Francisco y el diablo: reflexiones cuaresmales

«Yo soy el diablo» Francisco «bromeando»con Grzegorz Galazka[1] (22/09/2018)

«Todo lo transmitiste al papa: todo, pues, depende ahora del papa. No vengas a molestarnos, por lo menos antes de que llegue el momento oportuno«. El Gran Inquisidor a Jesucristo, Los Hermanos Karamazov

  1. No vengas a molestarnos

Ductus es in desertum a Spiritu, ut tentaretur a diabolo: con estas palabras misteriosas, que, como veremos, parecen encerrar en sí toda una teodicea y una teología de la historia, comienza la secuencia del evangelio de san Mateo del primer domingo de cuaresma.

Fiódor Doistoievski, con su clarividencia también misteriosa, sitúa las tres tentaciones de Cristo en el desierto en el centro del cuento del Gran Inquisidor en Los hermanos Karamazov, que una lectura superficial puede interpretar como un simple ataque al catolicismo romano, pero que no es más que una parábola con la que el librepensador Iván pretende demostrar ante el piadoso Aliosha el fracaso final del cristianismo.

El relato, como se sabe, está ambientado en una Sevilla imaginaria del siglo XVI. En medio de los autos de fe y del poder infinito sobre las conciencias de una santa inquisición también imaginaria, Cristo decide volver por un tiempo para consolar a los hombres. El viejo Gran Inquisidor jesuita ordena su arresto y, antes de condenarlo a muerte, decide «cantar algunas verdades» al Dios-hombre: «El terrible Espíritu de las profundidades, el Espíritu de la destrucción y de la nada, te habló en el desierto, y la Sagrada Escritura dice que te tentó. No se podía decir nada más agudo que lo que se te dijo en las tres cuestiones (…) No ha habido en la tierra milagro tan auténtico y magnífico como el de estas tres tentaciones (…)  Pues en ellas se resume y se predice toda la historia futura de la humanidad. En estas tres tentaciones están condensadas todas las contradicciones indisolubles de la naturaleza humana (…) Quieres ir por el mundo con las manos vacías, predicando una libertad que los hombres, en su estupidez y su ignominia naturales, no pueden comprender; una libertad que los atemoriza, pues no hay ni ha habido jamás nada más intolerable para el hombre y la sociedad que ser libres. ¿Ves esas piedras en ese árido desierto? Conviértelas en panes y la humanidad seguirá tus pasos como un rebaño dócil y agradecido, pero, al mismo tiempo, temeroso de que retires la mano y se acaben los panes. No quisiste privar al hombre de libertad y rechazaste la proposición, considerando que era incompatible con la obediencia comprada con los panes. Respondiste que no sólo de pan vive el hombre; pero has de saber que por este pan de la tierra el espíritu terrestre se revolverá contra ti, luchará y te vencerá (…) Tú les prometías el pan del cielo. Y vuelvo a preguntar si este pan se puede comparar con el de la tierra a los ojos de la débil raza humana, eternamente ingrata y depravada. Millares, decenas de millares de almas te seguirán para obtener ese pan, ¿pero qué será de los millones de seres que no tengan el valor necesario para preferir el pan del cielo al de la tierra? Porque supongo que Tú no querrás sólo a los grandes y a los fuertes, a quienes los otros, la muchedumbre innumerable, que es tan débil pero que te venera, sólo serviría de materia explotable (…) Sin embargo, rechazaste la única bandera infalible que se te ofrecía, la que habría movido a todos los hombres a inclinarse ante ti sin rechistar: la bandera del pan de la tierra. La rechazaste por el pan del cielo y por la libertad del hombre. Ya ves el resultado de haber defendido esta libertad. Te lo repito: no hay para el hombre deseo más acuciante que el de encontrar a un ser en quien delegar el don de la libertad que, por desgracia, se adquiere con el nacimiento. Mas para disponer de la libertad de los hombres hay que darles la tranquilidad de conciencia. El pan te aseguraba el éxito: el hombre se inclina ante quien se lo da (de esto no cabe duda); pero si otro se adueña de su conciencia, el hombre desdeñará incluso tu pan para seguir al que ha cautivado su razón».

