Ya corría la voz sobre la noticia de la que ahora adelantamos, pero nos ha llegado la confirmación por vía confidencial a través de algunos obispos que han recibido una parte, no la totalidad, de la exhortación apostólica postsinodal del papa Francisco sobre el Sínodo para la Amazonía. Dicha parte reproduce literalmente lo que dice el párrafo 111 aprobado en el texto de conclusión del Sínodo:
«Muchas de las comunidades eclesiales del territorio amazónico tienen enormes dificultades para acceder a la Eucaristía. En ocasiones pasan no sólo meses sino, incluso, varios años antes de que un sacerdote pueda regresar a una comunidad para celebrar la Eucaristía, ofrecer el sacramento de la reconciliación o ungir a los enfermos de la comunidad.
»Apreciamos el celibato como un don de Dios en la medida que este don permite al discípulo misionero, ordenado al presbiterado, dedicarse plenamente al servicio del Pueblo Santo de Dios. Estimula la caridad pastoral y rezamos para que haya muchas vocaciones que vivan el sacerdocio célibe. Sabemos que esta disciplina “no es exigida por la naturaleza misma del sacerdocio” (PO 16), aunque tiene muchas razones de conveniencia con el mismo. En su encíclica sobre el celibato sacerdotal san Pablo VI mantuvo esta ley y expuso motivaciones teológicas, espirituales y pastorales que la sustentan. En 1992, la Exhortación Apostólica postsinodal de san Juan Pablo II sobre la formación sacerdotal confirmó esta tradición en la Iglesia latina (cf. PDV 29). Considerando que la legítima diversidad no daña la comunión y la unidad de la Iglesia, sino que la manifiesta y sirve (cf. LG 13; OE 6), lo que da testimonio de la pluralidad de ritos y disciplinas existentes, proponemos establecer criterios y disposiciones de parte de la autoridad competente, en el marco de la Lumen Gentium 26, de ordenar sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad, que tengan un diaconado permanente fecundo y reciban una formación adecuada para el presbiterado, pudiendo tener familia legítimamente constituída y estable, para sostener la vida de la comunidad cristiana mediante la predicación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos en las zonas más remotas de la región amazónica.»
Así pues, ha quedado abierta la puerta. No hay razón ya para prohibir en otras zonas del mundo lo que ya se permite en algunas regiones de la Amazonía. Los prelados alemanes, y no sólo ellos, están dispuestos a ampliar el acceso al presbiterado a hombres casados a los que las autoridades competentes consideren aptos. Lo que se ha liquidado no es sólo una disciplina eclesiástica mudable, sino una ley de la Iglesia basada en un precepto de origen divino y apostólico.
Hace cincuenta años, en el simposio de obispos europeos que se celebró en Coira en julio de 1969, el cardenal Leo-Joseph Suenens, en su conferencia de clausura, leyó un llamamiento de Han Küng a suprimir el celibato sacerdotal. Petición que es coherente con el papel que la teología progresista reconoce a la sexualidad: el de ser un instinto que el hombre no debe reprimir mediante la ascesis, sino liberar para encontrar así en el sexo una forma de realizarse como persona humana. Desde entonces, dicho pedido se ha ampliado y ha corrido parejas con el proceso de secularización y autodemolición de la Iglesia.
La verdad es que la vulneración del celibato y la simonía han sido siempre las grandes plagas que han aquejado el Cuerpo Místico de Cristo en tiempos de crisis, mientras que la exhortación a la continencia y la pobreza han sido la señal distintiva de los grandes santos reformadores. En los próximos días de febrero, los antirreformistas no serán como en tantos otros casos uno o varios obispos, sino el propio Sucesor de San Pedro.
El celibato eclesiástico es una gloria de la Iglesia, y lo que él ha denigrado es la voluntad del propio Cristo, transmitida desde los Apóstoles hasta nuestros días. ¿Es posible que los católicos permanezcan callados ante semejante escándalo?
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)