En el momento de escribir estas palabras no han pasado todavía 24 horas de la detonación nuclear irrisoriamente titulada Tratidiones custodes. Me recuerda lo que garabatearon en el revestimiento de Fat Man, la bomba atómica que se arrojó sobre Nagasaki: «¡Salud!» Según un tal Art Josephon de Chicago, eso fue lo que escribió Bergoglio mientras soltaba su bomba sobre un renovamiento litúrgico en rápida expansión encabezado por jóvenes que cada vez pone más de manifiesto la enfermedad terminal que padece la gran distopía eclesial que él preside.
El Novus Ordo ya se moría siguiendo más o menos el ritmo que dicta el índice de mortalidad humano. Pero el proceso de defunción se aceleró vertiginosamente cuando Bergoglio impuso el culto al covid añadiendo su contribución a las injurias al Cuerpo Místico de Cristo acumuladas desde que Pablo VI inició el proceso de autodemolición de la Iglesia que lo dejó llorando en los palacios vaticanos por lo que llamó «una verdadera invasión de la Iglesia por la mentalidad del mundo Bergoglio cerró la basílica de San Pedro a los fieles mientras exigía obediencia a las disparatadas disposiciones de las autoridades civiles que en pocos meses hicieron pedazos el tejido social imponiendo una cuarentena universal equivalente a una especie de toque de queda en Europa Occidental y casi todo el resto de Occidente. Iglesias que ya estaban prácticamente vacías quedaron sin fieles; el precepto dominical suspendido por más de un año; colectas y donativos en mínimos históricos; y muchos feligreses a los que sus pastores cerraron las puertas de sus iglesias Novus Ordo no van a volver. La apostasía silenciosa de la que se lamentaba Juan Pablo II en Ecclesia in Europa ha quedado claramente instituida en templos más desiertos aún de la supuesta gran renovación en esta fase postcovid.
Mientras tanto, y conforme a una especie de ley de Gresham eclesiástica, la liturgia tradicional sigue imponiéndose arrolladoramente sobre el invento de Bugnini, y los jóvenes ávidos de tradición a los trasnochados ideólogos de la revolución conciliar, como el astuto y malicioso político eclesiástico argentino que se cree que por el mero hecho de ocupar el trono de San Pedro se cree investido de poder absoluto sobre todos los bienes la Iglesia que le han sido confiados y hasta sobre la propia verdad revelada (como podemos observar en su total desprecio de lo que dice la revelación divina sobre la indisolubilidad del matrimonio y la justicia de la pena capital).
Como reconoció monseñor Charles Pope ayer en una entrevista que concedió a EWTN, el movimiento a favor de la Misa en latín «es un sector de la Iglesia en auge. Es sabido que en la mayoría de las diócesis las cifras caen en picado. Pero [los tradicionalistas] constituyen un sector joven y vibrante de la Iglesia». Para un papa que considera a la Iglesia como una mafia de la que es jefe (la Cosa Mia*) (*por alusión a la Cosa Nostra, N. del T.), es algo intolerable. A esos jóvenes rígidos, entre los que se incluyen seminaristas y sacerdotes recién ordenados, los ve como un peligro, porque pueden demostrar que la Iglesia postconciliar es algo utópico, una tremenda fachada construida a base de novedades efímeras que irremediablemente dejará paso a lo que siempre fue y será. Como dijo Benedicto en la carta de presentación de Summorum pontificum, «Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser de improviso totalmente prohibido o incluso perjudicial».
Bergoglio no quiere nada de esa mentalidad. La Iglesia es suya y puede disponer de ella a su antojo, y está dispuesto a todo para conseguir lo que quiera de lo que tiene en sus manos. Y lo que quiere es acabar con el movimiento de la Misa Tradicional. Pero eso no sólo exigiría la revocación de Summorum pontificum, sino también del indulto anterior Ecclesia Dei, que dio el impulso inicial al movimiento, y además, nada menos que la abrogación de la propia Misa Tradicional. Sólo con esas medidas podía Bergoglio –o al menos eso espera– cortar de raíz el movimiento para que se muera. Y esas son ni más ni menos las brutales medidas que ha anunciado Bergoglio: hágase como digo, y cúmplase.
De ese modo, haciendo un ridículo supino, el artículo 1 de Tradiciones custodes declara que la Misa aprobada y recibida en tradición desde tiempos inmemoriales en la Iglesia Romana, la Misa de los santos, el cimiento litúrgico de la Cristiandad cuyo Canon Romano es de origen apostólico, consiste exclusivamente a partir de ahora en la nueva Misa:
Art. 1. Los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano.
