La Herejía del “Discernimiento”

[Foto: Bergoglio delibera con el jefe de sus co-conspiradores]

Visto puramente desde el punto de vista de la historia eclesiástica, el pontificado de Bergoglio es una anomalía fascinante. Nunca antes había visto la Iglesia un Papa ciegamente empecinado en derrocar en la práctica los preceptos negativos y universalmente aplicables de la ley moral natural, comenzando con No Cometerás Adulterio.

Resulta bastante fácil demostrar que el resto de su pontificado es una mera continuación de la trayectoria establecida durante y con posterioridad al Concilio Vaticano II, el que brindó la apertura decisiva para el levantamiento neo-modernista que convulsionó a la Iglesia desde entonces. Como ya mencioné aquí antes, el ecumenismo rampante de Bergoglio, su desprecio a la tradición litúrgica, sus ataques demagógicos a los “rigoristas”, su indiferentismo religioso, su búsqueda del interminable e infructuoso “diálogo” con los enemigos implacables de la Iglesia, y su preocupación por temas sociales y políticos fuera del alcance del Magisterio, difieren de la línea de sus predecesores inmediatos, al menos en intensidad.

Pero como mencioné en aquella ocasión (sepa perdonarme el lector por citarme a mí mismo):

…hay una diferencia verdaderamente sustancial entre Francisco y los otros Papas conciliares. Todos sabemos lo que es: el asombroso e implacable intento de Francisco para subvertir en el nombre de la “misericordia”, la enseñanza de la Iglesia y la disciplina sacramental sobre el matrimonio, la familia y la moral sexual en general. Es Francisco solo –desestimando la enseñanza contraria, incluso de sus dos predecesores inmediatos-  que ha puesto en marcha la “batalla final” de la que sor Lucía de Fátima, hablando a la luz del tercer secreto, advirtió al cardenal Caffarra… Es aquí, con Francisco, donde encontramos algo realmente nuevo y aterrador, incluso en medio de lo que el cardenal Ratzinger admitió es un “proceso continuo de decadencia” desde el Concilio.

Esta nueva y aterradora novedad Bergogliana se reduce a una única y subversiva pseudo-doctrina que se une a las otras (por ejemplo el “diálogo,” “ecumenismo,” “colegialidad”) que proliferaron en la Iglesia desde el Concilio. Y como las otras pseudo-doctrinas, puede reducirse a su vez a una única palabra operante, con consecuencias inmensas pero jamás explicadas abiertamente: “discernimiento.”

Habiendo extraído el término de su contexto en Familiaris consortio, n. 84 de Juan Pablo II — el cual reafirma la enseñanza inmutable de la Iglesia que sostiene que los adúlteros en “segundas nupcias” no pueden ser absueltos ni recibir la sagrada comunión sin haber enmendado su vida — Bergoglio, con la promulgación de Amoris Laetitia (AL), amplió su significado con un marco práctico que introduce la ética casuística en la enseñanza moral de la Iglesia y la praxis, contradiciendo rotundamente por lo tanto, a Juan Pablo. Pero—debemos decirlo— el uso engañoso de la terminología de sus predecesores le permite a Bergoglio afirmar la “continuidad” con cada Papa cuya enseñanza él busca invalidar.

Mientras que Juan Pablo II habló de “discernimiento” en el contexto de lidiar pastoralmente con quienes, por haberse divorciado y vuelto a casar, no pueden ser admitidos a los sacramentos pero se encuentran en diferentes grados de culpabilidad respecto a su situación, Bergoglio torna el concepto en un programa pastoral para admitirlos precisamente a los sacramentos si bien continúan manteniendo relaciones sexuales adúlteras. Con su carta a los obispos de Buenos Aires, confirmando que interpretaron AL correctamente permitiendo precisamente ese resultado —bajo la restricción ilusoria de “circunstancias complejas”— Bergoglio no deja duda alguna de su intención.