El Gran Inquisidor, ante el silencio de Cristo, le reprocha no haber aceptado las tres tentaciones, por el bien de los hombres, que son débiles, periféricos y heridos. Además le explica que hasta antes de su regreso, las cosas marchaban bien: la Iglesia se esforzaba por procurar el bien material de los hombres y sus promesas espirituales, en las que sus autoridades ya no creían más, se orientaban exclusivamente  también  a su bienestar sensible, como nobles mentiras orientadas a un mejor acompañamiento en los momentos de la muerte. La Iglesia del Gran Inquisidor es, pues, una iglesia del aquí y del ahora, una iglesia que tiene «al hombre en el centro» y en la que Cristo ya no tiene lugar más que como un mito político-terapéutico. Finalmente, el Inquisidor abre la puerta de la celda de Cristo, que permanece silencioso.

Hoy, revisando desde los boletines y periódicos murales parroquiales hasta las múltiples e intercambiables declaraciones de prelados, algunos muy encumbrados,  podemos comprobar que ha llegado a su pleno cumplimiento el anuncio del padre Castellani: «No es necesario saber mucho griego ni latín para predecir que la Iglesia será tentada, si Cristo fue tentado, y lo será con las mismas tentaciones de Cristo»[2].

Pero, como diría Marx, la historia se repite primero como tragedia y después como farsa. Y a la tragedia del aggiornamento del concilio, con un personaje atormentado como Pablo VI, le ha sucedido la farsa del absurdo de  Francisco. Y el grado y claridad de la entrega de la jerarquía eclesiástica a las promesas y desgracias del Tentador, presentes ya desde aquella época, se han hecho aún mayores que en los tiempos conciliares.

  1. Dic ut lapides isti panis fiant

«Y acercándose el tentador, le dijo: Si eres el Hijo de Dios di que estas piedras se tornen en panes. Y Él, respondiendo, dijo: Escrito está: No de solo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».

Esta tentación es la de la primacía de lo material –y de lo carnal– sobre lo espiritual. Es la permanente tentación de los totalitarismos: la esjatología secularizada, la promesa del reino intrahistórico y prometeico: la «redivinización del mundo» a través de la política, en palabras de Eric Voegelin.

La teología de la liberación, al redefinir la teología como reflexión crítica sobre la praxis, fue uno de los múltiples intentos materialistas por subordinar y, ulteriormente, aniquilar lo espiritual, lo propiamente religioso en la mente de los hombres, en aras de la política. Lo sorprendente es que la Iglesia, a partir del Concilio, se haya visto incapaz de poder librarse de esa metaherejía, sea por razón de su promoción abierta por la jerarquía, sea por la misteriosa desistencia de su autoridad a la hora de sofocarla.

Pero ahora, en los tiempos de Francisco, y en consonancia con el fin de los «grandes relatos», la primacía de lo material cobra tintes más groseramente sensibles. Así, la antropología de Amoris Laetitia nos presenta a un hombre orientado faltamente a la fornicación, que acaba convertida incluso en un imperativo necesario para salvaguardar la unidad familiar y ante la cual bien vale sacrificar la ley natural y la divina.

Francisco ha sido, sin embargo, más meridianamente claro en su opción  preferencial por los panes antes que por la palabra divina.  En julio de 2013, durante la Jornada Mundial de la Juventud de Río, en el primer año de su pontificado, declaró lo siguiente: «Si la educación de un chico se la dan los católicos, los protestantes, los ortodoxos o los judíos, a mí no me interesa. A mí me interesa que lo eduquen y que le quiten el hambre. En eso tenemos que ponernos de acuerdo»[3].

Non in solo pane vivit homo. Pero a Francisco eso no le interesa. Nada.

Años atrás, otro célebre líder religioso de origen argentino visitaba los Sacros Palacios durante el pontificado de Juan Pablo II. Y ante el esplendor del arte religioso que contemplaba, se dijo a sí mismo: «Este chabón tiene techo de oro y tanto pibe que se muere de hambre en la Argentina…».