Una verdadera ridiculez. Entonces, ¿qué pasa ahora para Bergoglio con la Misa Tradicional que codificó San Pío V a perpetuidad? Quiere hacernos creer que la ha abrogado de un plumazo. O, como mínimo, ha sido sustituida por el art. 1. Como explica en la carta que acompaña al motu proprio:
Respondiendo a sus solicitudes, tomo la firme decisión de derogar todas las normas, instrucciones, concesiones y costumbres anteriores a este Motu Proprio, y de conservar los libros litúrgicos promulgados por los Santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, de conformidad con los decretos. del Concilio Vaticano II, como única expresión de la lex orandi del Rito Romano. Me reconforta esta decisión el hecho de que, después del Concilio de Trento, San Pío V también derogó todos los ritos que no podían presumir de una antigüedad probada, estableciendo un único Missale Romanum para toda la Iglesia latina.
La vergonzosa mendacidad de este pontífice llega al colmo una vez más al afirmar que al derogar el rito inmemorial de la Misa sustituyéndolo por una novedad litúrgica que endilgaron a la Iglesia hace apenas cincuenta años, una de cuyas oraciones eucarísticas se redactó en un restaurante, imita el ejemplo de San Pío V, que abrogó las novedades litúrgicas en favor de la Misa de siempre. Si de verdad Bergoglio imitara a San Pío V, abrogaría la Misa nueva, con lo que haría algo mejor que cuando Benedicto restableció el Rito Romano único, y eliminaría ese invento, puramente verbal y que no convence a nadie, de la distinción entre una forma ordinaria y otra extraordinaria de un mismo rito.
Con tan suprema arrogancia, Bregoglio publica sus ambiguas palabras con la ilusión de que lo tomen en serio. Pero claro, son puro papel mojado. El Papa no tiene el menor derecho a derogar el rito de la Misa recibido y aprobado por la Iglesia, y precisamente por eso Benedicto se desvivió por aclarar en Summorum pontificum que Pablo VI nunca lo había hecho. Como escribió el futuro papa Benedicto en el X anivarsario de Ecclesia Dei, «en ningún momento a lo largo de la historia ha abolido ni prohibido la Iglesia usos litúrgicos ortodoxos; sería algo bastante ajeno al espíritu de la Iglesia». Y sin embargo todo el pontificado de Bergoglio ha sido bastante ajeno al espíritu de la Iglesia.
Dejando perfectamente claro que considera la Misa Tradicional letra muerta que tarde o temprano acabará enterrada –la idea en sí no podría parecer más ridícula–, Bergoglio declara a continuación en la carta de presentación que Traditiones custodes no se propone otra cosa que volver a una forma única de celebración, entendiéndose por esto el Novus Ordo, y que todo futuro uso del Misal de 1962 debe estar regido por la necesidad de «volver al rito romano promulgado por los santos Pablo VI y Juan Pablo II; por otro lado, interrumpir la erección de nuevas parroquias personales, vinculadas más al deseo y la voluntad de los sacerdotes individuales que a la necesidad real del «santo pueblo fiel de Dios»».
El resto del motu proprio consiste en una serie de disposiciones destinadas a garantizar la asfixia y a la larga la muerte del movimiento por la liturgia tradicional. Tras notificar a los obispos en el Art.2 que son ellos los encargados de organizar las celebraciones litúrgicas en sus diócesis, incluida la autorización del uso del Misal de 1962, les hace saber en el Art. 3 –con su habitual doblez– que no son ellos los que deciden, sino que deben hacer todo lo que él mande para sofocar lo antes posible la Misa Tradicional. Para ello habrán de tomar las siguientes medidas no sólo para derogar Summorum pontificum, con Benedicto aún vivo, sino incluso buena parte de lo dispuesto en el indulto Ecclesia Dei:
– Promesa de fidelidad a la nueva Misa por parte de todos los grupos que asisten a la Tradicional (§ 1);
– acorralar a los grupos tradicionalistas en centros de culto que no sean parroquias, poniendo fin a toda Misa en latín en parroquias regulares a las que asisten los fieles en general (§ 2);
– no se erigirán más parroquias personales dedicadas a la Misa en latín; con ello se establece un cupo máximo para que no aumente el número de los que se sienten atraídos por la Misa Tradicional (§ 2);
– limitar la celebración de la Misa Tradicional a unos días determinados y exigir que no sólo las lecturas se hagan en lengua vernácula, sino utilizando también las horrendas «traducciones de la Sagrada Escritura para uso litúrgico, aprobada por las respectivas Conferencias Episcopales» (§ 3);
– nombrar a un sacerdote de confianza para que esté a cargo de la Misa Tradicional en la diócesis y la pastoral de los fieles que asisten a ella; es decir, un supervisor que vele por que se obedezca la voluntad de Bergoglio (§ 4);
– evaluar si cada parroquia erigida canónicamente a beneficio de los grupos tradicionalistas es útil para el crecimiento espiritual de los fieles y si la mantiene o no; dicho de otro modo: que las vaya cerrando (§ 5);
– que no se autorice la constitución de nuevos grupos; o sea, prohibir totalmente el crecimiento de movimiento por la Misa Tradicional (§ 6).