De ahí la carta de los cuatro cardenales y la dubia que presenta un reto directo al ataque de Bergoglio al orden moral. Como reconocen los cardenales, AL implica mucho más que “una cuestión práctica sobre los divorciados vueltos a casar,” sino también preguntas que “tratan temas fundamentales de la vida cristiana.”

Las implicancias completas del “discernimiento” son descritas con astuta ambigüedad en los párrafos 303-304 de AL:

Esa conciencia puede reconocer no sólo que una situación no responde  objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo. De todos modos, recordemos que este discernimiento es dinámico, y debe permanecer siempre abierto a nuevas etapas de crecimiento y a nuevas decisiones que permitan realizar el ideal de manera más plena.

Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano.

Por primera vez en la historia de la Iglesia, un Papa osa proponer que un precepto negativo de la ley natural es una mera “norma general o ley” que representa tan solo un “objetivo ideal” para la conducta humana,  y que la fidelidad a Dios no es inconsistente con la desobediencia de un precepto—por ejemplo, No Cometerás Adulterio—dada la “complejidad concreta de los límites” y la “existencia concreta” de cada individuo según el “discernimiento” del sacerdote local o el obispo. En resumen, por primera vez en la historia de la Iglesia, un Papa aboga por la práctica pastoral de la ética casuística: lo que es adulterio para Juan puede no ser adulterio para Sara; todo depende de la “complejidad” de sus respectivos “límites” que deben ser “discernidos” en cada situación particular.

Por lo tanto, los cuatro cardenales desean que Francisco responda por sí o por no la siguiente pregunta, entre las cinco que le presentaron:

Después de la publicación de la exhortación post-sinodal Amoris Laetitia (cf. n. 304), ¿Debemos seguir considerando válida la enseñanza de la encíclica de Juan Pablo II, Veritatis Splendor n.79, basada en las sagradas escrituras y en la tradición de la Iglesia, sobre la existencia de normas morales absolutas que son obligatorias sin excepción y que prohíben los actos intrínsecamente malos?

El silencio de Bergoglio frente a esta pregunta es un trueno que resonará en la historia hasta el fin de los tiempos. No puede responder a la pregunta porque la respuesta, dada honestamente, lo condenaría como hereje. Bergoglio realmente piensa y quiere que la Iglesia piense que las leyes morales son meras normas de las que uno puede ser excusado según las circunstancias. Esta es, sencillamente, otra manera de decir que no cree que realmente exista algo tal como el pecado mortal—al menos cuando se trata de comportamiento sexual. Para él hay, tan solo, diversas desviaciones aceptables de la “norma general” y del “ideal objetivo”. En la visión de Bergoglio, los preceptos negativos de la ley natural se convertirían en puntos de referencia, no mandamientos divinos que no admiten excepciones. Dejarían de tener el carácter de ley verdadera y obligatoria. Los mandamientos prohibitivos serían revocados, de no ser enteramente abolidos, por una anotación de Bergoglio en el Evangelio.

Mientras continúa intentando esconder su plan nefasto detrás de un muro de silencio, a la vez que sus subordinados intentan implementarlo, los co-conspiradores de Bergoglio confirman el objeto de la conspiración. Basta un ejemplo—el de su confidente jesuita más cercano, Antonio Spadaro. Tal como lo reveló Spadaro en una sesión de preguntas y respuestas con Religion News Service: 

Él reconoce que el problema central en “Amoris Laetitia” no es un problema dogmático. No lo es – no es un problema dogmático.

El problema es que la iglesia debe aprender a aplicar mejor la práctica del discernimiento y más profundamente, no aplicar solamente normas de igual manera para todos. La iglesia debe estar atenta a la vida de las personas, su camino en la fe y a la manera en la que Dios obra en cada persona. Por eso un sacerdote no puede ser sacerdote si aplica normas generales a personas en individual. La iglesia debe crecer en el discernimiento. Ese también sería uno de los temas más importantes del próximo sínodo….

No sé si ellos [los cuatro cardenales] critican el discernimiento. Solo sé que el Papa dijo que la vida no es blanco o negro. Es gris. Hay muchos matices, y nosotros debemos discernir los matices.