Se trataba de Diego Armando Maradona, según sus memorias Yo soy el Diego, personaje que guarda con Jorge Mario Bergoglio ricas analogías espirituales y culturales.

Ambos representan un viejo anhelo de Pablo VI, expresado en el discurso conclusivo del Concilio Vaticano II, el encuentro cordial entre la religión del Dios que se hizo hombre y del hombre que se hace Dios. Ese encuentro cordial ha dado paso hoy a una fusión en una sola religión, la religión del hombre-masa, cuyo telos único es la libre expansión de los deseos vitales.

  1. Mitte te deorsum

«Entonces le llevó el diablo a la ciudad santa, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres el Hijo de Dios, échate abajo. Porque escrito está: Mandará sus Ángeles a Ti, y te tomarán en las manos, para que tu pie no tropiece en piedra alguna».

Esta tentación es interpretada por Castellani, siguiendo a los comentaristas, como consistente en «por medio de la religión procurarse prestigio, poder, pomposidades y la “gloria que dan los hombres”»[4]. Más allá de la humildad de Antístenes[5], que representa el elegir como nombre Francisco y realizar ante cámaras toda clase de gestos superficiales e incluso chocantes para singularizarse como el más humilde de los hombres, creemos que esta tentación va también contra la prudencia y contra la paz; en suma, contra el orden, y Francisco, como en todos los casos, no ha sido más que la exasperación de una tendencia conciliar preexistente.

Non tentabis Dominum Deum Tuum. Ya desde los tiempos  de Juan XXIII pareció invadir la Iglesia un espíritu de vértigo, un deseo de lanzarse de todo pináculo posible por medio de experimentos y locuras descabelladas, con el pretexto del non praevalebunt y de la asistencia del Espíritu Santo a sus autoridades. A todo aquel que, basándose tanto en un ejercicio mínimo de la prudencia como en una constatación del deber dado por Dios de custodiar el depósito de la fe, de apacentar a las ovejas y de buscar la salvación con temor y temblor, osaba manifestar que no había que tentar a Dios, se le tachaba de «profeta de calamidades». Ocioso sería enumerar la cantidad de insultos y etiquetas insustanciales con las que Francisco pretende descalificar a todos aquellos que no manifiestan ante él el mismo entusiasmo de sus groupies más exaltados.   

Pero lo que sorprende más es su odio a la estabilidad, al ser, al  orden metafísico. En su mensaje a los jóvenes argentinos, también en esa misma jornada mundial de la juventud de 2013, profirió una de sus más famosas exhortaciones:   «Quisiera decir una cosa. ¿Qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? ¡Espero lío! ¿Que acá dentro va a haber lío? ¡Va a haber! ¿Que acá en Río va a haber lío? ¡Va a haber! ¡Pero quiero lío en las diócesis! ¡Quiero que se salga afuera! »[6].

Podría ser un simple desahogo psicológico lleno de errores y malsonancias, como tantos otros a los que se ha entregado Francisco a lo largo de estos años. «Y como de la boca sale lo que del corazón rebosa», ya sería bastante malo.  Pero es aún peor, pues en varias ocasiones, Francisco ha intentado dar a su amor obsesivo por el vacío y el eterno devenir –la nada, en suma- una suerte de justificación teológica, al presentar la paz no como tranquilidad en el orden o en las farragosas páginas de Evangelii Gaudium en torno al  tiempo es superior al espacio, su famoso «principio de acción evangelizadora». También en su  «mantra»  «todo está conectado» y en el «gran misterio» de que «Dios no puede ser Dios sin los hombres»[7] se expresa una suerte de panteísmo negador del principio de contradicción y, por lo tanto, del ser, que trastoca todos los conceptos y busca su contradicción y enajenación[8].  Así, el Logos debe ser aniquilado y convertido en nada y sinrazón. No hay medida racional alguna ya[9], pues «el que busque definiciones no encontrará nada», sino solo la embriaguez de la espontaneidad animal del deseo, disfrazada de «soplo del Espíritu» y de «Dios de las sorpresas», que se contradice y aniquila a sí mismo. La Iglesia de Francisco se asemeja así a una bacante intoxicada que se arroja al abismo desde el pináculo del templo, obedeciendo a Satanás, el mentiroso desde el principio y, por tanto, también negador del ser y del orden metafísico.

