El «resto fiel»

Recuerdo muy bien que al filo del siglo pasado, varios escándalos sacudieron la fe de muchos católicos. Hace poco me llegó un correo electrónico en el que un lector se muestra tremendamente escandalizado, hundido, según expresión suya, por la continuidad de esos escandalosos hechos que afectan sin lugar a dudas al conjunto de la Iglesia, en virtud del dogma de la comunión de los santos.

I. La Iglesia tiene mucho de divino y mucho de humano, y en este campo humano, es fácil que se den escándalos, abandonos y decisiones lamentables, debidos a la frágil naturaleza humana.

He dicho que la Iglesia tiene de divino, todo lo que remonta a Jesús, por tanto es divina su doctrina, la manera de honrar a Dios, los sacramentos que administra, su organización, todo ello es verdadero, hermoso, noble, santo, inmutable. La mano destructora del hombre no puede tocar nada de esto, el polvo de los siglos no puede cubrirlo, el hálito nefasto de las revoluciones no puede destruirlo.

Pero la Iglesia tiene también su elemento humano, Jesús no eligió a los ángeles del Cielo para sucesores en su misión, libre y voluntariamente escogió un grupo que llevaba en sí las propiedades buenas y malas de aquella raza judía.

De todos los pueblos escoge para sacerdotes, un grupo de hombres, que tienen las virtudes y los defectos de su raza, de su época, de su familia. Aún vivía Jesús en el mundo cuando aparecieron las primeras manchas en la Iglesia, de entre millones de hombres Cristo eligió Doce para que fueran sus Apóstoles y de ellos uno fue traidor, otro precisamente el que iba a recibir el supremo poder de la Iglesia, en los momentos difíciles y decisivos, abandono la bandera huyendo cobardemente, fue Pedro.

Si hubo escándalos y tropiezos en la Iglesia cuando el Hijo de Dios estaba todavía de manera visible en la Iglesia, ¿por qué maravillarnos de que los haya habido también más tarde en el decurso de la historia y de que los haya todavía aun?, y si el Hijo de Dios no desechó a Pedro por haber tropezado, es lícito que el hombre moderno falle y condene con suficiencia farisaica a la Iglesia, cuando en algunos de sus ministros se notan los tristes rasgos de la naturaleza humana.

Los escándalos de algunos prelados y fieles católicos son precisamente un valioso argumento a favor de la santidad de la Iglesia, ya que dichos abandonos dan a entender que las exigencias de la Iglesia siguen siendo muy altas, sublimes, y que muchos cristianos, a pesar de su buena voluntad son demasiado débiles en su naturaleza para cumplir adecuadamente el ideal de la Iglesia, ante lo cual uno tiene que recordar lo que Jesús decía a sus oyentes, refiriéndose precisamente a los sacerdotes de Israel de su tiempo: Haced lo que ellos os enseñan, pero no les imitéis en su conducta [1].

Pero hay, muchos que olvidando esas palabras del Señor también que se escandalizan de que se denuncien los pecados de la Iglesia, también olvidando que a lo largo de la historia de la Iglesia, muchos santos canonizados los denunciaron: A veces el lenguaje era fuerte, inusual en nuestros días, como cuando Santa Brígida, no vacilaba en denunciar a un Papa relajado con términos como «asesino de almas, más injusto que Pilatos, y más cruel que Judas».[2]

II. Desde sus inicios, la Iglesia de Cristo, siempre tuvo que enfrentar a sus enemigos, que desde las esferas del poder temporal y desde sociedades fundadas en el misterio, han buscado su aniquilación.

Es «el misterio de la iniquidad» explica San Pablo,[3] que sirviéndose normalmente del «impío», es decir, de aquellos hombres que se prestan a ser sus secuaces e instrumentos de su acción en la historia, y que opera a la sombra, para obstruir o destruir, la obra del Señor. En su Carta a los Efesios [4], lo dice de una manera más explícita: «nuestra lucha no es contra la carne y la sangre —es decir, contra dificultades o enemigos de orden humano, natural—, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas».[5]

Pero ha sido en los últimos siglos, y particularmente en estos días cuando la Iglesia Católica está recibiendo los mayores ataques y persecuciones.

Ya decía el Papa Pío XII: «En estos últimos siglos [el enemigo] trató de realizar la disgregación intelectual, moral y social de la unidad del organismo misterioso de Cristo. Quiso la naturaleza sin la gracia; la razón sin la fe; la libertad sin la autoridad; a veces, la autoridad sin la libertad. Es un ‘enemigo’ que se volvió cada vez más concreto, con una ausencia de escrúpulos que todavía sorprende: ¡Cristo sí, Iglesia no! Después: ¡Dios sí, Cristo no! Finalmente el grito impío: ¡Dios ha muerto! y hasta ¡Dios jamás existió!».[6]