Ese es el significado de la encarnación – el Señor se hizo carne, lo que significa que estamos involucrados con la verdadera humanidad, que nunca está fija o demasiado clara. Por eso el sacerdote tiene que entrar en la verdadera dinámica de la vida humana. Este es el mensaje de la misericordia. El discernimiento y la misericordia son los dos grandes pilares de este pontificado.

Ahí lo tenemos, en boca del “portavoz” del Papa (una descripción que Spadaro niega incluso cuando está llevando a cabo esta función). De acuerdo con Bergoglio “la Iglesia debe aprender” de  él—¡por primera vez en 2.000 años! —que no puede “aplicar normas de igual manera para todos,” que un sacerdote “no puede ser sacerdote si aplica normas generales a personas de manera individual” y que “la vida no es negro o blanco. Es gris.” Es decir, la Iglesia debe aprender a practicar la ética casuística, aplicando los preceptos negativos de la ley natural de manera diferente para cada persona dependiendo del “discernimiento” de sus circunstancias.

Con una retórica tan sutil como los halagos de un vendedor de autos usados, Spadaro se atreve a fundar el error de Bergoglio en la encarnación, afirmando risiblemente que el Dios encarnado representa una humanidad que “nunca está fija o demasiado clara”, sugiriendo que aplicar la enseñanza moral de Cristo nunca está “fija o demasiado clara”. Bergoglio confía en su engañador eclesiástico, lleno de cuentas de Twitter, para engañar a los fieles para que acepten la blasfemia y el relativismo moral como enseñanza del auténtico Magisterio.

¿Qué es esto sino el resurgimiento de la herejía gnóstica que surgió de una manera u otra a lo largo de la historia de la Iglesia? Es el Gnosticismo de los fariseos, que aseguraban tener un conocimiento especial— un “discernimiento,” en realidad—respecto a la aplicación de la ley de Dios a “circunstancias complejas” tales como el divorcio y las pretensiones de casarse nuevamente. El Papa que incesantemente condena el fariseísmo—de los que defienden la enseñanza de Nuestro Señor contra la tolerancia del divorcio por parte de los fariseos—se convierte en el líder de un movimiento neo-farisaico. Los adeptos de este movimiento pretenden “discernir” de acuerdo a su percepción superior, qué adúlteros, qué concubinos, y ciertamente qué practicantes de la sodomía en “uniones homosexuales”, están en estado de gracia y se les puede permitir recibir la sagrada comunión, y a cuáles de estos pecadores objetivos, por otro lado, se les deben seguir negando los sacramentos. ¿Pero cuáles son los criterios para este “discernimiento”? No los hay. Solo está la gnosis del que discierne, del que tiene el conocimiento.

La nueva era del “discernimiento” ha sido revelada—así nos lo dice el neo-fariseo—por un “Dios de las sorpresas” bastante parecido al Dios que nunca falló en decirles a los fariseos exactamente lo que ellos querían escuchar. Es el Dios de los guardianes de la gnosis en constante evolución, que siempre saben mejor que los simples fieles, lo que Dios nos pide “hoy”, acusando a su oposición católica ortodoxa de “rigorista” y de ser exactamente lo que en realidad son ellos. Tal como observó el obispo Athanasius Schneider sobre estos neo-fariseos (sin nombrar a su líder), ellos:

tratan de legitimar su infidelidad a las palabras de Cristo valiéndose de argumentos como “necesidades pastorales”, “misericordia”, “apertura al Espíritu Santo”. Por otra parte, no tienen ni miedo ni escrúpulos de pervertir de manera Gnóstica el verdadero significado de estas palabras etiquetando a su vez a aquellos que se les oponen y defienden el mandamiento Divino inmutable y la verdadera tradición no-humana como rígidos, escrupulosos y tradicionalistas. Durante la gran crisis Arriana en el siglo IV los defensores de la Divinidad del Hijo de Dios fueron tachados también de “intransigentes” y “tradicionalistas”.