  1. Haec omnia tibi dabo, si cadens adoraveris me

«El diablo lo transportó de nuevo a un monte muy elevado: y le mostró todos los reinos del mundo, y su gloria, y le dijo: Te daré todo esto, si postrándote me adorares».

El demonio sabía que Cristo era un hombre religioso y, por tanto, esta tentación no consistía en ofrecerle el poder por el poder. Era, más bien, indicarle un medio para que su mensaje de conversión y amor se difundiese en todo el mundo sin problemas ni obstáculos, solo a cambio de una pequeñísima y absolutamente insignificante concesión: adorar por unos segundos al Demonio.

Contrariamente a lo que algunos eclesiásticos liberales quieren hacernos creer, la persecución romana contra los mártires no obedecía a la «intolerancia religiosa» del imperio. Pas de tout! El imperio romano era un prodigio de libertad religiosa; es más, la estimulaba. En el Panteón, los dioses de todos los pueblos eran adorados. Y, es más, había también agnósticos de tendencia ateizante, como Lucrecio, o  monoteístas filosóficos como Cicerón o Plutarco. Pero todos tenían que ofrecer sacrificios a los dioses del imperio y al genio del emperador, no porque creyesen que estos fuesen en lo particular divinos –nadie lo hacía- sino precisamente para que, en medio de la diversidad religiosa e irreligiosa de la sociedad, se uniesen todos los ciudadanos en un acto ritual que reconociese la superioridad de lo político sobre lo divino o, lo que es lo mismo, la divinización de lo político. La verdad era lo de menos: la conveniencia sociopolítica era todo.

Pero los cristianos tenían la «mala» costumbre, como «restauracionistas» con «visiones estáticas e involutivas» que eran, de no adorar a nada ni a nadie que no fuera verdaderamente Dios, al margen de las supuestas ventajas políticas, sociales, económicas que podía traerles a ellos como individuos o a la sociedad en general.

Queda claro entonces que el fin de la unidad religiosa implica la cada vez mayor omnipotencia del estado que, ante la fragmentación de los vínculos espirituales, busca erguirse como dios mortal, exigiendo la adoración de ordenamientos constitucionales a veces intrínsecamente perversos, pero que se presentan como divinos al considerárseles por la ortodoxia pública estatal como únicos discursos públicos e intersubjetivos válidos superiores a cualquier otro, mientras que las religiones menores quedan reducidas al ámbito de la conciencia.

Así, por ejemplo, los esfuerzos de Pablo VI a través de sus nuncios en muchos lugares del mundo para, inspirado en Dignitatis Humanae, demoler la unidad católica de los estados se enmarcan en esta tentación. ¿Con qué objeto? Con el mismo que la oración de Asís de 1986: la búsqueda de la paz, pero la paz falsa de los falsos profetas.

Asimismo, la «unidad» a la que aspiran los ecumenistas o los interreligiosos es una «unidad en la diversidad», es decir, una unidad no ya doctrinal, pues no se busca la conversión ni el proselitismo. Y fuera de la unidad doctrinal, sólo existe como única unidad posible una unidad política extrínseca: sea en torno a la defensa de la democracia, de  la ecología integral, la protección de la Amazonía, del fin de la deuda externa o de los feminicidos o de la satanocracia del Anticristo. 

En nuestros días, en cambio, esta demonolatría política está mucho menos solapada. Veamos unas declaraciones de monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, paisano y filósofo de Francisco, amén de individuo misterioso, agresivo hasta la canallería y quizá infestado.  Hará cerca de tres años que Lifesitenews lo entrevistó a raíz de la invitación al Vaticano del famoso eugenista, abortista y antihumano Paul Ehrlich, amén de autor del mito pseudocientífico largamente refutado de la bomba demográfica. Allí don Marcelo se despacha a su gusto:

Sorondo: You have to understand that. It is important that you understand that. You are a rational human being and reason must come before prejudices.