Y el Concilio Vaticano I: «Con esta impiedad difundiéndose en toda dirección, ha sucedido infelizmente que muchos, incluso entre los hijos de la Iglesia católica, se han extraviado del camino de la piedad auténtica, y como la verdad se ha ido diluyendo gradualmente en ellos, su sentido católico ha sido debilitado. Llevados a la deriva por diversas y extrañas doctrinas, y confundiendo falsamente naturaleza y gracia, conocimiento humano y fe divina, se encuentra que distorsionan el sentido genuino de los dogmas que la Santa Madre Iglesia sostiene y enseña, y ponen en peligro la integridad y la autenticidad de la fe».[7]

Una Revolución religiosa que comenzó con el «libre examen» de Lutero, erigiéndose el criterio personal en norma suprema de la verdad cristiana. En vez de aceptar el hombre las verdades de la fe como fueron reveladas por Dios e interpretadas y enseñadas por el Magisterio de la Iglesia, su auténtica depositaria, convirtió su propia inteligencia en «cátedra», aun contra la autoridad de la Iglesia docente.[8]

Es el caballo de Troya Rojo: la infiltración diabólica verificada en la Iglesia de Cristo, la infiltración de los «errores de Rusia» la que mayores daños está haciendo. La invasión del pensamiento mundano. La invasión de las ideologías y de los movimientos subversivos para servirse de la Iglesia y desde dentro minarla y pulverizarla, infiltración denunciada por la Dra. Bella Dodd, que había sido comunista, convertida después a la Fe católica por el Arzobispo Fulton Sheen. Ella testimonió públicamente que había enviado personalmente un número superior a mil jóvenes a los seminarios católicos, para que pudiesen destruir la Iglesia desde su interior, muchos de ellos homosexuales. Y cuando ella estaba deponiendo públicamente, dijo: «Algunos de ellos ya son Obispos». Y estaba hablando al final de la década de 1940 e inicios de los 1950.

«En los tiempos del Anticristo, el señorío del demonio será tremendo, y se desatará en todas las direcciones: en operaciones esotéricas y nefandas de magia y espiritismo; en el poder abrumador de la «ciencia moderna», que ya se ha vuelto capaz de arrojar fuego del cielo con la bomba atómica y hacer hablar a una imagen mediante la televisión combinada con la radio; en la tiranía implacable de la maquinaria política; en la crueldad de los hombres rebeldes y vueltos «fieras en la tierra»; en la seducción sutil de los falsos doctores que usarán el mismo cristianismo contra la cruz de Cristo, una parte del cristianismo contra otra, y a Jesús contra su Iglesia.

La opción por Cristo o por el Anticristo se hará universal e ineludible. La sola profesión de fe cristiana pondrá a los fieles en situación de martirio. El poder político más totalitario y universal que haya existido, revestido de religiosidad falsa, hostigará a los fieles, persiguiéndolos a sangre y fuego. La mayoría caducará, de modo que la apostasía cubrirá al mundo como un diluvio. Bien decía San Pablo que Cristo, sí, volvería, pero «primero tiene que venir la apostasía» (2 Tes 2, 3). Los que resistan serán poco numerosos, los contados 144.000 de que habla el texto sagrado (cf. Ap 7, 4), un pequeño resto, perdido en el océano de las multitudes apóstatas. Esos pocos «no podrán comprar ni vender» (Ap 13, 17; 14, 1), ni circular, ni dirigirse a los demás a través de los medios de comunicación, ahora en manos del poder político. Cualquier intento de emigración se tornará impensable, ya que el mundo entero será una inmensa cárcel, sin escape posible. Sólo quedará «refugiarse en el desierto» (cf. Ap 12, 14)».[9]

III. El «Resto Fiel». «El Pequeño Resto».

Ante la Revolución y la decadencia, debe llegar sin duda la reacción del Pueblo de Dios, como nos demuestra el Antiguo Testamento. El Pueblo Elegido tuvo graves crisis sobre todo en las épocas de sus exilios en Egipto y en Babilonia, pero Dios siempre reservó un resto que fue la semilla fecunda de nuevas levas, que se elevaron cada vez más en alto.

Uno de los más interesantes profetas inspirados es Amós, de extracción campesina, pobre voluntario. Su argumento es: Dios quiere salvar a su pueblo que se resiste a la invitación del Cielo, y será castigado por Yahvé como lo merece su obstinación.

Más en la profecía de Amós, surge la realidad del resto de Israel, es decir una parte sana que obedecerá al Señor, y quedará unida a Él como un íntimo amigo de quien recibirá toda clase de dones.

En una época en la que se critica la ruina de la religión aún de los cristianos, por la cantidad de malos observantes, parecidos a los contemporáneos de Amós, se subraya que también existe una buena porción de cristianos rectos, sinceros con Dios, dispuestos a cumplir sus órdenes, anhelantes de dar satisfacción a su Creador.

En medio del inmenso duelo de Israel por los castigos recibidos de su Dios, hay una fulguración de esperanza, como un rayo consolador que ilumina las tíbienlas.