Luego viene el artículo 4, que afianza la mortal tenaza con la que Bergoglio inmoviliza a todo sacerdote ordenado a partir de la fecha de publicación de Traditiones custodes (16 de julio de 2021) que quiera celebrar la Misa Tradicional. Los sacerdotes recién ordenados «deberán presentar una solicitud formal al Obispo diocesano que consultará a la Sede Apostólica antes de otorgar la autorización». Todo sacerdote joven que quiera celebrar según el Misal de 1962, no sólo necesitará permiso del obispo sino hasta del Vaticano.
El artículo 5 dispone que los sacerdotes que ya celebren la Misa de siempre «pedirán autorización para seguir haciendo uso de su facultad». Con ello se invita a los obispos hostiles a empezar a revocar esas facultades, eliminando el derecho inherente de todo sacerdote a rezar la Misa Tradicional que garantizaba Summorum pontificum.
Con la mira puesta en la Fraternidad San Pedro, el Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote y otros apostolados de Misa Tradicional «erigidos por la Pontificia Comisión Ecclesia Dei», los artículos 6 y 7 los ponen a todos bajo la jurisdicción de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica juntamente con la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Ambas congregaciones están dirigidas por compinches de Bergoglio hostiles a la Misa de siempre. El destino de los Franciscanos de la Inmaculada es ahora probablemente, y tal vez de forma inminente, el mismo que el de la Fraternidad y las otras órdenes religiosas que celebran la Misa Tradicional, así como de sus seminarios.
Por último, el artículo 8 declara que «Se derogan las normas, instrucciones, concesiones y costumbres precedentes que no cumplan con lo dispuesto en este Motu Proprio». Por costumbre Bergoglio entiende claramente la costumbre inmemorial de celebrar la Misa Tradicional.
Para dar una apariencia de fundamentos pastorales a fin de disimular lo que no es otra cosa que odio a lo que desea destruir, Bergoglio da más muestras de su desmedida soberbia. Con un indignante desprecio a sus dos inmediatos predecesores, declara que el sondeo que realizó a los obispos sobre los grupos de Misa Tradicional –confirmando una vez más una tendencia anterior a Traditiones custodes– señala que fue un error por parte de Juan Pablo II y Benedicto XVI la solicitud que pusieron en atender a los malvados que explotaron el Misal de 1962 con fines nefandos:
«Una posibilidad ofrecida por san Juan Pablo II y con mayor magnanimidad aún por Benedicto XVI para recomponer la unidad del cuerpo eclesial en relación con las diversas sensibilidades litúrgicas sirvió para aumentar distancias, endurecer diferencias, construir contrastes que hieren a la Iglesia y se obstaculizar su avance, exponiéndola al riesgo de divisiones.»
Tras mencionar de pasada la abominable situación de la nueva liturgia, que no piensa hacer lo más mínimo por corregir, Bergoglio cita una vaga culpa mediante una asociación igual de vaga como única justificación en que basar su orden de someter a una férrea cuarentena la liturgia tradicional como preludio a su lenta agonía:
«Me entristece un uso instrumental del Missale Romanum de 1962, cada vez más caracterizado por un creciente rechazo no solo a la reforma litúrgica, sino al Concilio Vaticano II, con la afirmación infundada e insostenible de que ha traicionado la Tradición y la «verdad Iglesia «. Si es cierto que el camino de la Iglesia debe entenderse en el dinamismo de la Tradición, “que nace de los Apóstoles y que avanza en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo” (DV 8), el Concilio Vaticano II constituye el etapa más importante de este dinamismo, recientemente, en la que el episcopado católico escuchó para discernir el camino que el Espíritu indicaba a la Iglesia. Dudar del Concilio significa dudar de las intenciones mismas de los Padres,[14] y, en definitiva, dudar del mismo Espíritu Santo que guía a la Iglesia.»
