Para crecer en santidad (VI). Los pilares: El sacrificio

Otro de los pilares fundamentales de la vida espiritual es el sacrificio. Hay multitud de frases en el Nuevo Testamento que nos confirman la necesidad e importancia del sacrificio en la vida de cualquier cristiano. Mostremos algunas de ellas:

  • “Hay demonios que no se echan sino con oración y sacrificio” (Mt 17:21).
  • El sacrificio no es sino la otra cara del amor. No en vano dijo el Señor: “Nadie demuestra mayor amor que aquél que da la vida por sus amigos” (Jn 15:13).
  • Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere no da fruto, pero si muere da mucho fruto” (Jn 12:24).
  • “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Mt 16:24).
  • “Porque el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden, pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios” (1Cor 1:18).
  • “¡Que yo nunca me gloríe más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo!” (Gal 6:14)
  • “Porque muchos -esos de quienes con frecuencia os hablaba y os hablo ahora llorando- se comportan como enemigos de la cruz de Cristo” (Fil 3:18).
  • “No os olvidéis de hacer el bien y de compartir lo vuestro, porque Dios se complace en esa clase de sacrificios” (Heb 13:16) .
  • “También vosotros -como piedras vivas- sois edificados como edificio espiritual para un sacerdocio santo, con el fin de ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pe 2:5).
  • El mismo Dios testifica el valor del sacrificio y su amor por nosotros a través de la entrega de su propio Hijo: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”(Jn 3:16).

El sentido cristiano del sacrificio y del sufrimiento

El sacrificio cristiano no tiene nada que ver con el masoquismo. Se dice que una persona es masoquista cuando obtiene placer a través del sufrimiento o dolor propios. El sacrificio cristiano tiene su origen en el amor a Cristo, y a nuestros hermanos por amor a Cristo. De este amor es de donde adquiere su significado; de tal modo que un sacrificio sin amor no es propiamente cristiano.

El sacrificio tiene su origen en la necesidad que tiene el cristiano de compartir la vida del Amado (Col 1:24). Es imposible encontrar a Cristo si se huye de la cruz. Hace años oí a alguien decir una frase, que aunque suena bastante cursi, no deja de ser verdadera: “El que busca a Cristo sin la cruz, se encuentra la cruz sin Cristo”.

El sacrificio por amor, compacta, autentifica y da solidez a las demás virtudes.

En cuanto a las cruces que hemos de cargar, hemos de distinguir tres tipos de cruces: las que Dios nos manda, las que nosotros cogemos voluntariamente y las que tenemos que cargar como consecuencia de nuestros vicios y pecados (P. ej.: una persona que contrae una enfermedad pulmonar como consecuencia de fumar). Aunque en realidad no importa mucho cuál sea el origen de la cruz que tengamos que llevar ya que siempre se puede transformar en medio de santificación si se lleva con amor.

Con bastante frecuencia cuando voy a visitar a enfermos que están postrados oigo quejas como éstas: “si no fuera por este dolor de espaldas que me está matando”, “lo único que le pido al Señor es que pueda andar”o cosas parecidas. Precisamente ésa es la cruz que has de cargar. Estoy seguro que esa persona se seguiría quejando si en lugar de un dolor de espalda, tuviera cáncer, diabetes o estuviera ciega. A veces nos cuesta reconocer, que esas “deficiencias” que tenemos las podemos convertir en instrumentos para demostrarle al Señor cuánto le amamos. Si así lo hacemos ya no diremos “mi espalda me crucifica” sino “mi espalda me santifica”.

El ejemplo de los santos

El sacrificio siempre tuvo un valor especial en la vida de todos los santos. No se puede decir que haya habido un santo que no haya compartido de un modo muy especial la cruz de Cristo.

Recuerdo aquella historia que se cuenta de Santa Teresa de Jesús que decía algo así:

Cuando la comitiva llegó a orillas del río se divisaba una inmensa extensión de agua bajo la cual apenas se divisaban los puentes; eran tan estrechos que a la menor desviación o empuje de la corriente, carros, mulas, hermanos, hermanas, criados y Fundadora rodarían hacia el torrente. Pero, ¿no era menester “vivir sin temor de nada, ni de la muerte ni de los acontecimientos de la vida?». Las descalzas, empero, pedían la absolución a los descalzos y la bendición a su Madre. Ella se la dio alegremente.

-¡Ea, mis hijas! ¿Qué más bien queréis que ser aquí mártires por amor de Nuestro Señor?

Su carro se aventuró el primero y ella obligó a sus compañeros y compañeras a que le prometiesen volver a la posada en caso de que se ahogase.

Dios le dijo: ¿Cuándo yo te he faltado? Y no le faltó en medio de los peligros.

Los que estaban en la ribera vieron su carruaje menearse y quedar como colgado sobre la torrentera: la Madre saltó, con el agua hasta las rodillas, pero estaba poco ágil y se lastimó. Como siempre, su lamento fue una invocación a Dios y se quejó:

-Señor entre tantos daños y me viene esto.

La Voz le respondió:

-Teresa, así trato Yo a mis amigos.

-¡Ah, Señor!, por eso tenéis tan pocos.

(Marcelle Auclair, “Vida de Santa Teresa de Jesús” p. 308)

Para esta misma santa, el contemplar el sufrimiento de Cristo era una constante llamada a la conversión y al arrepentimiento:

«Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.» Santa Teresa de Jesús, Vida, 9, 1.