Afirma el profeta Amós: Buscad el bien, y no el mal, para que tengáis vida, y así Yahvé de los ejércitos estará con vosotros, como lo decís. Aborreced el mal, y amad el bien, y restableced la justicia en el foro; quizás Yahvé, el Dios de los ejércitos, se apiade del resto de José.[10]

Todo el Antiguo Testamento es una abierta lucha entre Dios que desea ser un auténtico Padre para su pueblo escogido y la miseria de los israelitas que desobedecen a Dios y lo desprecian públicamente, pero sobre la bondad de Dios que vela a su pueblo, siempre vela la Providencia de Dios que conserva un resto entre la miseria humana, un resto de su pueblo fiel, como un almácigo donde se conservan las excelentes semillas, con las que una vez más poblará a su pueblo.

Isaías desarrolla la idea del resto, tras un espantoso castigo que se actuaría en el Pueblo de Israel, afirma Isaías:

Aquel día el brote de Jacob será ornamento y gloria de los salvados de Israel, a los que queden de Sión y al resto de Israel se les llamará santos, pues el mismo Señor escribió sus nombres para que tengan vida en Jerusalén.[11]

Igual hoy, mientras millones de malos cristianos, desobedientes, traidores, desagradecidos, vivirán voluntariamente dando la espalda a Dios, Yahvé suscita en la Iglesia un resto que se mantendrá fiel y fortalecerá a la Iglesia a pesar de los ataques de propios y extraños. Este glorioso y eficaz resto, nunca faltará junto a Yahvé.

De nuevo florecerá la profecía de Isaías como 700 años antes de Cristo: el profeta contempla el numeroso Pueblo Escogido que será castigado por sus pecados, disminuirá trágicamente, pero no desaparecerá del todo y luego restaurará sus antiguas grandezas.

Fijémonos en la crisis del momento actual verdaderamente espeluznante, y, sobre ese fondo escuchemos a Isaías que dice: «Un resto volverá, un resto de Jacob se volverá hacia el Dios Fuerte, porque aunque fuera tu pueblo oh Israel, como la arena del mar, sólo un resto volverá, su destrucción está decidida, para que quede bien clara la justicia, pues el Señor Yahvé de los Ejércitos, llevará a cabo en todo el país, el exterminio que ha resuelto hacer».[12]

Los que permanecerán fieles serán los que «no se ensuciaron con mujeres» (Ap 14, 4), es decir, con la Mujer, la Ramera. Hombres límpidos, «en cuya boca no se encontró mentira».

Los primeros mártires debieron luchar contra los emperadores, los últimos contra el mismo Satanás. Por eso serán mártires mayores. Ni siquiera serán reconocidos como mártires, agrega San Agustín, ya que se los condenará como delincuentes ante las multitudes, víctimas de la propaganda. La llamada «opinión pública» estará en favor de esta persecución.[13]

Dios ha de purificar, como el oro en el crisol, antes, aún a los elegidos hasta que se aprendan la virtud de la humildad y amen de corazón la pobreza. En la Virgen Madre del Dios-Hombre y de los nuevos hijos de Dios, se dio el principio o primera etapa de la última prueba de la fe divina y cristiana, al mismo tiempo de la Iglesia contemporánea confirmar los Dogmas marianos que la presentan, en el misterio, refulgente en su luz de luna, iluminándolos con el fulgor del sol, para una de las señales del final de los últimos tiempos concedidos al mundo para su conversión.[14]

Un «resto mariano», una familia mariana que debe mantenerse fiel.

El Triunfo del Inmaculado Corazón de María es el reunir los corazones humanos, abandonados a Jesús y consagrados a María, los corazones que entran a formar parte de la familia mariana, un remanente mariano, una armada mariana dispuesta a todo para que pueda venir el Reino del Sagrado Corazón de Jesús, el Reino de la Eucaristía, la Era de Paz profetizada en Fátima, la verdadera nueva primavera de la Iglesia.

Germán Mazuelo-Leytón

[1] SAN MATEO 23, 3.

[2] Cf. SÁENZ S.J., P. ALFREDO, La Cristiandad. Una realidad histórica.

[3] 2 TESALONICENSES 2, 7.

[4] EFESIOS 6, 12.

[5] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, «Aplasten a la Infame». http://www.conoze.com/doc.php?doc=9136

[6] PAPA PÍO XII, Alocución a la Unión de Hombres de la Acción Católica Italiana, 12 de octubre 1952.

[7] CONCILIO VATICANO I, Constitución dogmática «Filius Dei». Sobre la fe católica.

[8] SÁENZ S.J., P. ALFREDO, La Cristiandad. Una realidad histórica.

[9] SÁENZ S.J., P. ALFREDO, El Apocalipsis según Leonardo Castellani.

[10] AMÓS 5, 14-15.

[11] ISAÍAS 4, 2-3.

[12] ISAÍAS 10, 20-23.

[13] Cf.: SÁENZ S.J., P. ALFREDO, El Apocalipsis según Leonardo Castellani.

[14] NIEVES FIGUEROA, P. CARLOS, Testimonio sacerdotal según la sana doctrina de la Iglesia.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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