Así pues, es necesario confinar y a la larga extinguir la Misa en latín porque algunos de los fieles que asisten a ella –da igual quiénes o cuántos– dudan del Concilio. No de alguna doctrina particular del Concilio, que nunca es posible identificar en concreto, sino del Concilio en sí como un acto trascendental cuya esencia es preciso intuir de un modo gnóstico como el camino que el Espíritu Santo ha señalado a la Iglesia. El gran Romano Amerio explica que esa vaga oscuridad de la Fe que supera toda doctrina, dogma y costumbre es una proliferación de circiterismos de la mentalidad postconciliar:
«Un procedimiento común en la argumentación de los innovadores es el circiterismo: consiste en referirse a un término indistinto y confuso como si fuese algo sólido e incuestionable, y extraer o excluir de él el elemento que interesa extraer o excluir. Tal es por ejemplo el término espíritu del Concilio o incluso el de Concilio».
O sea, que no se debe dudar del Concilio. Como Bergoglio asocia el dudar del Concilio con el Misal de 1962, al cual desprecia, nada más por ese motivo la Misa en latín tiene que emprender un corto camino hacia la extinción para que la Iglesia pueda proseguir el largo camino del Concilio, que no es otra cosa que un continuo dictado del Espíritu Santo. La herejía se redefine como una duda pertinaz sobre el Concilio en la que se incurre después del Bautismo en vez de sobre un artículo de fe católica y divina. Y la unidad de la Iglesia consiste en una mera adhesión al Concilio en el sentido en que lo interpretan los que saben.
Así pues, en tanto que no se dude del Concilio habrá unidad y la Iglesia estará bien. En base a ello, sólo hay que tratar con severidad a los rígidos partidarios de la tradición litúrgica latina y sus intolerables dudas sobre el Concilio. «Para salvaguardar la unidad del Cuerpo de Cristo, me veo en la obligación de revocar las facultades que concedieron mis predecesores». Pero en cambio no se salvaguarda la unidad del Cuerpo de Cristo ante ataques contra los fundamentos mismos de la Fe, que tienen sin cuidado a Bergoglio, como ha dejado claro en sus innumerables diatribas contra los rígidos. Lo cierto es que Bergoglio no ve la menor relación entre la falta de unión en la Iglesia y la Misa nueva, en cuya menguante grey, que incluye a gente como Biden y Pelosi, cada vez son más los que disienten de muchas enseñanzas de la Iglesia sobre fe y costumbres entre las que se cuentan algunos de los preceptos más elementales de la ley natural.
La persecución que quería desatar Bergoglio contra los partidarios de la Misa de siempre ha empezado en menos de un día, como podemos ver aquí y aquí, y será mucho peor la que habrá de venir de los prelados hostiles y de los colaboradores de los que se ha rodeado con mucho cuidado Bergoglio en el aparato vaticano. Pero hay buenos motivos para albergar esperanzas de que en esta brutalidad cometida por un déspota revanchista le salga el tiro por la culata, como suele sucederles a los dictadores en sus excesos. Para empezar, se ven indicios de que hay obispos comprensivos que opondrán resistencia pasiva a un tirano que lleva ocho años burlándose del oficio petrino y abusando de su poder un dictadorzuelo de república bananera. Al igual que los fieles, también se han hartado de él.
De hecho, es posible que Bergoglio se arrepienta algún día de haber promulgado Traditiones custodes. Porque al declarar la guerra a la Misa de siempre, una guerra que no puede ganar, no sólo ha abierto las hostilidades contra los fieles que están en la Tierra sino también contra la Comunión de los Santos que han sido elevados a los altares, entre ellos nada menos que el pontífice con el que Bergoglio tuvo la osadía de compararse al pretender revocar la mismísima Misa que aquel gran papa blindó contra los ataques de intrusos profanos;
«En nombre de Nuestra Autoridad Apostólica, Nos concedemos y acordamos que este mismo Misal podrá ser seguido en totalidad en la misa cantada o leída en todas las iglesias, sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en ningún castigo, condenación o censura y que podrá válidamente usarse, libre y lícitamente y esto a perpetuidad. (…) jamás nadie, quienquiera que sea podrá contrariarles o forzarles a cambiar de misal o a anular la presente intrusión o a modificarla , sino que ella estará siempre en vigor y válida con toda su fuerza, no obstante las decisiones anteriores (…)
»Que absolutamente nadie, por consiguiente, pueda anular esta página que expresa Nuestro permiso, Nuestra decisión, Nuestro mandamiento, Nuestro precepto, Nuestra concesión, Nuestro indulto, Nuestra declaración, Nuestro decreto y Nuestra prohibición ni ose temerariamente ir en contra de estar disposiciones. Si, sin embargo, alguien se permitiesen una tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios Todopoderoso y sus bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo.»
¡San Pío V, ruega por nosotros! ¡Santos Pedro y Pablo, promulgad la censura del Cielo!
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)