El “Dios de las sorpresas” es simplemente el Dios de la apostasía silenciosa, del tiempo en que las personas “no soportarán más la sana doctrina, antes bien con prurito de oír se amontonarán maestros con arreglo a sus concupiscencias. Apartarán de la verdad el oído, pero se volverán a las fábulas”. (2 Tim 4, 3-4). Y el autor de estas fábulas, como siempre, es un hombre disfrazado de Dios.

¿Pero quién podría haber imaginado que el jefe de los fabuladores se sentaría en la Silla de Pedro? ¿Quién podría haber anticipado que un día habría un Papa que observa un silencio sepulcral—quebrado solo por una mezquina inventiva contra sus cuestionadores—cuando le preguntan si realmente pretende hacer colapsar el orden moral? ¿Quién habría pensado que un Papa se involucraría incansablemente en poner fin a la misión salvífica de la Iglesia haciendo que ésta consienta a ser no más que otra de las organizaciones religiosas que ha tenido la muerte del espíritu sexual contemporáneo?

En un artículo sobre el surgimiento de la oposición católica frente a sus designios descabellados, reportaron que Bergoglio parece haber admitido a los miembros de su círculo íntimo que “No descartaría que pase a la historia como el que dividió a la Iglesia Católica.” Con Bergoglio, por su confesión propia, nos enfrentamos a la posibilidad de que se realice el escenario hipotético de un Papa cismático, como el que discutieron el gran Suarez y otros teólogos, o al menos un Papa que es causa de cisma. Ciertamente no hay señal de que Bergoglio desee evadir el cisma que está provocando, o que tenga alguna intención de cambiar el rumbo que le otorgaría un lugar vergonzoso en la historia. Parece en cambio, estar orgulloso del efecto que provoca en la Iglesia, un testamento al poder de su “visión” vanagloriosa o “sueño” de una “Iglesia de Misericordia” que él parece creer que no existía antes de su llegada desde la Arquidiócesis de Buenos Aires, la que dejó hecha trizas (¿Será un irónico giro del cielo el que Bergoglio tenga el mismo número de sílabas y rime perfectamente con orgoglio, la palabra italiana para orgullo?)

El cardenal Walter Brandmuller, uno de los cuatro que presentaron la dubia, declaró apropiada y valientemente que “Quien piensa que el adulterio persistente y la recepción de la Sagrada Comunión son compatibles es un hereje y promueve el cisma.” El hombre de Argentina puede llegar a tener éxito en ser el Papa que dividió a la Iglesia, pero ni siquiera un Papa puede derrotarla. Si sucediera, la Iglesia se recuperaría del cisma Bergogliano ya que el Espíritu Santo asegura infaliblemente la promesa de Cristo por la intercesión de la Mediadora de Todas las Gracias.

Pero debe decirse esto acerca del papa Bergoglio, no sea que atribuyamos injustamente a sus predecesores su propia y singular contribución a la crisis post-conciliar: ningún documento del Concilio, y ningún Papa desde entonces ha llegado a sugerir una eliminación práctica de la distinción entre el bien y el mal de la ley moral natural que está escrita en el corazón de cada hombre. Al propagar la herejía del “discernimiento”, Jorge Mario Bergoglio se queda solo, separado de todos los romanos pontífices. Solo en la singularidad de su escándalo.

Christopher A. Ferrara

(Traducción de Marilina Manteiga. Artículo original)

Christopher A. Ferrara
Christopher A. Ferrarahttp://remnantnewspaper.com/
Presidente y consejero principal de American Catholic Lawyers Inc. El señor Ferrara ha estado al frente de la defensa legal de personas pro-vida durante casi un cuarto de siglo. Colaboró con el equipo legal en defensa de víctimas famosas de la cultura de la muerte tales como Terri Schiavo, y se ha distinguido como abogado de derechos civiles católicos. El señor Ferrara ha sido un columnista principal en The Remnant desde el año 2000 y ha escrito varios libros publicados por The Remnant Press, que incluyen el bestseller The Great Façade. Junto con su mujer Wendy, vive en Richmond, Virginia.

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