En el Evangelio refiere san Lucas un milagro que hizo Cristo nuestro Señor, dando salud a diez leprosos, de los cuales uno solo, y extranjero, le dio gracias por el beneficio recibido.
Punto primero. Considera cómo andaba Cristo por el mundo, no solamente alumbrándole con la luz de su doctrina, sino sanando a los enfermos y haciendo bien a todos, así en el alma como en el cuerpo. Gózate de tener tal Redentor y tal maestro, que en todos tiempos y lugares no cese de hacer bien a los hombres, y ponte a vista de los rayos de este divino sol de justicia, y pídele que te bañe con ellos y te dé luz en el alma, salud y fuerzas en el cuerpo para servirle.
Punto II. Considera cómo viéndose estos leprosos llagados, buscaron al médico celestial y pusieron toda diligencia para que los curase: y avergüénzate tú de ver que son los hombres más diligentes en buscar la salud para sus cuerpos que tú en buscar la tuya para tu alma: vuelve los ojos a ti mismo y reconoce la lepra que padeces y la necesidad que tienes de médico que te cure, y busca con diligencia al Señor, que es el verdadero médico de quien nos viene la salud espiritual y corporal, y pídele que te cure de tus dolencias, y que te dé su gracia para no tomar a ellas.
Punto III. Considera la benignidad con que recibió el Salvador a estos diez leprosos: pondera la respuesta que les dio, que aunque no parecía de salud lo fue y la alcanzaron por ella. Saca de aquí firmes propósitos de recibir con benignidad a los pobres y curar los leprosos y enfermos con amor, a ejemplo de Cristo. Mira cuántos hay en el pueblo que padecen por no haber quien los cure, y dedícate a curarlos, así los que padecen la lepra en el cuerpo, como los que la padecen en el alma, que es mayor enfermedad.
Punto IV. Considera cómo de diez que alcanzaron salud uno solo vino a dar gracias a Cristo, y los nueve se olvidaron luego del beneficio recibido. Llora la ingratitud de los hombres, pues estando recibiendo el beneficio, se están olvidando de él, y son sin cuenta más los ingratos que los agradecidos, y llora su perdición y engrandece la piedad de Dios que nunca cesa de hacer a todos bien, y hace que salga el sol sobre los ingratos como sobre los agradecidos, y llueve igualmente sobre los malos y los buenos, y sustenta a los injustos como a los justos: propón desde luego no ser tú de los injustos y desagradecidos: pídele a Dios gracia para ser de los pocos e imitar a este uno que vino con gran voz a darle gracias a Cristo por el beneficio recibido.
Padre Alonso de Andrade S.J