El santo Cura de Ars hacía penitencias que mortificaban su cuerpo para así luchar contra el demonio, salvar a los penitentes y fortalecer su alma.

San Francisco de Asís hizo ayuno durante cuarenta días menos uno porque no quería que la gente lo comparara con Cristo.

San Pedro de Alcántara hacía tanta penitencia que la misma Santa Teresa de Ávila decía de él:

«…Mas era muy viejo cuando le vine a conocer, y tan extrema su flaqueza, que no parecía sino hecho de raíces de árboles. Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras si no era con preguntarle. En éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento», escribe de él Santa Teresa en su Autobiografía (cap. 27).

San Pablo, San Francisco de Asís, Santa Gema Galgani, San Pietro de Pietrelcina, y probablemente muchos más, llevaron en su cuerpo las llagas de Nuestro Señor Jesucristo.

San Juan de la Cruz: El Señor se le apareció con la cruz a cuestas y le dijo: «Juan, pídeme lo que quieras», El Santo respondió: » Padecer, Señor, y ser por Vos despreciado».

Y así podríamos seguir trayendo miles de ejemplos de la vida de nuestros maravillosos santos.

Beneficios del sacrificio

Un alma sacrificada progresa rápidamente en su vida espiritual. Por el contrario, un alma que huye del sacrifico probablemente abandonará ante los obstáculos normales que la vida suele presentar.

El sacrificio por amor fortalece a la persona, le enseña a vivir la caridad, le ayuda a conocer a los demás, le da una especial sensibilidad para comprender sus problemas, le ayuda a vencer las tentaciones, aplaca la ira de Dios (como en Nínive), le une más profundamente a Cristo y María. Un edificio que tenga como pilares la oración y el sacrificio nunca se hundirá.

Y cuando tengamos que cargar con la cruz recordemos una cosa, nunca estaremos solos, Cristo estará clavado en la suya, y María junto al pie de la misma, muy cerca de Él y de nosotros.

Tipos de sacrificios

Con frecuencia, cuando les explico a los niños de la catequesis que tienen que aprender a sacrificarse, comer de todo… me miran con ojos de asombro y extrañeza. En realidad la palabra “sacrificio” les suena a chino. Y es que en casa los papás se preocupan, debido un amor mal entendido, de que sus hijos no sufran. Si no sufren no serán capaces de aprender a amar. Nada enseña más y más rápido que un sufrimiento aceptado por amor. Se dice que ese niño se ha hecho ya un hombre, a pesar de tener 8 o 9 años, cuando ha tenido que experimentar en la propia casa la pobreza, la necesidad, la enfermedad…, aunque pueda parecer extraño, suelen ser un regalo de Dios.

El mejor medio de encontrar sacrificios para realizar es buscar en un doble campo: por un lado ver las cosas malas que hemos de evitar, y por otro, las cosas buenas que debemos hacer.

A lo largo del día se presentan miles de ocasiones para poner en práctica nuestra facultad para amar y sacrificarnos. Les traigo ahora un abanico de posibles sacrificios:

  • Controlar el sueño, no dejarse llevar por la pereza a la hora de levantarse.
  • El uso adecuado de nuestro tiempo libre (cuántas horas se pierden delante del televisor, ordenador, tableta…).
  • Tener ordenada la habitación, la mesa de despacho, el armario de la ropa.
  • El control de la alimentación, como nos decía San Agustín: comer con la cabeza y no con el estómago.
  • Respetar la velocidad permitida en la carretera, en lugar de considerarnos justificados para correr más de la cuenta.
  • Arreglar y mantener las cosas que son de uso cotidiano antes de que se rompan (cuántas veces te ha dicho la mujer que arregles la persiana o la taza del wáter que pierde agua…).
  • Evitar el chismorreo, la palabra o el comentario fuera de tono que se nos escapa.
  • Tener paciencia con todos, especialmente con los ancianos, niños, en el trabajo, con aquel que te cae gordo, con el esposo o la esposa cuando vienen con alguna queja…
  • Aceptar y amar a las personas con sus defectos y virtudes, no poniendo mala cara cuando algo no nos gusta de ellos.
  • El uso “controlado” del teléfono móvil. No interrumpir una conversación con otra persona cuando nos llega un mensaje de WhatsApp.
  • Estar pendiente de las necesidades de los demás.
  • Buscar los mil y un modos diferentes de hacer felices a los que nos rodean.
  • Comer en familia, aunque eso suponga tener que esperar o “perder” algo de tiempo. No quejarse cuando la comida está fría o no ha salido a tu gusto.

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Se nos quedan muchas cosas en el tintero, como por ejemplo hablar de la ocasión tan especial que tenemos todos los días de ofrecernos en sacrificio con Cristo cada vez que asistimos a la Santa Misa… Como siempre, no pretendemos en este artículo hacer un tratado sobre el sacrificio, sino simplemente ayudarnos a tomar conciencia de la importancia del sacrificio en el crecimiento de nuestra vida espiritual.

Nuestro edificio está todavía en ciernes, pero no nos preocupemos si todavía no se ve bello, lo que estamos haciendo ahora en muy importante: preparar el terreno, hacer los cimientos, edificar los pilares. Con un poco más de esfuerzo y gracia de Dios, pronto se empezará a ver nuestra construcción y los demás empezarán a pensar: “por ahí va otro Cristo”.

Así pues, dejamos este pilar en marcha, para comenzar la semana próxima hablando del tercer pilar de nuestro edificio: los sacramentos.

Padre Lucas Prados

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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