de todo una verdad histórica. Sobre este cimiento histórico se apoya nuestra fe, que es el asentimiento racional que damos a las palabras del Evangelio. A estas palabras, divinamente inspiradas, ha añadido la Santa Tradición de la Iglesia otros elementos que concurren para presentarnos el panorama completo de cuanto sucedió en Belén entre el 25 de diciembre y la Epifanía.
El escenario histórico posee además un carácter ejemplar perenne. Tenemos ante nosotros algo más que la Sagrada Familia: nos encontramos ante un microcosmos que se extiende desde la desnuda tierra de la Gruta hasta el firmamento estrellado. Toda la naturaleza inanimada glorifica a su Creador con su sola presencia. El buey, la mula y las ovejas representan el mundo animal que da gloria al Señor mediante su sumisión al hombre, rey de la creación. Los pastores y los Reyes Magos son la imagen de una sociedad jerárquicamente ordenada que concurre para adorar a Jesús.
Los coros angélicos, también jerárquicamente ordenados, reverencian y adoran a su Señor. Con el resplandor que irradian y el júbilo de sus cantos, los ángeles transfiguran el ambiente. Gracias a ellos, una choza se transforma en un palacio real, la paja resplandece como oro purísimo y las piedras relucen como alhajas valiosas. En el centro de la escena, María y José nos brindan el modelo de una absoluta conformidad a la voluntad divina, de una perfecta adoración al Misterio de la Encarnación, de una unión mística transformante con Dios hecho hombre, que se hace visible. Jesucristo reina en el pesebre, que es su trono de amor. Pero el misterio del amor es también un misterio de justicia.
Como señala el padre Nepveu, el pesebre es también el tribunal de justicia de Jesús, porque en él pronuncia la sentencia que dictará un día contra el mundo: Vae Mundo (Mt 18, 7): ¡ay del que sigue al mundo! Ay de los soberbios, de los sensuales, de los afeminados, porque están en una situación que se opone al Jesús del Pesebre. Jesús es en el Pesebre la Verdad que disipa las tinieblas en que están inmersos los errantes; es el Camino que conduce a los que se han extraviado; y es la Vida que se infunde a quien desfallece y muere.
Jesús sabe lo que nosotros ignoramos, puede lo que nosotros no podemos, y nos impulsa a brindarle el amor que deseamos darle sin ser capaces de ello. Amamos a Jesús en el Pesebre y amamos el Pesebre en Jesús. Y aborrecemos, con ese aborrecimiento que significa una separación radical del mal y la unión plena con el bien, a cuantos aborrecen el Pesebre y quieren prohibirlo en nuestras ciudades y nuestras casas. Combatimos para defender el Pesebre porque combatimos para defender la Ciudad cristiana de la cual es modelo el Pesebre.
En el Pesebre reina el orden, que es la recta disposición de las cosas, y por eso reina la paz que es la tranquilidad del orden. El Pesebre se opone al caos contemporáneo y prefigura el orden sagrado del Reino de María que prometió la Virgen en Fátima. En vísperas de las luchas que nos aguardan en 2017, descansa nuestro corazón durante estos días en el Santo Pesebre.
Roberto de Mattei
(Traducido por J.E.F)