Nota del editor: Lo que sigue podría desdoblarse en un modelo de carta para los sacerdotes que serán forzados a desobedecer una orden injusta en el futuro próximo. Se les ordenará que cesen de ofrecer la Misa tradicional en latín y muchos de ellos desobedecerán. Pero esto no ha de ser necesariamente un acto desafiante contra sus obispos. El malo aquí es el Papa Francisco. Él es quien ha emitido órdenes que ponen a los obispos en una situación difícil. Y esta desobediencia tampoco debería verse como permanente. La situación bajo Francisco es completamente insostenible y, cuando Dios quiera, la Misa tradicional será restaurada, al igual que ocurrió en los años 1970 cuando la Misa en latín fue “abrogada”, “proscrita” y “no habría de volver nunca”. Ninguna fuerza terrena puede destruir la Misa en latín, ni siquiera una apisonadora jesuita como Francisco. Por favor, comparta esta carta con sus sacerdotes para que todos juntos podamos prepararnos para lo inevitable. Y recuerde: todo esto ha sucedido ya antes. Dios se ocupa. MJM.
Su Excelencia,
Alabado sea Jesucristo ahora y siempre. Como uno de los sacerdotes más leales de su Excelencia ―que siempre ha intentado honrar a su Iglesia, obedecer a su obispo y adorar a su Dios― nunca imaginé tener que hacer lo que estoy a punto de hacer y sinceramente siento mucho la decepción que pueda causar.
Tras mucha oración, estudio y consideración, me encuentro obligado en conciencia a declarar mi intención de desobedecer su orden de dejar de ofrecer la Misa en latín.
Me doy cuenta de que su Excelencia está en una posición difícil y que también usted sigue los dictados de su conciencia, en lo que concierne al motu proprio del Santo Padre Traditionis Custodes. Pero he sopesado mi deber ante Dios contra mi promesa de obedecer… y ha ganado Dios. Según lo veo yo, acatar una orden tan injusta podría bien llegar al nivel de agravio al mismo Dios omnipotente.
Pero he de ser claro: no pretendo faltarle al respeto, menos cuestionar su legítima autoridad sobre mí como simple sacerdote. Esto es para mí una cuestión de conciencia y la razón por la que no puedo obedecer tiene que todo ver con la crisis de la Iglesia y nada que ver con ninguna falta de respeto hacia usted.
Ante Dios no tengo elección. Veo a muchos católicos perder la esperanza debido a los escándalos sexuales, financieros y doctrinales que recorren la cadena de mando entera. Los pocos que quedan apenas se sostienen. Muchos se habrían ido ya si no fuera por la Forma Extraordinaria, que de algún modo, por la gracia de Dios, habla a sus corazones rotos y tranquiliza sus almas maltrechas.
¿Cómo podemos quitárselo? ¿No han sufrido lo suficiente? Esta es la única misa que los jóvenes de mi parroquia han conocido. Les une no sólo con los católicos de todo el mundo, sino también con sus antepasados. Les sostiene. Les aúpa, les inspira y les ayuda a crecer más cerca de Dios.
Nuestra Iglesia se basa en la fe y en la razón, pero ¿cómo no ha de ser esto en detrimento de la fe? ¿Y cómo no es completamente irracional? No puedo aceptar que Dios desee que cooperemos con una persecución tan cruel de tan fieles católicos. E, incluso si significa que he de perder mi posición y sustento durante un tiempo, por lo menos no tendré las almas de sus hijos sobre mi conciencia. Los conozco. Veo cuánto aman a Dios y a la Iglesia y a los ángeles y a los santos. No les voy a hacer esto. No puedo traicionarles.
Además, ¿qué les ocurrirá cuando les quitemos la misa a la que acuden ciertamente todos los domingos y también la mayoría de los días de semana? Los dos sabemos que la vasta mayoría de los católicos de nuestra diócesis ya ni van a la misa dominical. No, no puedo formar parte de este escándalo.
Rezo por que entienda mi crisis de conciencia, incluso si discrepa de mi decisión de seguir ofreciendo la Misa tradicional. Es usted mi obispo, Francisco es mi Papa, y rezaré por ustedes dos en todas las misas que ofrezca, del mismo modo que ruego a nuestro Dios misericordioso para que acorte este tiempo de tribulación para todos nosotros.
Con gran dolor y sincero afecto,
Padre X
Traducido por Natalia Martín, Artículo original