LifeSiteNews: Well, I also have a doctorate in philosophy, so…

Sorondo: In what philosophy?

LifeSiteNews: St. Thomas…

Sorondo: So, with reason, St. Thomas spoke about the principle of the “double effect.” What is it?

LifeSite: It’s when a certain action has an effect which the agent of the action had not intended, then this [second] effect, for example, does not fall under a moral judgement.

Sorondo:  Well, that’s a complicated way of saying it. It is easier to say that if an action has two effects, if the positive effect is greater than the negative effect, then you can do it.

LifeSite: No, that’s not the principle of double effect.

Sorondo: Then you have not understood the principle of the double effect. […] You have to form your mind. And you have to understand St. Thomas better.

Como lo explica el entrevistador, el principio de doble efecto implica que el efecto no buscado ni deseado de un acto en principio bueno no  cae bajo un juicio moral, mientras que la «versión» de Sánchez Sorondo implica que uno puede realizar determinado acto si el efecto positivo es mayor al efecto negativo –calculado proporcionalmente por el sujeto, al parecer –  lo que oblitera la idea central de este principio y de toda la moral, que es nunca hacer el mal. Porque, aunque ni Francisco ni Sánchez Sorondo lo crean o acepten, el primer principio de la razón práctica sigue siendo male vitandum bonum faciendum: evitar el mal y hacer el bien.

Así, si postrarse ante la Pachamama y adorarla un rato puede salvar a la Amazonía o acabar con el efecto invernadero (no sabemos cómo, pero pongámonos en el caso), ¿por qué no hacerlo? ¿Quiénes somos para juzgar? Aunque parezca increíble, algunos de los defensores «católicos» de Francisco han esgrimido argumentos semejantes.

Detrás de estas prácticas se encuentra también el viejo maquiavelismo eclesiástico del fin justifica los medios, que tanta ruina ha traído a tantas almas y que ha producido tantas víctimas, especialmente por los encubrimientos de delitos sexuales del clero y demás monstruosidades ad maiorem Dei gloriam.

El maquiavelismo y la demonolatría de Francisco, entendida como un comprometer y subordinar las verdades divinas ante poderes políticos profanos y sus mentiras con fines también profanos, ha tenido tantas manifestaciones que sería infinito enumerarlas. A tal extremo llega su genuflexión ante los poderes de este mundo, que su admirador Barack Obama le otorgó, ante su beneplácito, el título sacrílego de «emperador de la paz», en abierta burla a Nuestro Señor, durante su visita a Estados Unidos[10].

Pero hace no mucho sus verdaderos compromisos se hicieron más que evidentes, por su propia boca: «Las organizaciones internacionales, cuando las reconocemos y les damos la capacidad de juzgar a nivel internacional —pensemos en el Tribunal Internacional de La Haya o en las Naciones Unidas—, cuando se pronuncian, si somos una única humanidad, debemos obedecer. Es cierto que las cosas que parecen justas para toda la humanidad no siempre serán justas para nuestros bolsillos, pero debemos obedecer a las instituciones internacionales»[11].

Aquí tenemos al mismo personaje que reivindica la rebeldía y la libertad contra las «rigideces doctrinales» ahora nos pide que seamos buenos vasallos de organizaciones de legitimidad dudosa que propugnan el aborto y el matrimonio homosexual como «derechos» a ser impuestos y que ven como un bien una gobernanza mundial laicista, calcada de los proyectos de la república universal masónica. ¿Por qué? Simple: porque detesta el Logos, abomina de todo elemento doctrinal y teórico, especialmente si es verdadero; pero, como buen relativista, diviniza toda autoridad política extrínseca dinámica, es decir, revolucionaria, y  pretende convertirla en un sinónimo de la humanidad entera, «excomulgando» de ella a sus disidentes.

¿Cómo responder, entonces, a Francisco? Con la palabra de Dios y diciendo: vade, Satana, scriptum est enim Dominum Deum tuum adorabis et illi soli servies: «Apártate, Satanás. Porque escrito está: Adorarás al Señor, tu Dios y a Él solo servirás».

