En la silente y solitaria cumbre del Hermón, el Cuerpo Santísimo de Cristo, nimbado de gloria y de luz, da cumplimiento al Salmo 103: “¡Dios mío, qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto”.
En la silente y solitaria cumbre del Hermón, el Cuerpo Santísimo de Cristo, nimbado de gloria y de luz, da cumplimiento al Salmo 103: “¡Dios mío, qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto”.