Quizá algún pudibundo diga que llamar Satán –de manera obviamente metafórica– a Francisco puede ser poco cristiano. Mas recordemos que el mismo Jesucristo llamó Satán a un papa, el mayor y más santo de la historia, porque en una ocasión pensaba como los hombres. Y ya cada vez hay menos pudibundos que siguen a Francisco en sus horrores; los únicos «católicos» que todavía osan defenderlo y se consideran a ellos mismos como ortodoxos o incluso «tradicionales» suelen ser, en su  mayoría, maquiavélicos corrompidos como él.  Pero queda claro que se acerca un ajuste de cuentas divino: Tunc reliquit eum diabolus: et ecce Angeli acceserunt et ministrabant ei.  


[1] Associated Press,  « The Latest: Pope quips “I am the devil” next to John Paul», 22 de septiembre de 2018,  https://apnews.com/9afeed19f502442a9bdb68b7ff15ba36

[2] Leonardo Castellani, «Domingo Primero de Cuaresma (II)», en El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Cristiandad, Madrid, 2011, p. 145

[3] Entrevista con Gerson Camarotti, Globo News, julio de 2013: https://www.youtube.com/watch?v=qzMXjE92ypY&feature=emb_title

[4] Op. cit., p. 145.

[5] «Oportuna la frase dirigida por Platón a Antístenes, que presumía de su desaliño y de su manto lleno de agujeros: “Amigo mío, la vanidad se trasluce por los agujeros de tu manto”» (Carl Grimberg, Historia universal, Tomo 6, «Ocaso político de Grecia», Editora de Publicaciones Gente, Santiago de Chile, 1987,  p.6)

[6] Agencia Zenit, «El papa a los jóvenes argentinos: ¡quiero lío en las diócesis! Más de 30.000 compatriotas esperaban al papa en la Catedral de Río»,  25 de julio de 2013, https://es.zenit.org/articles/el-papa-a-los-jovenes-argentinos-quiero-lio-en-las-diocesis/

[7] Audiencia general de los miércoles, 7 de junio de 2017, https://www.romereports.com/2017/06/07/francisco-en-la-audiencia-general-dios-no-puede-ser-dios-sin-nosotros/

[9] «Un cristiano restauracionista, legalista, que lo quiere todo claro y seguro, no va a encontrar nada. La tradición y la memoria del pasado tienen que ayudarnos a reunir el valor necesario para abrir espacios nuevos a Dios. Aquel que hoy buscase siempre soluciones disciplinares, el que tienda a la “seguridad” doctrinal de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, posee una visión estática e involutiva. Y así la fe se convierte en una ideología entre tantas otras. Por mi parte, tengo una certeza dogmática: Dios está en la vida de toda persona. Dios está en la vida de cada uno» (Entrevista con Antonio Spadaro, La Civiltà Cattolica, 2013).

[10] «Sintonía total entre el presidente de Estados Unidos y el Papa. Francisco respalda la agenda social, internacional y medioambiental de Obama (…). “Usted nos recuerda que el mensaje más poderoso de Dios es la misericordia”, dijo Obama, que recordó la simpatía del Papa “hacia los marginados, los excluidos, los que sufren y los que buscan redención”, y calificó al Pontífice de “emperador de la paz”»,  El Mundo, «El papa Francisco, recibido con todos los honores en la Casa Blanca», 23 de septiembre de 2015,http://www.elmundo.es/internacional/2015/09/23/5602ae1022601da11f8b458e.html.

[11] «Viaje apostólico de Su Santidad el Papa Francisco a Mozambique, Madagascar y Mauricio (4-10 de septiembre de 2019)». Conferencia de prensa del Santo Padre durante el vuelo de vuelta, martes 10 de septiembre de 2019,

César Félix Sánchez
César Félix Sánchez
Católico, apostólico y romano. Licenciado en literatura, diplomado en historia y magíster en filosofía. Profesor de diversas materias filosóficas e históricas en Arequipa, Perú. Ha escrito artículos en diversos medios digitales e impresos

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